... Continua -llegir la primera part)
Varias estaciones más adelante, no sé si Alonso Martínez o Nuevos
Ministerios, aparece otro espécimen de la fauna urbana. El que pide limosna diciendo que acaba de salir
de Carabanchel, (todavía no se ha enterado que la terrorífica cárcel ya no
existe, pero mola mas decir Carabanchel que el Goloso, ¡qué quieren que les
diga!), y que podría atracarnos (así en condicional), pero como le ha prometido
a la Virgen no volver a robar, y que le esperan cuatro chinorris en la keli,
pues eso, que le demos algo. Pasa delante de todo el vagón exhibiendo un
aspecto, que nos hace pensar a toda la basca, que si no está todavía en el
trullo será por otro error judicial, y claro, el personal con el amenazante
aspecto del titi, se acojona y suelta la pasta.
Al no
contribuir con mi óbolo a paliar sus desgracias, o al consumo de alienantes, me
atiza con la lata del dinero en mi ya dolorida cabeza, por mor de mi cercana
muerte.
Y yo con
menos vida a cada instante.
El
convoy acaba su recorrido en Fuencarral pueblo, el final de la línea. El
conductor comprueba que no hay nadie, y
se coloca en el vagón último para conducir, y este último se convierte en el
primero del nuevo convoy -hago esta digresión,- para llamar la atención del avezado lector o
lectora, (hay que hilar muy fino con lo políticamente correcto) que
forzosamente tuvo que verme allí sentado desde la mañana, seguramente pensaría
que era otro jubilado que debido al frío que hacía, pasaba todo el día en el
suburbano, con su abono mensual a precio de ganga.
Y yo muriéndome cada vez más. Es para
descojonarse si la situación no fuese tan chunga.
Así
transcurrió todo el puto día, desde la cabecera de línea, Puerta del Sur, hasta
el final, Fuencarral, y vuelta a empezar. A cada persona que trataba de llamar
su atención moviendo los párpados o haciendo extraños guiños, si era un hombre
me llamaba maricón, no homosexual o gay, no, maricón, como suena. Si era
mujer o bien me atizaba en la cabeza con el bolso o con lo que fuese o se
cambiaba de lugar, mirándome despreciativamente.
Hubo una
excepción, hubo una mujer que quiso hacer algo por mí. Una pilingui se sentó
junto a mí y me susurró al oído “Treinta euros y te hago el francés”, al no
recibir contestación adecuada de mí, rebajó su caché y se ofreció a dejármelo
en veinte, al seguir sin contestación adecuada a su, en otras circunstancias
aceptable oferta, me mandó a tomar por culo, y se dedicó a otros posibles
clientes más asequibles. Cuando el mendigo de la amenaza volvía a encontrarme
dos o tres horas después, sin más explicaciones, me atizaba otro latazo.
Mi
cabeza no aguantaba más, cada vez mas muerta.
A toda
esta fauna urbana, hay que añadir el presunto sordomudo. (Lo de presunto es por
seguir hilando fino, pues hay coleguis, que se la lían con un papel de fumar)
Éste va entregando una sobada cartulina con una serie de dibujos, que deberían
servir para traducir el lenguaje de signos, pero la verdad hay que echarle
imaginación ¡Ya las habrán visto! Me ofreció una, al no alargar la mano, la
dejó depositada sobre mi rodilla con un gesto de desgana ¡Como si yo tuviese la
culpa de estar muriéndome! Después al recoger las cartulinas y las escasas limosnas,
no pude alargar la mía, y él, como teóricamente era sordomudo, no podía aludir
a mi santa madre, así es que me atizó con nulo disimulo una patada en la
espinilla la cual no me hizo mucho efecto, pues el dolor de mi cabeza era
inmensamente superior. ¡Pero lo hizo a mala leche!
Al final
del día en la estación ultima, también para mi vida a la que ya no le quedaba
ni un hálito, el conductor que iba revisando todos los vagones antes de
cerrarlos, me advirtió que debía bajarme, me zarandeó y caí al suelo del vagón
en la misma postura que tenía cuando me senté
a los 10 am. Hay una canción popular sobre un tipo que murió sentado en
una silla y no lo podían enterrar, pero ya no estoy para muchos rollos.
Me consuela algo, no mucho la verdad,
haberme muerto el mismo día que el Woytila;, por mi hermana lo digo, pues la
pobre es de misa diaria y tiene confesor propio ¡Imagínense que ilusión! Como
va a disfrutar contándolo en el mercado.
Si lo sé no me muero.
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