dijous, 19 de setembre del 2013

Derrotar a la derecha

Antonio Antón
Profesor honorario de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid

Para desplazar a la derecha del poder institucional es condición necesaria (aunque no suficiente) la reorientación y renovación del PSOE, cuestión todavía no resuelta. Ésta depende del refuerzo de un campo sociopolítico progresista. El aspecto principal que pueda impulsar el proceso renovador es externo al propio partido socialista, aunque tenga reflejo en parte de sus bases y dirigentes. La desafección electoral, la amplia movilización social y el incremento electoral a su izquierda ya suponen un condicionamiento positivo hacia su renovación. Pero parece que no son suficientes o no hay bastante sensibilidad interna para garantizar un cambio significativo. La cuestión es si se afianzan esas dinámicas, incrementando los riesgos y costes sociales de su continuismo, aunque confían en neutralizarlas o que no se produzcan: la conformación de nuevas dinámicas sociopolíticas o nuevos sujetos transformadores progresistas que desgasten el proyecto de derechas y promuevan también el cambio político e institucional y las perspectivas de ampliación de un bloque social y electoral a su izquierda. La cuestión es que si no se mantiene una fuerte contestación social que incida en la contienda política, el riesgo para el propio partido socialista es que tampoco se desgaste la derecha y sea insuficiente su controlada y discontinua oposición parlamentaria.
Esos dos componentes, deslegitimación de la derecha, con la derrota de la austeridad, y ampliación del apoyo social y electoral a las izquierdas, deben ser lo suficientemente consistentes y generar una presión sustancial para que la dirección socialista imprima un giro a su estrategia y a las inercias o intereses corporativos de su aparato. El riesgo de no estimularlo o frenarlo supondría profundizar la tendencia de su declive representativo, su desorientación programática y su alejamiento de la confianza popular. Y de lo que para muchos es más operativo y fundamental: su pérdida o irrelevancia respecto del poder institucional durante un largo periodo.
Estas consecuencias probables deberían ser tenidas en cuenta y afectar a su actuación, sin confiar en su simple capacidad comunicativa que, sin cambiar de políticas y liderazgos, ya ha demostrado su impotencia para ganar credibilidad. Pero también constituirían un alejamiento de las posibilidades de cambio institucional global aunque, al mismo tiempo, se produzcan ascensos electorales de las izquierdas plurales. Incluso podría darse la paradoja de generarse, por un lado, un avance del poder institucional de las izquierdas en el ámbito local y autonómico junto, por otro lado, la permanencia de las derechas y la frustración de las izquierdas, ante la prioridad socialista, en el ámbito estatal, por las alianzas de centro o el consenso con las derechas que, a su vez, mermara sus apoyos electorales.
Ante la tarea socialista de superar la amplia desafección ciudadana se le plantea un dilema. O continuismo político y organizativo con la referencia del consenso europeo dominante y con la derecha, con su apuesta  de una austeridad ‘flexible’ o complementada, en la falsa creencia de poder recuperar una parte de electorado centrista. O bien, una oposición clara y firme que, más allá de la retórica, fortalezca las energías sociales para acabar con la austeridad y la corrupción, democratizar el sistema político y colaborar con el conjunto de fuerzas progresistas y de izquierda en una alternativa de gestión progresista. Y, en ese sentido, se conforme un horizonte de cambio institucional, hasta desalojar a las derechas. Primero, con ocasión de las elecciones locales en grandes municipios y Comunidades Autónomas (especialmente en lugares donde casi se ha asentado un ‘régimen’ político implacable como Madrid y la Comunidad valenciana, o que presenta rasgos particulares muy significativos como el cambio progresista en Navarra). En ese ámbito es más fácil, ya hay experiencias de gobiernos unitarios de izquierdas, y podría constituir un aprendizaje y una transición para el cambio gubernamental estatal, sujeto a más dificultades. Segundo, en las elecciones generales, echando al PP del Gobierno y asegurando una alternativa política de izquierdas. Las inminentes elecciones europeas, aparte de su dimensión específica para debilitar en la UE las opciones conservadoras, son una ocasión para fortalecer esa perspectiva de cambio.
La primera opción de la dirección socialista parte de su diagnóstico erróneo de que el distanciamiento de gran parte de la sociedad ha sido tanto por su derecha cuanto por su izquierda. No considera que el descontento mayoritario se generó por su gestión antisocial y poco respetuosa con sus compromisos sociales y democráticos. La desafección no se produjo por la derecha y por la izquierda, a partes iguales, respecto de su hipotético ideario de centro izquierda. El posicionamiento mayoritario de las personas desafectas, aún las auto-posicionadas ideológicamente como centristas, estaba a la izquierda de su gestión económica, criticada como ‘antisocial’ o ‘ineficiente’, y reflejaban mayor exigencia democrática ante su poco respecto a sus compromisos sociales o el contrato público con su base electoral. Es decir, aunque una parte de las personas desafectas se consideren ideológicamente de centro, su actitud crítica se sitúa a la izquierda de la gestión gubernamental anterior (y la actual del PP) y no terminan de fiarse de la retórica socialista de renovación o de nuevas ofertas o guiños sociales poco creíbles, tal como detallo en un libro de próxima aparición (Ciudadanía activa. Opciones sociopolíticas frente a la crisis sistémica, ed. Sequitur).
La opción continuista de los líderes socialistas, aun con leves modificaciones, está dependiente, sobre todo, de sus relaciones con los poderes económicos e institucionales, estatales y europeos; es la dominante en la socialdemocracia europea, particularmente la alemana. Sin embargo, su dificultad adicional es que no resuelve la tarea del ensanchamiento de sus bases sociales, con una mayor unidad y activación del campo progresista en torno a un nuevo proyecto social, democrático y europeo. Por tanto, no garantiza el ascenso de la confianza ciudadana y, particularmente, el cambio político-institucional con la fuerza social suficiente para implementar un programa de progreso que ilusione a la mayoría de la sociedad y, especialmente, de los jóvenes. La estrategia no es funcional con los objetivos explícitos de la recuperación electoral e institucional.
La segunda opción, tímidamente señalada por los socialistas franceses, y apenas apuntada en las actuales deliberaciones preparatorias de su conferencia programática, tiene sus riesgos pero, sobre todo, ofrecería nuevas oportunidades. La principal objeción oficial por la que se desecha, es que solo podría conseguir apoyos minoritarios (ofreciendo el electorado centrista a manos de las derechas). Es un diagnóstico interesado e irreal, cuando está demostrado por múltiples encuestas de opinión, que la mayoría de la sociedad, en muchos casos en torno a dos tercios, se opone a los recortes sociolaborales, defiende el empleo decente, los derechos sociales y los servicios públicos,  exige más democracia y acción contra la corrupción, y está de acuerdo con las protestas sociales progresistas. Desde luego, supondría un giro programático y de actuación política y organizativa hacia la izquierda respecto de su gestión anterior y profundizar su talante democrático. Pero eso sería coherente con sus referencias de ‘centroizquierda’ y no le alejaría de la mayoría de gente progresista, sino que reforzaría sus vínculos con la mayoría de la sociedad. Dicho de otro modo, para aplicar una estrategia de ‘centro-izquierda’, más social y democrática, capaz de representar las opiniones progresistas de centro e integrar compromisos sociales con electorados de izquierda, la dirección socialista debe girar a la izquierda de su gestión gubernamental anterior, particularmente su política socioeconómica y laboral, percibida por amplios sectores como de ‘derechas’, y apostar por una regeneración democrática. Esa apuesta, siempre que sea seria y consiga suficiente credibilidad, es la más sólida para reencontrarse con su propia base social y electoral, ampliar sus apoyos y converger con otras fuerzas progresistas.
En conclusión, no está clara la resolución de los dilemas de la dirección socialista en un sentido que asegure un cambio institucional progresista e, incluso, que su nueva orientación les permita una renovación y ampliación de sus bases sociales y electorales. Sería una circunstancia perjudicial no solo para el propio partido socialista, sino para el conjunto de las fuerzas progresistas y las expectativas de cambio institucional a medio plazo. Implica la necesidad de un debate colectivo ante la expectativa de poder echar a la derecha y abrir un periodo progresista.