El 8M ya no es un éxito del feminismo, ni siquiera de las mujeres, ahora es un éxito de todos y en especial de Albert Rivera y del feminismo bien entendido que defiende Ciudadanos
ANTÓN LOSADA
ANTÓN LOSADA
Mujeres de España, podéis respirar tranquilas. Albert Rivera ha oído vuestro clamor y está dispuesto a liderar el debate y llevarlo a los presupuestos del Estado que ya había pactado con el PP y que, hasta el 8M, ya eran lo último en feminismo. Tras calificar como “un éxito de todos” las manifestaciones millonarias de mujeres que acudieron pese a la evidente falta de liderazgo feminista, Ciudadanos va a arreglarlo como arreglará todo lo demás, desde Catalunya a la precariedad o los crímenes violentos; tan pronto le hagáis caso a las encuestas y le votéis como es debido: masivamente.
El aspirante Núñez Feijóo acusaba de politiquería a los promotores de manifestación la víspera del 8M, pero al día siguiente reclamaba escuchar el clamor y no faltar al respeto a las mujeres acusándolas de hacer política. Más comedido y menos campeón, el presidente Rajoy se ponía el lazo morado el 8M y al menos tenía la decencia de no pretender dar lecciones a nadie y se limitaba a decir que seguiría trabajando por la igualdad. Semejantes gestos oportunistas y cínicos casi inspiran ternura y compasión al lado de la hazaña desertora de Rivera.
El mismo líder y el mismo partido que se había pasado semanas presentando al feminismo que convocaba el 8M como una causa marginal y una amenaza para la libertad y el capitalismo, o dividiendo a las mujeres entre aquellas que trabajan y cumplen y aquellas que protestan y hacen el friki, ahora daba la bienvenida al feminismo a Mariano Rajoy, a los demás partidos e incluso a las propias feministas que hubieran aprendido la lección. Porque el 8M ya no era un éxito del feminismo, ni siquiera de las mujeres, ahora es un éxito de todos y en especial de Albert Rivera y del feminismo bien entendido que defiende Ciudadanos.
Por encima incluso de la impudicia extrema acreditada por el líder naranja, su actitud destaca aún más como perfecto ejemplo del vigente neomachismo que ha emergido como respuesta a las políticas de igualdad que marcaron el cambio de siglo. Su oferta para encauzar esa misteriosa etiqueta del “feminismo sin ideologia” no deja de sonar a un reempaquetado del márquetin del clásico paternalismo machista y viene a decir que “ahora sí chicas, ahora que defendéis el feminismo que ya os decía yo que había que defender, ahora os voy a escuchar y además lo voy a liderar”; porque, como todo buen liberal progresista sabe, las mujeres solo consiguen avances realmente importantes cuando los hombres les enseñan cómo se hace.
Y es que ustedes no se habían fijado hasta ahora pero Albert Rivera siempre ha estado ahí, dispuesto a liderar el feminismo transversal. Ya salía en Thelma y Louise, el inolvidable manifiesto de Susan Sarandon, Geena Davis y Ridley Scott; era el que saltaba del coche un segundo antes para dar la rueda de prensa y hacerse la foto.
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