SÉPTIMA ETAPA: TARIFA Y GIBRALTAR
De entrada, aparcar en Tarifa ya fue toda una aventura y eso que estábamos a finales de octubre. No quiero imaginar lo que debe de ser durante los meses de julio y agosto.
Una vez conseguimos aparcar (en zona azul, por supuesto), justo debajo del castillo de Santa Catalina, junto a los búnkeres, nos dirigimos hacia el Sur… Lo más al Sur que se puede estar de la península Ibérica. Tanto es así que recibí un mensaje al móvil de una empresa de telefonía marroquí dándome la bienvenida a Marruecos.
Había bastante niebla y apenas se veía el antiguo castilla de la Isla de Las Palomeras o Tarifa, al final de un pequeño ismo artificial que la une a la tierra firme. A la derecha unos surfistas desafiaban a las olas. El surf, con sus variedades como el kitesurf, seguramente es el mayor aliciente de Tarifa y el que atrae más cantidad de turistas a lo largo del año.
Después nos dirigimos en sentido contrario pasando por delante del puerto hasta llegar al castillo de Guzmán el Bueno, lo que me hizo recordar la leyenda que nos explicaban cuando íbamos a la escuela (*). Delante del castillo la figura de Sancho IV el Bravo, conquistador de la ciudad. Subimos a la plaza donde se ubica la sede del Ayuntamiento, para volver a bajar y buscar un restaurante para comer.
Al final de las escaleras, en la calle Guzmán el Bueno, hay varios restaurantes y bares de tapas donde poder comer, pero nos fuimos un poco más allá, hasta el final de la calle San Donato, junto a una vieja fuente, buscando un lugar más apartado donde la perra pudiera estar más tranquila. Finalmente probamos las tortillitas de camarones de las que tanto nos habían hablado, además de otras excelentes tapas como las albóndigas de atún.
Después de comer proseguimos nuestra visita por el casco antiguo pasando por delante de la iglesia de S. Mateo, continuando hasta la puerta del Retiro, junto a la muralla, donde hay una estatua a la memoria del general Francisco de Copons. Bordeamos la muralla para volver a entrar al casco antiguo por la puerta de Jerez, en la avenida de Andalucía, uno de los pocos restos existentes de la antigua medina árabe y que fue ampliada tras la conquista cristiana.
Camino del coche, y después de pasar junto al mercado de abastos, llegamos al paseo de la Alameda donde hay una estatua de Guzmán el Bueno.
Habíamos decidido acabar de pasar la tarde en Gibraltar y hacia allí nos dirijamos, aunque el día amenazaba lluvia. Circulamos por un tramo de la N-340, una carretera que nos resulta muy familiar, ya que cruza las comarcas de donde soy natural.
Aparcamos en La Línea de la Concepción no demasiado lejos del peñón y nos dirigimos andando hacia Gibraltar que es la mejor manera de no perderse detalle del lugar que se visita. Justo delante teníamos el peñón de Gibraltar, del que tantas veces había oído hablar.
Cada vez llovía con más insistencia, así que resguardándonos de la lluvia todo lo que podíamos, aceleramos el ritmo de la marcha. Además, como estaba nublado, daba la sensación de que la noche estaba a punto de caer.
Cuando volvimos a cruzar el aeropuerto mi mujer se fijo que en un rincón, medio escondido había un avión. Sin entender mucho de aeronáutica lo identifiqué como un Harrier, los de despegue vertical.
LA ANÉCDOTA:
Leímos que en Gibraltar se podía pagar con euros, pero si te tenían que devolver cambio lo hacían en libras esterlinas o fracción. Así que decidimos que nos íbamos a gastar nada. Al final fueron 2€ para ir al baño.
(*) Según la leyenda, Guzmán el Bueno lanzó una daga desde su castillo para que mataran con ella a su propio hijo preso de sus sitiadores antes que sucumbir a su chantaje.
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