FERNANDO LÓPEZ AGUDÍN
A través de declaraciones y votaciones en el Congreso de los Diputados, Rivera ha dejado bien claro a Pedro Sánchez su interpretación particular sobre el pacto que, por el momento, les vincula. Coincide en la necesidad de la ampliación, diverge en el nuevo socio del tripartito. En su análisis, debe ser el PP, no Podemos, quien se incorpore al acuerdo PSOE-Ciudadanos. No es ninguna novedad, lleva más de un trimestre con esta cantinela, pero el reciente e inteligente viraje de Pablo Iglesias le obliga a desvelar su auténtica naturaleza. Derecha pura y dura, joven sí, pero tan de derechas como el PP. Terminó la comedia del gran centro y la retórica del socialmestizaje. Precisamente por ello no se limita a ponerle la zancadilla a Sánchez, como sostiene Errejón, sino que inicia la voladura controlada del compromiso que todavía hoy les une. Estamos ante las lentejas de Rivera. O se toman o se dejan.
Se equivoca Ferraz, al pensar que con amigos como Rivera sobran los enemigos. Albert Rivera es plenamente coherente. Ciudadanos ha pactado con el PSOE para dividir las fuerzas progresistas, como primer paso hacia la Gran Coalición. Ni puede, ni quiere, ni le interesa la inestable equidistancia de Sánchez, sin más objetivo que entrar en Moncloa sea como sea y con quien sea. Sería su suicidio. Al fin y al cabo, todas las encuestas, pro domo sua que se publican, coinciden en un sólo resultado: la reedición de la victoria electoral del PP. Ese flanco derecho, que le ha prestado la mitad de su electorado, es su talón de Aquiles.
Como obras son amores, aquí habría que decir desamores, y no buenas razones, Rivera ha empezado ya a abstenerse, una votación sí y otra también, en las iniciativas parlamentarias que presenta el PSOE. Así ha ocurrido, por señalar solo dos ejemplos, en las propuestas sobre la paralización de la LOMCE y en la Ley Mordaza, aprobadas por Rajoy. Abstención, además, solo sobre una toma en consideración de la conveniencia de paralizar leyes que atentan contra derechos constitucionales. Aquel documento firmado por Ciudadanos y PSOE, con toda solemnidad, es una declaración de buenas intenciones entre Rivera y Sánchez que no ha durado ni un trimestre. Lógico, porque el fracaso de la investidura del candidato socialista les conduce a buscar un nuevo e imposible socio.
Pero donde Rivera desvela su alma más derechista es cuando se suma a la santa montería— en expresión empleada por Carlos Marx en el Manifiesto Comunista— de la derecha más cavernícola contra Podemos. La calumnia sobre la financiación venezolana, que recuerda la del oro de Moscú bajo la dictadura de Franco, es una canallada impropia de una derecha civilizada. Dos veces ha sido archivada por el Tribunal Supremo la denuncia correspondiente, un tercer archivo a petición de la fiscalía; decisiones suficientes como para que Ciudadanos se sume a esta basura. Se puede estar en contra de las conversaciones de Pedro Sánchez con Iglesias, con fundados argumentos, sin necesidad alguna de añadir fango. Solo podría entenderse como una cierta reminiscencia de sus anteriores vínculos electorales con la extrema derecha.
Obrando como obra, hablando como habla, Rivera deja a Sánchez en muy mala posición. Probablemente piense que es un mero problema personal del todavía secretario general socialista, dado que el PSOE está dispuesto a integrarse en la Gran Coalición después de las próximas elecciones. Aunque Sánchez se sacara de la bocamanga el as de un gobierno Monti, formado por independientes del PPSOE pero no del IBEX, Rivera tampoco apostaría por esta última baza por venir de quien va a tener que presentarse en la sede de Ferraz con las manos vacías. Sin oficio de presidente y sin beneficio alguno, según muestran todos los sondeos electorales. Porque el giro táctico de Pablo Iglesias no solo desnuda la naturaleza de Rivera, sino también la falta de carácter de Sánchez— no se atreve a presidir un gobierno PSOE, Podemos, Compromís e IU — o su insoportable levedad del ser.
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