Víctor Sampedro BlancoCatedrático de Comunicación Política
Este artículo apareció en Praza pública y este medio aplazó su publicación. Entiendo la decisión, como responsabilidad de los editores para no caldear más los ánimos antes de la manifestación tras el atentado en las Ramblas. Ahora sirve para confirmar dos cosas. Primero que quienes critican que la manifestación de Barcelona estuvo “politizada” invocan a las víctimas para su beneficio electoral. Y, segundo, que en el título de este artículo sobraba el imperativo “manifestémonos”. Quienes nos arrogamos interpretar la opinión pública antes de arengar a la ciudadanía debiéramos dejarle hablar. Cuando esto ocurre, demuestra que sabe hacerlo sin miedo y con memoria. Y mejor que nosotros.
La primera foto que acompaña este texto muestra la cabecera de la manifestación tras las bombas del 11M, celebrada el 12 de marzo de 2004. La convocó el Gobierno de J.M. Aznar, sin contar con ningún representante de la seguridad del Estado, horas después del atentado yihadista más letal cometido en Europa.
Se trata de uno de los ejercicios más extremos e irresponsables de manipulación de la muerte ajena. Reunió a más de 10 millones de manifestantes en toda España, que fueron más de dos millones en Madrid: convertidos en objetivo potencial de otra masacre. Los terroristas aún estaban sueltos.
¡Que fácil hubiera resultado introducirse entre los manifestantes con cinturones bomba! O accionar explosivos a lo largo del recorrido. Los terroristas se “inmolaron” el 3 de abril (!) en un piso de Leganés.
Aquella ignominia fue secundada por todos los medios de comunicación y fuerzas parlamentarias (excepto la de A. Otegi). Invocaron (¿cómo no?) Unidad. Pero usaban casi 200 muertos y cerca de 2.000 heridos para cavar una trinchera electoral. Carne de bombas terroristas convertida en carne de cañón “antiterrorista”. En primera línea, del frente y de los titulares.
“Con las víctimas, con la Constitución y por la derrota del terrorismo”. Así rezaba la pancarta de la cabecera, decidida unilateralmente por el Gobierno. Lo que importaba era el implícito. Con las víctimas (de ETA), con Constitución (que había que defender frente al Tripartido Catalán) y por la derrota del terrorismo (etarra).
La campaña electoral había sido inaugurada con el “caso Rovira”: la supuesta tregua que ETA había decretado en Catalunya y acordado con el vice-presidente de J. Maragall. Una bomba a la línea de flotación del nuevo Estatut y a las posibilidades electorales del PSOE que pactaba con ERC. En fin, que nos convocaron a un estado de guerra permanente. No a construir una paz sin miedo. En libertad.
¿No me creen? Echen un vistazo a las portadas de los dos diarios “de referencia” entonces. La de El País, pertenece a la edición especial del mismo día de los atentados, que afirmaba la autoría de ETA. Fue dictado telefónicamente por J. M. Aznar el mismo 11M al director, J. Ceberio, que no lo contó a sus lectores hasta diez días después. Difícil imaginar mayor servilismo al poder y mayor traición al público.
La portada de El Mundo pertenece la jornada de reflexión. Vulneraba la Ley Electoral al recoger en ese día las declaraciones del candidato electoral del PP. Al “convencimiento” del Ministro de Interior (A. Acebes), se sumaba la “convicción moral de que fue ETA” del actual Presidente, M. Rajoy.
Periodismo para convencidos. Porque todas las evidencias (y, en consecuencia, los medios extranjeros) apuntaron desde el principio al yihadismo. Ninguna prueba sostuvo jamás la autoría de ETA. Postverdad en estado puro. Sostenida hasta hoy mismo por los mismos.
Los periodistas inmundos orquestaron “la teoría de la conspiración”. Piedra angular de “la política de la crispación”, que mantendría viva la supuesta oposición PSOE – PP. Una polarización rentable al bipartidismo, que se sostuvo también por la inhibición de los cargos y tribunos a sueldo del PSOE. Lo afirma el entonces jefe de los TEDAX. Desde las primeras horas descartó la autoría de ETA y sostuvo su versión. Por ello tuvo que afrontar hasta 2012 una querella y un proceso, que alimentaron los periodistas inmundos. Nunca recibió apoyo del Ministerio que encabezaba Rubalcaba. Lean su libro. Y vean los vídeos del que publicamos en 2005, aún no los ha proyectado ninguna tele.
Si hubieran podido, si les hubieran dejado, los protagonistas de la primera foto habrían encabezado la manifestación de Barcelona. Y enarbolarían el mismo lema que en 2004: amparados en las víctimas, defenderían el Régimen del 78 con más ardor guerrero que nunca. Revisen las caras, pertenecen a cadáveres políticos ya corruptos, corrompidos o a figuras públicas en proceso de descomposición. Repasen sus declaraciones y las tribunas de sus siervos mediáticos, tras el atentado en las Ramblas.
Son fanáticos que se atreven a criticar el “fundamentalismo”. Publican infundios, acusaciones criminales sin evidencia ni lógica. Van sobrados de convicciones. Rentabilizan las guerras (económicas, bélicas, mediáticas y electorales) a las que nos envían. Se amparan en el “choque de civilizaciones” que tanto les lucra. Practican la única política nacional(ista) que conocen: el gerracivilismo.
Retomen la primera foto. Pongan una X en los desaparecidos de las instituciones y una ? en los que aún quedan en ellas. Créanme, están en bancarrota como los medios que les sostuvieron y aún sostienen.
Quien comenzó a derribarles del pedestal fue la cibermultitud del 13M, los desobedientes civiles que, convocándose con el SMS de Pásalo, exigieron “saber la verdad antes de votar”. Su protesta legitimó la victoria electoral de ZP. No es una afirmación gratuita, sino pura teoría democrática.
Si la ciudadanía no se hubiera plantado el 13 de marzo de 2004 ante las sedes del PP, el PSOE habría ganado las elecciones envuelto en las mentiras gubernamentales y el silencio cómplice y miedoso de la oposición. Ése es el contexto de una pseudocracia: el gobierno de la mentira.
El 13M fue el precedente del 15M, que volvería a desafiar la jornada de reflexión electoral en 2011. El protagonismo ciudadano que constamos en Barcelona surgió en esas movilizaciones. De ahí arranca ese “No tinc por”, un lema que ninguna institución habría apoyado en 2004. Por eso, a la cabeza de la repulsa al terror estarán los sin miedo. La ciudadanía que grita en silencio: “Vuestras guerras, nuestros muertos”.
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