dimarts, 31 de maig del 2016

El mentiroso absoluto

JUAN CARLOS ESCUDIER

Existe una amplia coincidencia en que Rajoy miente más que habla, y es precisamente esa avalancha de embustes la que hace desconfiar de sus intenciones reales. ¿Serán las suyas mentiras piadosas al estilo de los orgasmos fingidos? ¿Querrá protegernos de la cara más terrible de la verdad? ¿O, simplemente, lo suyo encaja en esa mutación de la mentira que, según Hannah Arendt, se ha convertido en un absoluto incontrolable?
La verdad y la mentira han sido objeto de sesudas reflexiones filosóficas a lo largo de la historia. La polémica más famosa enfrentó a Kant y a Benjamin Constant, filósofo y político francés que ya en el siglo XVIII perfiló buena parte del constitucionalismo moderno. Kant negaba el derecho a la mentira y reclamaba la necesidad de ser veraces en cualquier circunstancia, incluso si uno escondía a un amigo en casa y una pandilla de asesinos llamaba a la puerta y preguntaba por él. Para Constant, sin embargo, tal maximalismo sólo conseguiría que las relaciones sociales saltaran por los aires y que el amigo, si sobrevivía, se acordara uno a uno y entre interjecciones de los muertos del sincero Kant.
En esa misma tesis abundaba una inquietante obra de ciencia ficción de James Morrow, que recreaba cómo sería la vida en una sociedad donde todo el mundo, hasta Rajoy, estuviera obligado a decir la verdad. En Veritas, la ciudad de la verdad, los políticos confiesan abiertamente las mordidas que reciben, los ascensores llevan un cartel en el que puede leerse “Atención. El mantenimiento de este ascensor es llevado a cabo por personas que odian su trabajo”, y los bocadillos se anuncian así: “Sandwich de vaca muerta, hojas marchitas de lechuga y patatas altas en colesterol”. Programada para la verdad, la vida se convierte en una insufrible pesadilla.
Puede que éste sea el ánimo del presidente. ¿Qué satisfacción hallaríamos si en cada uno de sus intervenciones públicas, aunque fuera en plasma, relatara abiertamente cómo se ha financiado su partido, qué empresas han pasado por caja, a quien pertenece realmente el fortunón que tenía Bárcenas en Suiza o cuánto dinero se ha repartido en sobresueldos la cúpula del PP? ¿Seríamos acaso más felices o el asco nos impediría disfrutar de los cruasanes del desayuno?
De igual forma cabría interpretar esa enésima mentira al negar los recortes que tendría que aplicar si consigue mantenerse en el Gobierno, mientras se ofrece a ejecutarlos privadamente y por carta a la Comisión Europea. ¿Para qué disgustarnos ahora? ¿Por qué arrebatarnos estos meses la imagen de un país en crecimiento, camino del pleno empleo, donde mucho se nos tiene que torcer para que no mane leche y miel de las fuentes públicas, después eso sí de que se adjudique el contrato a una empresa amiga y ésta suelte la comisión correspondiente?
Puede que Rajoy haya conseguido trascender a Platón y Aristóteles. Lo explicaba muy bien Jacques Derrida: “Para Platón el mentiroso es alguien que es capaz de mentir. Para Aristóteles es alguien que decide mentir. La posibilidad debe existir siempre”. El presidente es capaz y lo decide, es potencia y acto, es la leche, en definitiva.
Y continuaba: “Para decir la verdad, para ser veraz, hay que poder mentir. Un ser que no puede mentir tampoco puede ser sincero o veraz”. El del PP ha demostrado sobradamente sus cualidades para la patraña y un día de éstos nos sorprenderá con la verdad más absoluta: “No soy del Depor”.