dijous, 29 d’abril del 2010

INTERESSANT ARTICLE DE L'ENRIC SOPENA SOBRE LA SENTÈNCIA DE L'ESTATUT


Cabos sueltos

Sepan estos jueces de toros y puros que Cataluña lleva siglos de incomprensión. Y seguimos

Dicen que Guillermo Jiménez, vicepresidente del Tribunal Constitucional, avanza ahora a toda velocidad en la redacción de la sentencia sobre el Estatuto de Cataluña. Tras cuatro años mareando la perdiz entre unos y otros, a este magistrado –que forma parte del bloque conservador, que es mayoritario- le han entrado de pronto todas las prisas. Cuanto antes se cierre el asunto, más posibilidades va a tener Mariano Rajoy de salirse con la suya. Jiménez debe creerse a estas horas que, a poco que la fortuna le acompañe, puede pasar a la historia como el heroico juez constitucionalista que garantizó –contra el viento y la marea secesionista- la unidad de España.
Jiménez es un patriota. Parece que está dispuesto a podar las cosas que él y los suyos saben que más aprecian o valoran muchos de los ciudadanos de Cataluña, como son la lengua, la cultura, ciertas costumbres y los símbolos. Exactamente, todo aquello que provoca, de cuando en cuando, oleadas pestilentes de catalanofobia, convenientemente manipuladas desde la prensa conservadora, no sólo con sede en Madrid. Están eufóricos. El cerebro judicial de Génova 13, Federico Trillo, levita. ¿Pretenden prohibir la fiesta nacional? Se van a enterar. ¿Ha resucitado la España de Frascuelo, célebre matador de toros? Ahí estaban, en el callejón de la Maestranza, en la muy hermosa ciudad de Sevilla, los magistrados del Tribunal Constitucional Jiménez, Ramón Rodríguez Arribas y el tránsfuga Manuel Aragón.

Otro tránsfuga famoso
Aragón –al estilo de Luciano Varela, otro tránsfuga famoso, éste en el Tribunal Supremo- aspira a llegar a las más altas cimas de la judicatura a cuenta de cepillarse el Estatuto. A Varela lo adoran los populares. Aragón presume de ser azañista. También José María Aznar, en sus primeros tiempos presidenciales, recién llegado a La Moncloa, presumía de ser un fiel admirador de don Manuel Azaña. Aznar, sin embargo, no engañó con su supuesto azañismo más que a los bobos o a los analfabetos.

Un discurso admirable
Pero, qué curioso, a Azaña lo odiaba la derecha española -entre otras cosas muy dignas como el laicismo y las cuestiones sociales- por haber defendido con gran vigor y coraje el Estatuto de Cataluña. El primero, el de la II República, votado masivamente por los diputados socialistas de la época. Nunca nadie ha pronunciado un discurso tan admirable -dedicado al derecho de los catalanes a gestionar su autogobierno- que el pronunciado por Azaña. Luego, fueron aprobados, o estuvieron a punto de serlo, los estatutos de Euskadi, de Galicia –uno de cuyos ponentes, por cierto, fue abuelo de Rajoy- o el de Andalucía.

Otra historia
El golpe de Estado y la guerra civil acabaron con los estatutos republicanos. Desaparecieron cuando los fascistas/franquistas/falangistas liquidaron las libertades y enterraron la democracia. En aquellos momentos de la derrota es cierto que Azaña fue especialmente crítico con el Gobierno catalán. Pero eso fue otra historia. Tan trágica fue esa historia que el presidente Lluis Companys fue fusilado vilmente, tras haber sido detenido en Francia por la Gestapo y entregado a la policía del general Franco.

Dionisio Ridruejo
En enero de 1939 entraron en Barcelona las tropas del dictador. Entre los invasores figuraba Dionisio Ridruejo, uno de los máximos responsables en aquel tiempo de la propaganda del régimen. Más tarde, Ridruejo rompió sus vinculaciones con el Gobierno de Franco porque le parecía un régimen corrupto y tiránico. Cayó en desgracia y hasta fue encarcelado por formar parte activa de la oposición, naturalmente clandestina. Murió poco antes que el llamado Caudillo. En sus memorias dejó escrito que una de sus preocupaciones principales era “que los catalanes no se sintieran invadidos ni discriminados en tanto que catalanes (…) Me parecía a mí entonces (…) que Cataluña podía soportar muy bien la revocación del Estatuto de Autonomía pero no la interdicción o el despojo de pertenencias fundamentales como la lengua o el estilo de vida (…)”.

“Barcelona, ciudad pecadora”
Las propuestas de Ridruejo respecto a los catalanes no fueron aceptadas por los mandamases del Gobierno franquista. Sus argumentos eran los siguientes: “Barcelona había sido una ciudad pecadora y religiosamente desasistida (…); había que hacer misas de campaña (…) y actos religiosos expiatorios”. Ahora los jueces conservadores y un tránsfuga están a punto de mantener el Estatuto aunque debilitando la lengua y los símbolos de “un estilo de vida”. O sea, los símbolos nacionales. Es ésta la peor forma de contribuir al entendimiento básico entre Cataluña y el resto de España. El Gobierno de España, presidido por José Luis Rodríguez Zapatero, no puede ni debe asistir impávido o una nueva agresión contra Cataluña y, sobre todo, contra los catalanes. Sepan estos jueces de puros y toros que los catalanes -los ciudadanos de Cataluña- llevamos muchos siglos aguantando incomprensión y arrogancias provocadoras. Y seguimos. Que nadie lo dude.

Enric Sopena es director de El Plural