Miguel Guillén
Politólogo y autor del libro ‘Podemos-Izquierda Unida. Del desamor a la confluencia’ @miguelguillen80
Politólogo y autor del libro ‘Podemos-Izquierda Unida. Del desamor a la confluencia’ @miguelguillen80
Parece que Esquerra Republicana empieza por fin a desacomplejarse. Supongo que ver a Puigdemont de cañas por Bélgica debe de causar indignación entre los miembros de un partido que tiene a su líder en la cárcel. Aunque seguramente este no es el (único) motivo por el que los dirigentes de ERC empiezan a decir en público lo que hace tiempo que piensan y no se atrevían a explicitar. Las declaraciones del respetado Joan Tardà hace unos días en una entrevista en La Vanguardia son diáfanas: “si es necesario, habrá que sacrificar a Puigdemont”. Y la decisión de Roger Torrent, flamante nuevo presidente del Parlament, de aplazar el pleno de investidura, deja bien a las claras que ERC no valida la estrategia de Puigdemont y sus acólitos. El “combate de judo” al que a menudo hace referencia Enric Juliana vuelve a tomar protagonismo. La ruptura del bloque independentista, dicen algunos… No canten victoria tan rápido, no sean ingenuos.
Creo que es interesante recordar un hecho importantísimo. Como sabemos, el 26 de octubre el por entonces President de la Generalitat estuvo a punto de convocar elecciones. Había que preservar las instituciones catalanas y la decisión estaba tomada. El papel del lehendakari Urkullu fue imprescindible en las horas previas para convencer a Puigdemont de la necesidad de no poner en bandeja al gobierno de Rajoy la aplicación del artículo 155 de la Constitución. Pero aquella mañana, cuando se supo de las intenciones del hoy ex President, las redes sociales hirvieron y numerosos dirigentes procesistas empezaron a tachar a Puigdemont de traidor. “155 monedas de plata”, escribió en Twitter Gabriel Rufián, diputado de ERC en el Congreso. El President entró en modo pánico y se echó atrás. No podía quedar como el malo de la película y mucho menos como un traidor a la patria y al “Poble català”. En definitiva, no convocaba elecciones y la vía fake-unilateralista seguía adelante, aunque la simbólica República Catalana duró menos que un caramelo en la puerta de un colegio. El en la Moncloa aún se sorprenden de lo fácil que ha sido aplicar el artículo 155, de lo obedientes que han sido los funcionarios y cargos de confianza de la Generalitat, muchos de ellos fieles a la doctrina procesista. Porque con las cosas del comer no se juega.
Puigdemont es un hombre enganchado a las redes sociales, particularmente a Twitter, y ello fue fundamental a la hora de no poder aguantar la presión aquel 26 de octubre. No es difícil aventurar que si hubiera quedado como un traidor ERC se hubiera beneficiado a nivel electoral, y miren ahora cómo han cambiado las tornas. Al fin y al cabo, el procesismo también consiste en una lucha por la hegemonía del nacionalismo catalán. El error de ERC en aquel momento fue no apoyar la decisión que ya había tomado Puigdemont. El tuit de Rufián lo simbolizó a la perfección. El gran error de ERC. Supongo que en la sede de la calle Calabria de Barcelona empiezan a darse cuenta ya que los tuits de Rufián pueden tener su gracia durante unos minutos, pero la fama en Twitter es efímera y la política consiste en otra cosa. Comparen a Rufián con Tardà. No hay color. A veces pienso que el veterano político de Cornellà debe de tirarse de los pelos con algunas de las peripecias de su compañero de escaño.
Hoy, como sabemos, Puigdemont goza de gran apoyo popular no solamente entre las filas neoconvergentes, sino también entre el electorado de ERC y la CUP. Se ha erigido como el gran mesías del procesismo y ERC tiene buena parte de responsabilidad en la creación del monstruo. La manifestación de Bruselas, con nutrida representación de dirigentes y militantes de Esquerra, no fue más que un gran acto electoral a favor de Puigdemont. Otro error de cálculo del histórico partido de Macià y Companys, que no sé qué pensarían si levantaran la cabeza. La historia del 21 de diciembre ya la sabemos: Puigdemont y el gen convergente (en expresión de Enric Juliana) ganaron la batalla por la hegemonía procesista. El puigdemontismo venció. El gen convergente nunca muere, y la capacidad de sus huestes a la hora de crear discurso y amplificarlo mediáticamente es digna de elogio y estudio. Expliquen lo que expliquen, su electorado compra el mensaje. Sea el que sea. Y es que la fe mueve montañas. Guillem Martínez lo explica magistralmente en sus imprescindibles crónicas en CTXT.
Pero Puigdemont es humano. Es una persona, y el riesgo de pasar al olvido en poco tiempo siempre estará ahí. Por eso se aferra al cargo, porque sabe que si no es investido President puede ir a parar a la cruel papelera de la historia antes de lo que nos pensamos. Porque la vida sigue y el procesismo seguirá, con unas o con otras personas. Por eso también algunos dirigentes neoconvergentes ya empiezan a hablar de repetir las elecciones, porque probablemente estarían ante una ocasión de oro para machacar a ERC y sus coqueteos con la traición a la patria. La megalomanía puigdemontista, si bien a más de la mitad de la población catalana le produce alergia, seduce a amplios sectores del procesismo, y eso sus estrategas lo saben. Durante el franquismo tocaba callar y quedarse en casa, en los ochenta y noventa tocaba votar a Pujol, hoy toca votar a Puigdemont. Sean obedientes, por favor.
Lo que está quedando cada vez más claro es que el procesismo está beneficiando claramente a las derechas. No perdamos de vista que los dos partidos más votados en las elecciones del pasado 21 de diciembre fueron C’s y JxC. Se demuestra una vez que el incremento del fervor nacionalista (español o catalán) beneficia a las derechas, que históricamente han patrimonializado el pedigrí identitario que funciona como perfecto anestésico contra los problemas reales de las clases populares. La pregunta que debemos lanzar al aire es clara: ¿se ha cerrado la ventana de oportunidad que abrió el 15-M y más tarde Podemos? Porque no lo olvidemos: puede que el PP salga tocado de todo esto, pero no se pierde ni uno solo de sus votos, porque los desencantados van a votar religiosamente, vía cosmética, a Ciudadanos. Más de lo mismo, pero con una imagen menos casposa y (de momento) limpia de polvo y paja.
La pasada semana llamaron la atención los mensajes que se intercambiaron Puigdemont y Toni Comín que captó un cámara de Telecinco. Se ha llegado a decir que el procesismo está acabado. ¿Seguro? No sean ingenuos, por favor. La nueva temporada de esta serie acaba de comenzar y promete ofrecernos nuevas tramas y emociones. Ahora se habla de crear una presidencia simbólica, que ocuparía Puigdemont, y otra efectiva, que ejercería un testaferro suyo. Fíjense: la capacidad creativa del procesismo no tiene límites, básicamente porque cuenta con un chollo valiosísimo: su electorado compra cualquier chanchullo (astucia en lenguaje procesista) y cualquier mensaje, por esperpéntico que sea. Por eso sorprenden fallos en lo simbólico como que Puigdemont haya llegado a plantearse alquilar una mansión nada menos que en Waterloo. Es inevitable que se te escape la risa, máxime cuando el procesismo ha cuidado hasta el más mínimo detalle y con particular esmero el simbolismo y la escenografía: desde las performances de los 11 de septiembre a todo tipo de concentraciones y acciones, pasando por el tour bruselense de Puigdemont de la manita de la derecha identitaria flamenca.
Estos días he llegado a pensar que ERC se está desacomplejando y puede que rompa su ya largo matrimonio con los neoconvergentes. El abrazo del oso. Pero igual soy un ingenuo. Esto puede que no acabe nunca. Puede que ERC nunca llegue a plantearse una alianza con las izquierdas catalanas. Pero soñar es gratis: puede que ERC se desacompleje definitivamente y apueste algún día por sumar a la izquierda y no a la derecha. Que piense en lo social y no anteponga lo identitario. Nunca es tarde si la dicha es buena.
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