Jaume-Grau
Ayer, en las manifestaciones que se produjeron en las islas Baleares
contra el TIL, el decreto de trilingüismo, se operaron, como mínimo,
dos milagros. El primero el de la participación. Durante las dos horas y
media que duró el trayecto, pude comprobar como los más sorprendidos
del éxito de la convocatoria eran los propios manifestantes. Conscientes
de su peculiar forma de ser, los mallorquines no daban crédito a una
movilización tan numerosa, la más importante de la historia de Mallorca.
Muchos mallorquines se preguntaban si era posible sacar de su ancestral
pasividad a cien mil de sus vecinos, uno de cada ocho, para reivindicar
algo, aunque sea en este caso algo tan grave, como una ley de
educación planificada por analfabetos. Mi amigo Toni , algaidenc, culto
y cosmopolita, estaba emocionado por la presencia de tanto mallorquín
de a pie, de la diversidad que abarcaba a todas las clases sociales y
orígenes culturales, emocionado por la inapelable muestra de empuje de
una sociedad que alguien pudiera creer dormida, de los habitantes de una
isla que Santiago Rusinyol bautizó como l’Illa de la calma. Ayer
Mallorca no fue l’Illa de la Calma, porqué sus habitantes salieron en
tropel, en ambiente de fiesta, para denunciar una ley injusta y para
demostrar su dignidad delante de un gobierno autoritario en sus formas,
-gobierna a golpe de decreto de ley-, e inculto, -su consejera de
educación es incapaz de articular una frase en cualquier idioma sin
cometer errores-.
Pero el milagro de ver a tantos mallorquines manifestándose, no fue
el único de la jornada. En Eivissa, en Menorca y en Formentera, las
calles se vieron abarrotadas de gente que gritaban contra la ley. Los
habitantes de las cuatro islas, siempre recelosas entre ellas, se
pusieron de acuerdo en un mismo objetivo, se sintieron miembros de una
misma comunidad más allá de sus intereses insulares específicos. Ese fue
el segundo milagro del día, el de reavivar la conciencia colectiva de
un pueblo a veces dividido.
El artífice de estos dos milagros tiene nombre y apellidos, se llama
José Ramón Bauzà y es el presidente de la comunidad autónoma. Él ha
conseguido unir a los baleares, él les ha devuelto el orgullo de ser lo
que son gracias al desprecio que manifiesta a diario por la cultura de
su propio país, la cultura de sus gobernados. La actitud de Bauzà, sus
formas chulescas, no casan con el espíritu de la isla, ni tan siquiera
con la tradición conservadora de muchos de sus habitantes. En unas
declaraciones publicadas el pasado domingo en el diario Ara, el ex
presidente de la comunidad autónoma y militante del PP Cristòfol Soler
daba un mazazo a su partido al sumarse a la marea verde contra la ley
del gobierno Bauzà y al denunciar las maneras poco dialogantes de su
presidente, por considerar que iban en contra de la tradición
regionalista y democrática del Partido Popular de las Baleares. La
semana anterior, Toni Nadal, entrenador de Rafa Nadal y persona muy
querida en la isla, reivindicaba, ante los micrófonos de la SER, la
bondad de la inmersión lingüística en catalán y apelaba directamente a
Bauzà para que dialogara. Dos mazazos de personas nada sospechosas de
ser ni izquierdistas ni pancatalanistas.
De momento el gobierno Balear ha reaccionado intentado dividir a los
manifestantes, acusando al movimiento de estar politizado. Pero el
movimiento es popular y social, ciudadano y democrático. En una de las
pancartas de la manifestación de Palma se podía leer un sabio refrán
mallorquín: “Moltes mosques maten un ase”, muchas moscas matan un asno.
Las humildes moscas son el pueblo balear que se ha alzado en dignidad,
el asno es el asno, el icono de la incultura y la intolerancia. Espero
que, ahora, se opere el tercer milagro, que se cumpla el refranero
popular mallorquín, y que esas miles de moscas verdes hagan caer al
asno.