dijous, 21 d’abril del 2016

TRES TREPIDANTES DÍAS POR LAS COMARCAS DEL MASTRAZGO DE TERUEL Y ‘ELS PORTS’ (CASTELLÓN). DÍA SEGUNDO

TRONCHÓN

Llegamos a Tronchón a la hora de comer. El pueblo se veía muy tranquilo, con muy poca gente en las calles. Ninguna novedad…  
Nuestra prioridad y, a la vez problema, era encontrar Casa Matilde. Una vez aparcado el coche, teníamos claro que debíamos continuar hacia el interior del pueblo, pero ¿qué calle coger? La suerte para nosotros es que el pueblo es pequeño.
Encontramos a una pareja joven  y les preguntamos por Casa Matilde y nos respondieron que venían de allí.
-¿No habéis encontrado mesa? –les pregunté-
-Sí que había, pero no nos hemos quedado… -me respondió él-
Mientras las mujeres del grupo fueron por una calle, los hombres nos decidimos por la que recorría un nivel superior. No podía ser muy difícil encontrarla. Al comenzar el recorrido encontramos una vivienda de estructura totalmente medieval, con los balcones de madera y un gato paseándose por el pasamano del mismo. En este punto la calle se ensanchaba. Aunque formaba una pequeña plaza, no estoy seguro que tuviera tal condición. Al otro extremo, un antiguo abrevadero de donde también manaba una fuente de agua para calmar la sed a los viajeros como nosotros.


Entramos por una calle y una vez localizado nuestro destino más inmediato, encontramos el Centro de Interpretación del Queso de Trochón que, como les gusta recordar a sus habitantes, ya fueron resaltadas sus cualidades por Miguel de Cervantes en la segunda parte del Quijote.
En el rótulo de Casa Matilde no figura para nada la palabra restaurante… Pero en cambio sirven una excelente comida. La otra disyuntiva que puede tener el viajero es encontrar la puerta de entrada y una vez conseguido el objetivo, puede que les invada una duda: ¿No me habré equivocado?
La entrada a Casa Matilde es la de la propia vivienda y una vez dentro, a la derecha, ves a gente trasegando platos y ollas entre fogones. Continuando en sentido recto, bajando un escalón está el comedor… ¡De la vivienda! Por lo que te puedes encontrar a la familia comiendo o recostados en el sofá haciendo la siesta.


Nos habían hablado maravillas de las alubias con perdiz y el rabo de toro. Algunos de los comensales que nos acompañaban lo pidieron, pero yo me decanté por la sopa de cocido y las manitas de cerdo. Y si después de comer los abundantes platos, todavía hay alguien que queda con ganas de repetir, ningún problema, te invitan a hacerlo. De postre nos ofrecieron requesón y cuajada, todo elaborado por el personal del establecimiento.
Cuando pides la cuenta, te advierten que sólo cobra la propietaria y lo hace en un habitáculo situado junto a la salida. Es lo más parecido a una despensa y, aquella persona que guste, podrá adquirir cualquier producto que se muestra como por ejemplo queso y miel. La puerta de esta habitación está presidida por una foto de las propietarias del establecimiento (madre e hija y creo que las dos se llaman Matilde), con un jovencísimo Jesulín de Ubrique.


Al salir decidimos dar una vuelta por el pueblo, así que nos dirigimos hacia la iglesia, situada en un plano bajo del pueblo. Junto a la iglesia un viejo edificio porticado que es la sede del ayuntamiento, incluso hay una pequeña y vieja placa de cerámica donde se podía leer: Casa Consistorial. Y justo al lado un viejo y tradicional horno.
Unos metros más adelante, después de una empinada y rocosa calle no apta para vehículos, un pequeño edificio de una sola nave en el que se puede apreciar en el interior una cadena de hierro. Se trata de la antigua cárcel.
Retrocedimos hasta la calle donde se encuentra el horno, también en cuesta y sobre la mitad de la misma, el palacio del Marqués de Valdeolivo, hoy reconvertida en establecimiento rural, uno de los pocos edificios civiles verdaderamente notables. Una vez arriba nos encontramos con la plazoleta (ahora le he cambiado la denominación) desde donde habíamos iniciado nuestro recorrido antes de comer. A la derecha, según el sentido de la marcha, un mirador des de donde se puede observar una bella panorámica y un edificio con dos grandes oberturas que reconocí por sus marcas interiores. Se trata de un trinquete construido a principios del siglo pasado y que fue sufragado por los emigrantes del pueblo que marcharon a Argentina buscando fortuna.


Si el viajero quiere comprar queso podrá hacerlo en el único establecimiento que existe,  siempre que se encuentre abierto. Para ello habrá de dirigirse hacia la entrada inferior del pueblo. Según nos explicaron, los actuales productores del queso de Tronchón son unos forasteros que un día llegaron al pueblo y vieron en esta actividad una salida profesional. Aunque también es verdad que de forma artesanal, pero sin garantía sanitaria alguna, puede ser elaborado por cualquier familia del pueblo.