dimarts, 12 de març del 2013
Un fiscal contable para un país sin un euro
Autoridad militar, por supuesto,
pregonaban los golpistas del 23-F. Autoridad fiscal independiente,
anuncian nuestros gobernantes secuestrados ahora por la Acorazada
Brunete de la austeridad que no sólo recorta nuestro Estado como tal
sino nuestra democracia como la veníamos entendiendo hasta hace año y
pico.
El bueno de Montesquieu tiene retranca: nuestro ejecutivo anuncia, tras su último Consejo de Ministros, que creará una Autoridad Fiscal Independiente. Y remacha la portavoz Soraya Sáenz de Santamaría: “de plena autonomía e independencia” y que “no estará sujeta a las instrucciones del gobierno”. ¿Es que el resto de las fiscalías no son autónomas e independientes y están sujetas a las instrucciones gubernamentales? A veces, las redundancias son peligrosas: entre los juzgados presuntamente privatizados y los jueces peligrosos inhabilitados, lo único que nos faltaba es que los fiscales fueran ujieres de La Moncloa, como si España fuera la Venezuela de Chávez que pintan sus detractores.
Viene bien esa aclaración en estos tiempos raros en los que nuestro presidente, desaparecido en combate, da la sensación de pretender que no sólo desaparezcan también nuestros derechos sino nuestras libertades. Pobre país de televisión pública uniformada en donde Carlos Floriano, licenciado en Rayos Uva, se permite el lujo de recordarnos que la libertad prensa tiene que tener límites, como si ya no los tuviese sobradamente por ley. Tendremos que tentarnos la ropa, no sea que más temprano que tarde, a falta de un Silvio Berlusconi de guardia, alguien cree otra autoridad fiscal independiente que establezca la censura previa y la prisión provisional para los periodistas que ejerzan su oficio con gran alarma social para los firmes partidarios de las mordazas.
Por ahora, esa nueva autoridad fiscal independiente –similar, nos dicen, a la de un país federal como Estados Unidos– tratará de hacer cumplir a rajatabla el artículo 135 de la Constitución Española. ¿Recuerdan? Su contenido fue vergonzosamente aprobado por PSOE y por PP, con estivalidad y alevosía durante el verano de 2011 y, bajo su nueva redacción, apareció publicado en el BOE núm. 233 de 27 de septiembre de 2011. Es el que consagra el dogma de la inmaculada concepción de la estabilidad presupuestaria y fija como pecado mortal el déficit en las cuentas públicas, sobre todo en peligro de muerte o si ha de comulgar con ruedas de molino.
Se trata del que nos mandó escribir al dictado Bruselas y que vino a ser la carta de suicidio político de José Luis Rodríguez Zapatero. En teoría, si he entendido bien su contenido, bajo su tupida selva de palabras con manguitos, puñetas y lápices en la oreja, su objetivo es el de hacer valer que “siendo cada vez más evidentes las repercusiones de la globalización económica y financiera, la estabilidad presupuestaria adquiere un valor verdaderamente estructural y condicionante de la capacidad de actuación del Estado, del mantenimiento y desarrollo del Estado Social que proclama el artículo 1.1 de la propia Ley Fundamental y, en definitiva, de la prosperidad presente y futura de los ciudadanos”.
Más allá de la consolidación fiscal, imprescindible para que un Estado genere confianza, la reforma de dicho artículo pretendía “garantizar el principio de estabilidad presupuestaria, vinculando a todas las Administraciones Públicas en su consecución, reforzar el compromiso de España con la Unión Europea y, al mismo tiempo, garantizar la sostenibilidad económica y social de nuestro país”. O sea, la obligatoriedad de contener esas décimas de déficit que parecen bien invertidas cuando su propósito es salvar a la banca pero que, a los ojos de quienes mandan, se antojan un despropósito si se pretende crear empleo público aunque sea convocando oposiciones para peones camineros. De momento, para que luego digan, vamos a invertir parte de nuestras finanzas estranguladas, en crear un nuevo cargo, el de fiscal contable para un país sin un euro: Elliot Ness investigará cajones vacíos en ministerios sin competencia, consejerías sin fluidez y ayuntamientos dando la cara sin que el resto de las instituciones les den ni los buenos días.
Si teníamos dudas sobre la soberanía popular y nuestra capacidad de autogestión como Estado, tras aquella reforma constitucional, abandonamos toda esperanza, ya que establecía sin ningún género de dudas que “el Estado y las Comunidades Autónomas no podrán incurrir en un déficit estructural que supere los márgenes establecidos, en su caso, por la Unión Europea para sus Estados Miembros”. Y añadía, bajo otros corsés políticos de variado pelaje que “una Ley Orgánica fijará el déficit estructural máximo permitido al Estado y a las Comunidades Autónomas, en relación con su producto interior bruto”. Más un estrambote: “Las Entidades Locales deberán presentar equilibrio presupuestario”.
A primera vista, todo parece perseguir nuestra felicidad como pueblo y que no nos embarquemos en más ronchas dinerarias de las que podamos permitirnos: “El volumen de deuda pública del conjunto de las Administraciones Públicas en relación con el producto interior bruto del Estado no podrá superar el valor de referencia establecido en el Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea”. Lo que me parece, sin embargo, paradójico es uno de los epígrafes de dicha norma, para cuya aplicación no sólo haría falta una nueva autoridad fiscal independiente sino quitarnos las orejeras actuales: “Los límites de déficit estructural y de volumen de deuda pública sólo podrán superarse en caso de catástrofes naturales, recesión económica o situaciones de emergencia extraordinaria que escapen al control del Estado y perjudiquen considerablemente la situación financiera o la sostenibilidad económica o social del Estado, apreciadas por la mayoría absoluta de los miembros del Congreso de los Diputados”. ¿No estamos acaso ante una catástrofe, no se sabe si natural o artificial, cuyo tsunami social roza el de los seis millones de parados? ¿No sufrimos la recesión en las carnes populares, por más que los mercados nos perdonen la vida en la macroeconomía? ¿No nos enfrentamos a una situación de emergencia extraordinaria que escapa al control del Estado porque cada vez hay menos contribuyentes y cada vez hay más manos que reclaman caridad o justicia?
Habrá que preguntarse si esa nueva autoridad fiscal independiente enviará a los antidisturbios de las agencias de rating, de las grandes corporaciones bancarias y del neoliberalismo mundial, a sofocar las revueltas de cualquier parlamento que se atreva a saltarse esa norma a la torera. Como ya suele ocurrir, a diario, con los ciudadanos que se rebelan ante un desahucio o ante esa rara costumbre de impedir a la brava cualquier tipo de manifestaciones, sobre todo las pacíficas.
Dado nuestro creciente proceso de europeización y a la vista de sus penosos resultados electorales, hay un firme candidato para cubrir la plaza de esa nueva autoridad fiscal independiente. Se llama Mario Monti, cuyos éxitos económicos en Italia son tan incontestables que lo mismo no podemos ficharlo tal y como nos agradaría. Y es que si el Vaticano busca realmente a un Papa tecnócrata, el cónclave de esta semana seguro que le elige como sucesor de San Pedro.
Juan José Téllez
El bueno de Montesquieu tiene retranca: nuestro ejecutivo anuncia, tras su último Consejo de Ministros, que creará una Autoridad Fiscal Independiente. Y remacha la portavoz Soraya Sáenz de Santamaría: “de plena autonomía e independencia” y que “no estará sujeta a las instrucciones del gobierno”. ¿Es que el resto de las fiscalías no son autónomas e independientes y están sujetas a las instrucciones gubernamentales? A veces, las redundancias son peligrosas: entre los juzgados presuntamente privatizados y los jueces peligrosos inhabilitados, lo único que nos faltaba es que los fiscales fueran ujieres de La Moncloa, como si España fuera la Venezuela de Chávez que pintan sus detractores.
Viene bien esa aclaración en estos tiempos raros en los que nuestro presidente, desaparecido en combate, da la sensación de pretender que no sólo desaparezcan también nuestros derechos sino nuestras libertades. Pobre país de televisión pública uniformada en donde Carlos Floriano, licenciado en Rayos Uva, se permite el lujo de recordarnos que la libertad prensa tiene que tener límites, como si ya no los tuviese sobradamente por ley. Tendremos que tentarnos la ropa, no sea que más temprano que tarde, a falta de un Silvio Berlusconi de guardia, alguien cree otra autoridad fiscal independiente que establezca la censura previa y la prisión provisional para los periodistas que ejerzan su oficio con gran alarma social para los firmes partidarios de las mordazas.
Por ahora, esa nueva autoridad fiscal independiente –similar, nos dicen, a la de un país federal como Estados Unidos– tratará de hacer cumplir a rajatabla el artículo 135 de la Constitución Española. ¿Recuerdan? Su contenido fue vergonzosamente aprobado por PSOE y por PP, con estivalidad y alevosía durante el verano de 2011 y, bajo su nueva redacción, apareció publicado en el BOE núm. 233 de 27 de septiembre de 2011. Es el que consagra el dogma de la inmaculada concepción de la estabilidad presupuestaria y fija como pecado mortal el déficit en las cuentas públicas, sobre todo en peligro de muerte o si ha de comulgar con ruedas de molino.
Se trata del que nos mandó escribir al dictado Bruselas y que vino a ser la carta de suicidio político de José Luis Rodríguez Zapatero. En teoría, si he entendido bien su contenido, bajo su tupida selva de palabras con manguitos, puñetas y lápices en la oreja, su objetivo es el de hacer valer que “siendo cada vez más evidentes las repercusiones de la globalización económica y financiera, la estabilidad presupuestaria adquiere un valor verdaderamente estructural y condicionante de la capacidad de actuación del Estado, del mantenimiento y desarrollo del Estado Social que proclama el artículo 1.1 de la propia Ley Fundamental y, en definitiva, de la prosperidad presente y futura de los ciudadanos”.
Más allá de la consolidación fiscal, imprescindible para que un Estado genere confianza, la reforma de dicho artículo pretendía “garantizar el principio de estabilidad presupuestaria, vinculando a todas las Administraciones Públicas en su consecución, reforzar el compromiso de España con la Unión Europea y, al mismo tiempo, garantizar la sostenibilidad económica y social de nuestro país”. O sea, la obligatoriedad de contener esas décimas de déficit que parecen bien invertidas cuando su propósito es salvar a la banca pero que, a los ojos de quienes mandan, se antojan un despropósito si se pretende crear empleo público aunque sea convocando oposiciones para peones camineros. De momento, para que luego digan, vamos a invertir parte de nuestras finanzas estranguladas, en crear un nuevo cargo, el de fiscal contable para un país sin un euro: Elliot Ness investigará cajones vacíos en ministerios sin competencia, consejerías sin fluidez y ayuntamientos dando la cara sin que el resto de las instituciones les den ni los buenos días.
Si teníamos dudas sobre la soberanía popular y nuestra capacidad de autogestión como Estado, tras aquella reforma constitucional, abandonamos toda esperanza, ya que establecía sin ningún género de dudas que “el Estado y las Comunidades Autónomas no podrán incurrir en un déficit estructural que supere los márgenes establecidos, en su caso, por la Unión Europea para sus Estados Miembros”. Y añadía, bajo otros corsés políticos de variado pelaje que “una Ley Orgánica fijará el déficit estructural máximo permitido al Estado y a las Comunidades Autónomas, en relación con su producto interior bruto”. Más un estrambote: “Las Entidades Locales deberán presentar equilibrio presupuestario”.
A primera vista, todo parece perseguir nuestra felicidad como pueblo y que no nos embarquemos en más ronchas dinerarias de las que podamos permitirnos: “El volumen de deuda pública del conjunto de las Administraciones Públicas en relación con el producto interior bruto del Estado no podrá superar el valor de referencia establecido en el Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea”. Lo que me parece, sin embargo, paradójico es uno de los epígrafes de dicha norma, para cuya aplicación no sólo haría falta una nueva autoridad fiscal independiente sino quitarnos las orejeras actuales: “Los límites de déficit estructural y de volumen de deuda pública sólo podrán superarse en caso de catástrofes naturales, recesión económica o situaciones de emergencia extraordinaria que escapen al control del Estado y perjudiquen considerablemente la situación financiera o la sostenibilidad económica o social del Estado, apreciadas por la mayoría absoluta de los miembros del Congreso de los Diputados”. ¿No estamos acaso ante una catástrofe, no se sabe si natural o artificial, cuyo tsunami social roza el de los seis millones de parados? ¿No sufrimos la recesión en las carnes populares, por más que los mercados nos perdonen la vida en la macroeconomía? ¿No nos enfrentamos a una situación de emergencia extraordinaria que escapa al control del Estado porque cada vez hay menos contribuyentes y cada vez hay más manos que reclaman caridad o justicia?
Habrá que preguntarse si esa nueva autoridad fiscal independiente enviará a los antidisturbios de las agencias de rating, de las grandes corporaciones bancarias y del neoliberalismo mundial, a sofocar las revueltas de cualquier parlamento que se atreva a saltarse esa norma a la torera. Como ya suele ocurrir, a diario, con los ciudadanos que se rebelan ante un desahucio o ante esa rara costumbre de impedir a la brava cualquier tipo de manifestaciones, sobre todo las pacíficas.
Dado nuestro creciente proceso de europeización y a la vista de sus penosos resultados electorales, hay un firme candidato para cubrir la plaza de esa nueva autoridad fiscal independiente. Se llama Mario Monti, cuyos éxitos económicos en Italia son tan incontestables que lo mismo no podemos ficharlo tal y como nos agradaría. Y es que si el Vaticano busca realmente a un Papa tecnócrata, el cónclave de esta semana seguro que le elige como sucesor de San Pedro.
Juan José Téllez
dilluns, 11 de març del 2013
EL ENCANTO DE MORELLA
Encaramada espectacularmente en la
vertiente de una montaña, la ciudad amurallada de Morella, la antigua Castra
Aelia de los romanos y feudo del carlismo en tiempo del general Cabrera,
señorea el paisaje de los Puertos. Con esta elaborada
descripción comienza en la Wikipedia el apartado dedicado a la historia
de Morella, la capital de la comarca de Els Ports, al N de la provincia
de Castellón.
Aunque se puede acceder en coche por
cualquiera de las dos puertas de su imponente muralla (San Miguel y San
Mateo), es aconsejable dejarlo en alguno de los aparcamientos situados en
su parte exterior y entrar al casco antiguo caminando sin prisas para no
perderse un solo detalle de todo el encanto que se nos muestra ante nuestros
ojos.
El recorrido más aconsejable dará comienzo en
la puerta de San Miguel, en la parte N de la población. Des de allí
podremos ver como la serpenteante carretera continúa hacia Alcañiz
pasando junto el antiguo acueducto que abastecía de agua el municipio. Nada más
cruzar la puerta encontraremos la oficina de turismo y, adosada a la muralla,
una placa recuerda la visita de los Reyes de España D. Juan Carlos y Dña.
Sofía.
Subiremos por la cuesta de Minguet y, a
la altura del antiguo hospital (hoy centro de atención primaria) giraremos
hacia la izquierda por la calle de Juan Giner para dirigirnos hacia el
centro de la población. Seguiremos por la calle Virgen del Pilar,
posteriormente por el de la Marquesa de Fuente Sol y finalmente por la Blasco
de Alagón.
Durante este recorrido nos iremos encontrando
con las más variadas tiendas: pastelerías, carnicerías, objetos de regalo,
artesanía, ropa y complementos, entidades financieras y, por supuesto, bares y
restaurantes, sobre todo en la parte final de recorrido, la parte más
interesante por sus antiguas casas con soportales.
Para poder tener la mejor perspectiva del
pueblo habrá que subir al castillo que primero fue árabe, después cristiano y,
finalmente, cuartel general de Ramón Cabrera, el general carlista
originario de Tortosa. Cuando lleguemos a la parte final de la calle Blasco
de Alagón, torceremos hacia la derecha dando un giro de 180º para coger la
calle Alta de San Francisco. A los pocos metros, nos va a llamar la
atención un mosaico adosado en una casa de la parte izquierda. Allí se explica
un milagro que realizó San Vicente Ferrer resucitando al hijo de un amigo suyo
que, su mujer, enajenada, lo había hecho a pedazos para servirlo como manjar
a sus invitados. De aquí hasta el castillo todavía tendremos que
subir un poco más y pasar por un sendero que nos llevará al pie de las
escaleras.
¿QUÉ VISITAR? Por
supuesto las murallas y el castillo, pero también la iglesia arciprestal de Santa
María la Mayor, la Casa de la Villa (sede del ayuntamiento), el
convento de San Francisco, el museo Tiempo de Dinosaurios y el
museo del Sexenio.
¿CÚANDO IR? A
Morella se puede ir en cualquier época del año. Personalmente me encanta en
invierno cuando la cubre el manto de nieve. Ahora bien, el momento más álgido
se produce cada 6 años cuando se celebra el conocido Sexenio. Estas
fiestas tradicionales datan de 1673 y comienzan como agradecimiento a la Virgen
de la Vallivana, la patrona de la población, por obrar el milagro de
detener la gran epidemia de cólera que hubo el año anterior. El próximo Sexenio
se celebrará en 2018 y, el año anterior tendrá lugar lo que se conoce como
el Anuncio.
La ermita de la Virgen de la Vallivana
está situada en la carretera de Vinaròs a Alcañiz, a 23 Km. de Morella. Al dar
comienzo el Sexenio, se celebra una multitudinaria e impresionante
procesión que recorre la distancia entre el santuario de la patrona y el
pueblo.
¿QUÉ COMER? Al ser
tierra de interior, es aconsejable la carne (de cordero, vacuno y caza), como
el tradicional ternasco. Pero el visitante no puede marcharse sin probar la
olla morellana (un cocido con carne de cerdo, morcilla, verduras patata y
alubias) En cuanto a los dulces son famosos los flaons, rellenos de
requesón y almendra. Durante el otoño de un año de lluvias hay que degustar la
que sin duda es la seta más apreciada: el robellón.
¿DÓNDE ALOJARSE? Morella dispone de
varios hoteles y hostales, así como una extensa oferta de alojamientos rurales,
alguno de ellos con mucho encanto.
¿QUÉ COMPRAR? En
artesanía son típicas sus mantas y en gastronomía no lo son menos sus quesos,
cecinas y miel.
¿CÓMO LLEGAR?
Todavía recuerdo la sinuosa carretera que antaño llevaba al viajero hasta Morella.
Afortunadamente hoy en día ha mejorado mucho aunque en algunos tramos todavía
nos podemos encontrar con largas y cerradas curvas además de los puertos de
montaña de Querol y Torremiró.
Desde la costa Mediterránea cogiendo la
carretera N-232 de Vinaròs a Alcañiz y desde otros puntos
de España, desde Alcañíz cogiendo la misma carretera en sentido
contrario.
ALREDEDORES. Tanto
la comarca de els Ports y su vecina del Alt Maestrat tienen un valioso
patrimonio natural y arquitectónico: Sant Mateu del Maestrat, Cervera
del Maestre, Catí, Ares del Maestre, Benasal, Culla,
el santuario de Nuestra Señora de la Balma, las pinturas rupestres de la
Valltorta y el centro de interpretación de las mismas en el término
municipal de Tirig (patrimonio de la Humanidad), etc.
EL DATO. Los
campos que rodean Morella son ricos en trufas, pero encontrarlas es todo un
arte que no está al alcance de todo el mundo.
Página web recomendada:
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