Más del 60% de los habitantes del planeta vive en un Estado
federal. El modelo, sin embargo, provoca alergia no solo en la derecha
española, que lo cree la antesala de la desaparición de la patria, sino
también en sectores de la izquierda, que lo ven incompatible con la
solidaridad.
Texto: Juan Mayoral.
A medio camino entre el Estado unitario y el Estado federal, la
España autonómica lleva al menos 34 años, desde que se aprobó la
Constitución, intentando encontrarse a sí misma. Y ahora, la crisis, de
nuevo la crisis, se ha convertido en la excusa de quienes quieren otro
modelo: a un lado, una derecha ultramontana que utiliza el supuesto
coste de la organización autonómica para apostar por una mayor
centralización; al otro, un independentismo con tintes oportunistas que
reviste ahora de autosuficiencia económica su ideario.
El debate ha servido para que volviera a abrirse camino, entre los
extremos, la opción federalista, una propuesta permanente en algunos
nacionalismos moderados y formaciones como Izquierda Unida, y sobre la
que el PSOE se ha movido con ambigüedad hasta que las últimas elecciones
catalanas le han empujado a decantarse por ella, no sin críticas
internas. ¿Es la solución a las tensiones territoriales que jalonan el
devenir político del país desde hace décadas? ¿Garantiza la convivencia
o, por el contrario, supone avanzar en la desunión de los territorios?
Lo que aquí sigue no es una respuesta única, sino un análisis en diez
preguntas del Estado federal y de las consecuencias de su posible
implantación en España, apoyado en las declaraciones a Números Rojos de
dos expertos: Ramón Máiz, canario residente en Galicia, catedrático de
Ciencia Política de la Universidad de Santiago de Compostela, miembro de
Federalistas en Red y autor de “La frontera interior”, y Victoria
Camps, catalana, catedrática de Filosofía Moral y Política de la
Universidad Autónoma de Barcelona y senadora por el PSC-PSOE entre 1993 y
1996.
1. ¿En qué se diferencia la actual España autonómica de un Estado federal?
Entendido el federalismo como la asociación de varios organismos que,
conservando un determinado grado de autonomía, delegan diversas
funciones en uno superior, poco o nada se diferencia de él el Estado
español. En ello coinciden Ramón Máiz y Victoria Camps. De hecho,
añaden, la implantación del sistema federal en España no supondría una
ruptura con el modelo actual, sino un resultado lógico de su propia
evolución.
“El Estado autonómico es ya un Estado federal”, afirma tajante Máiz,
quien añade que, de hecho, así es considerado en política comparada.
“Cierto es –explica- que, como ha sido producto de la evolución y no del
texto constitucional del 78, plantea algunos déficits de diseño, como
el Senado”, de forma que una reforma en esa dirección sería en realidad,
simplemente, “una corrección dentro del mismo modelo de Estado,
caracterizado, por un lado, por el autogobierno y el gobierno
compartido, y por otro, por la unidad y la diversidad, que son las
grandes características de todo Estado federal”.
Camps cree incluso que el término federal podría perfectamente
acompañar actualmente la definición del Estado español. Aunque también
defiende la introducción de reformas: además de la del Senado, “la de la
financiación, que es la madre del cordero y de todas las
insatisfacciones, encaminada a buscar una mayor equidad”.
2. ¿Qué ventajas tendría la evolución hacia un Estado federal frente a una recentralización?
No
hay marchas atrás. No solo porque la consolidación del sistema
autonómico así lo indica, sino por más razones. “Por supuesto, por el
respeto a las diversas sensibilidades –contesta la exsenadora catalana-,
pero también porque el modelo actual no es ineficaz, aunque haya que
mejorarlo. Volver a un Estado centralizado sería un retroceso en todos
los sentidos”.
Ramón Máiz desgrana las ventajas del federalismo. Uno: “Concilia el
autogobierno de la comunidades con un proyecto común de gobierno
compartido”. Dos: “Permite ajustar la acción de gobierno a las
preferencias de los electores, diferentes en cada estado o comunidad
autónoma, lo que facilita, además, la experimentación”. Y tres:
“Optimiza mejor los recursos, lo que lo hace más barato, racional y
eficaz”.
3. ¿Qué competencias mantendría el Gobierno central en un Estado federal?
No
hay una respuesta tajante a esta pregunta, aunque sí, de nuevo, una
coincidencia en el fondo: debe ser la evolución del actual modelo el que
defina el resultado final y, además, siempre con el acuerdo entre las
partes como base del proceso. Sin embargo, la experiencia –y también lo
hace Artur Mas al dibujar su hipotético Estado independiente catalán-
sitúan la Política Exterior y la Defensa como elementos prácticamente
innegables a ese Gobierno central.
Camps reconoce las dudas que le sugiere la posibilidad de que
Hacienda fuera transferida a los estados miembros. Pero sí advierte de
que, esté en manos de un Gobierno central o no, debiera acabar con la
actual “injusticia que supone el reparto fiscal” y que explica así: “Hay
al menos tres comunidades, Cataluña, Madrid y Baleares, que dan más de
lo que reciben y eso, en principio, es injusto. Es verdad que el que más
tiene tiene que dar más, pero ¿es ese principio válido también entre
comunidades?”. La catalana añade también que, fuera cual fuera el
reparto de competencias, debiera existir un catálogo de prestaciones
básicas que garantizara la igualdad del Estado de Bienestar en todos los
territorios.
Máiz afirma que caben todas las posibilidades, aunque recuerda que
muchas políticas dependen ya de la Unión Europea, que es también, en
definitiva, un Estado federal, “aunque ahora hemos perdido competencias
en favor de instancias no controladas democrática ni electoralmente,
como el Banco Central”. El catedrático gallego recuerda que el
federalismo concede también un papel primordial al nivel municipal, que
otorga competencias “muy importantes” a los ayuntamientos. Y recuerda el
término “coordinación no jerárquica” para destacar la posibilidad de
que las autonomías lleguen a acuerdos para la prestación de ciertos
servicios, pero “sin imposiciones desde Madrid”.
4. ¿Cuál sería el proceso para
llegar a un Estado federal: un referéndum vinculante, una reforma de la
Constitución, la adscripción voluntaria de sus miembros…?
Máiz
lo tiene claro. A su juicio, la sentencia del Tribunal Constitucional
que limitaba el alcance del Estatuto de Cataluña –“que supone un
retroceso no solo con respecto al funcionamiento del sistema político,
sino con respecto a sentencias anteriores del propio Tribunal”- ha
cerrado la vía “de reforma del sistema desde abajo, a través de los
diferentes estatutos y su aprobación en el Parlamento. Ahora, la única
vía que queda –asegura- es la de la reforma constitucional”.
Camps, por su parte, constata una realidad: que normalmente los
estados federados se han construido mediante un proceso de unión de
organismos independientes, mientras que en España sería al revés, la
evolución contraria de un ente único. En cualquier caso, se muestra
convencida de que las “ventajas” de un Estado federal animarían a todos a
sumarse.
5. ¿Satisfaría las demandas nacionalistas o podrían resurgir en el futuro en busca de mayor independencia?
Responde
el catedrático de la Universidad de Santiago: “La política comparada
demuestra que, si bien el federalismo no termina con las
reivindicaciones nacionalistas, sí puede acomodar cierto tipo de ellas”.
Máiz cree que serviría para “disminuir las presiones independentistas,
siempre y cuando sea un federalismo bien diseñado, no unitario como
Alemania, sino que tenga en cuenta la realidad plurinacional”.
Lo que sí tiene claro son los efectos perniciosos del proceso
contrario: “La recentralización a la que tendemos ahora genera
nacionalismos, español y periférico, de Estado y contra el Estado, que
se retroalimentan mutuamente”. Por eso, defiende como respuesta “la
lógica del Estado federal, basada en el acuerdo, la lealtad y el pacto”.
6. ¿Debería ser un Estado federal simétrico o asimétrico?
Es
decir, ¿debería mantenerse el ‘café para todos’ que presidió el
desarrollo del Estado autonómico actual con el propósito de evitar
diferencias entre comunidades? No parece la solución. Tanto Máiz como
Camps entienden que realidades diferentes merecen tratamientos
diferentes. “Está claro que el sistema español es asimétrico –afirma el
primero-. Esto no quiere decir asimetría económica o que no exista
redistribución.
Un elemento fundamental del federalismo es la igualdad, y la
solidaridad interterritorial es irrenunciable, pero eso no tiene nada
que ver con reconocer que hay comunidades y regiones diferentes.
Asimétrico en lo político, en lo cultural, en la propia organización
interior, en la lengua propia…, pero no en lo económico, tiene que haber
mecanismos de cohesión y de solidaridad interterritorial”.
La exsenadora cree, incluso, “que una cierta simetría es necesaria,
porque si no Cataluña nunca estará satisfecha”, y apuesta por “unos
mínimos comunes y, más allá, alguna diferencia”.
7. ¿Su composición sería similar
a la actual, es decir habría los mismos Estados que ahora Comunidades o
habría que tender a reformularlo?
Hay
ejercicios futuristas para todos los gustos. Algunos diseños imaginan a
Madrid como parte de una Castilla-La Mancha más amplia; un León
independiente extendido hasta Cantabria o una Valencia catalana. Pero, a
juicio de los expertos consultados por Números Rojos, aunque la lógica
podría aconsejar algunos cambios, lo normal es que la tradición
autonómica actual se imponga.
Camps, partidaria de que sea la evolución la que marca el final del
camino, cree que ello conlleva el mantenimiento de las ‘fronteras’
actuales, “aunque bien es cierto que, si se empezara de nuevo, cosa muy
difícil, cabría reformular algunos territorios, algunos de los cuales,
incluso, podrían sentirse más a gusto. Pero en la situación actual, por
lo que supone de pérdida de supuestos privilegios, sería muy difícil”.
De la misma opinión es Máiz. A su juicio, se trata de “un problema
político, no técnico” y, tras recordar las dificultades que conlleva en
la actualidad unificar municipios, cree “poco realista” una
reformulación de los territorios tras “muchos años con estas comunidades
que han generado identidades propias”.
8. ¿Existe algún modelo que sirva de ejemplo?
La
exsenadora catalana asegura que Alemania es el “más próximo” a España.
Ramón Máiz, por su parte, aclara que “cada sistema federal es producto
de su historia”, que en el caso de España, además, es especialmente
determinante: “Tenemos nuestra propia experiencia institucional, así que
partiríamos de una evolución muy sólida de un sistema autonómico que ha
funcionado”.
9. ¿Es el Estado federal compatible con la monarquía?
Sí, sin dudas, “con una monarquía parlamentaria con rey que reina y
no gobierna, es compatible –dice Máiz-. El federalismo no tiene por qué
ser de izquierdas, admite modelos más o menos liberales”. Camps apoya el
análisis: “Federalismo o centralismo es un debate; monarquía o
república, otro”.
10. ¿Es posible acometer una reforma de este calado en tiempo de crisis? ¿Veremos una España federal?
Los
dos expertos consultados por Números Rojos coinciden en la misma idea:
“Las crisis pueden ser el momento ideal para reformular el modelo”. El
catedrático de la Universidad de Santiago recuerda que, de hecho, “buena
parte de culpa de la crisis la tiene el hecho de que hemos abandonado
la política y, de la mano del neoliberalismo ideológico, nos hemos
puesto en manos de los mercados financieros y de la desregulación
absoluta de una economía salvaje”.
Bajo esa premisa, afirma que “este es el momento de reclamar una
Europa federal”, aunque, sobre si veremos ese modelo en España, se
muestra escéptico, cuando el PP lo rechaza y el PSOE “lo asume con la
boca pequeña, empujado por el PSC y con compañeros que hablan de él como
si fuera la bicha”. Camps, tras coincidir en que “las crisis obligan a
hacer autocrítica y a reformular” los sistemas, se limita a mostrar un
deseo: “Quiero pensar que antes de morir veré resuelto el problema
catalán”.