Antonio Antón
Profesor honorario de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid
Profesor honorario de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid
Para desplazar a la derecha
del poder institucional es condición necesaria (aunque no suficiente) la
reorientación y renovación del PSOE, cuestión todavía no resuelta. Ésta
depende del refuerzo de un campo sociopolítico progresista. El aspecto
principal que pueda impulsar el proceso renovador es externo al propio
partido socialista, aunque tenga reflejo en parte de sus bases y
dirigentes. La desafección electoral, la amplia movilización social y el
incremento electoral a su izquierda ya suponen un condicionamiento
positivo hacia su renovación. Pero parece que no son suficientes o no
hay bastante sensibilidad interna para garantizar un cambio
significativo. La cuestión es si se afianzan esas dinámicas,
incrementando los riesgos y costes sociales de su continuismo, aunque
confían en neutralizarlas o que no se produzcan: la conformación de
nuevas dinámicas sociopolíticas o nuevos sujetos transformadores
progresistas que desgasten el proyecto de derechas y promuevan también
el cambio político e institucional y las perspectivas de ampliación de
un bloque social y electoral a su izquierda. La cuestión es que si no se
mantiene una fuerte contestación social que incida en la contienda
política, el riesgo para el propio partido socialista es que tampoco se
desgaste la derecha y sea insuficiente su controlada y discontinua
oposición parlamentaria.
Esos dos componentes,
deslegitimación de la derecha, con la derrota de la austeridad, y
ampliación del apoyo social y electoral a las izquierdas, deben ser lo
suficientemente consistentes y generar una presión sustancial para que
la dirección socialista imprima un giro a su estrategia y a las inercias
o intereses corporativos de su aparato. El riesgo de no estimularlo o
frenarlo supondría profundizar la tendencia de su declive
representativo, su desorientación programática y su alejamiento de la
confianza popular. Y de lo que para muchos es más operativo y
fundamental: su pérdida o irrelevancia respecto del poder institucional
durante un largo periodo.
Estas consecuencias probables
deberían ser tenidas en cuenta y afectar a su actuación, sin confiar en
su simple capacidad comunicativa que, sin cambiar de políticas y
liderazgos, ya ha demostrado su impotencia para ganar credibilidad. Pero
también constituirían un alejamiento de las posibilidades de cambio
institucional global aunque, al mismo tiempo, se produzcan ascensos
electorales de las izquierdas plurales. Incluso podría darse la paradoja
de generarse, por un lado, un avance del poder institucional de las
izquierdas en el ámbito local y autonómico junto, por otro lado, la
permanencia de las derechas y la frustración de las izquierdas, ante la
prioridad socialista, en el ámbito estatal, por las alianzas de centro o
el consenso con las derechas que, a su vez, mermara sus apoyos
electorales.
Ante la tarea socialista de
superar la amplia desafección ciudadana se le plantea un dilema. O
continuismo político y organizativo con la referencia del consenso
europeo dominante y con la derecha, con su apuesta de una austeridad
‘flexible’ o complementada, en la falsa creencia de poder recuperar una
parte de electorado centrista. O bien, una oposición clara y firme que,
más allá de la retórica, fortalezca las energías sociales para acabar
con la austeridad y la corrupción, democratizar el sistema político y
colaborar con el conjunto de fuerzas progresistas y de izquierda en una
alternativa de gestión progresista. Y, en ese sentido, se conforme un
horizonte de cambio institucional, hasta desalojar a las derechas.
Primero, con ocasión de las elecciones locales en grandes municipios y
Comunidades Autónomas (especialmente en lugares donde casi se ha
asentado un ‘régimen’ político implacable como Madrid y la Comunidad
valenciana, o que presenta rasgos particulares muy significativos como
el cambio progresista en Navarra). En ese ámbito es más fácil, ya hay
experiencias de gobiernos unitarios de izquierdas, y podría constituir
un aprendizaje y una transición para el cambio gubernamental estatal,
sujeto a más dificultades. Segundo, en las elecciones generales, echando
al PP del Gobierno y asegurando una alternativa política de izquierdas.
Las inminentes elecciones europeas, aparte de su dimensión específica
para debilitar en la UE las opciones conservadoras, son una ocasión para
fortalecer esa perspectiva de cambio.
La primera opción de la
dirección socialista parte de su diagnóstico erróneo de que el
distanciamiento de gran parte de la sociedad ha sido tanto por su
derecha cuanto por su izquierda. No considera que el descontento
mayoritario se generó por su gestión antisocial y poco respetuosa con
sus compromisos sociales y democráticos. La desafección no se produjo
por la derecha y por la izquierda, a partes iguales, respecto de su
hipotético ideario de centro izquierda. El posicionamiento mayoritario
de las personas desafectas, aún las auto-posicionadas ideológicamente
como centristas, estaba a la izquierda de su gestión económica,
criticada como ‘antisocial’ o ‘ineficiente’, y reflejaban mayor
exigencia democrática ante su poco respecto a sus compromisos sociales o
el contrato público con su base electoral. Es decir, aunque una parte
de las personas desafectas se consideren ideológicamente de centro, su
actitud crítica se sitúa a la izquierda de la gestión gubernamental
anterior (y la actual del PP) y no terminan de fiarse de la retórica
socialista de renovación o de nuevas ofertas o guiños sociales poco
creíbles, tal como detallo en un libro de próxima aparición (Ciudadanía activa. Opciones sociopolíticas frente a la crisis sistémica, ed. Sequitur).
La opción continuista de los
líderes socialistas, aun con leves modificaciones, está dependiente,
sobre todo, de sus relaciones con los poderes económicos e
institucionales, estatales y europeos; es la dominante en la
socialdemocracia europea, particularmente la alemana. Sin embargo, su
dificultad adicional es que no resuelve la tarea del ensanchamiento de
sus bases sociales, con una mayor unidad y activación del campo
progresista en torno a un nuevo proyecto social, democrático y europeo.
Por tanto, no garantiza el ascenso de la confianza ciudadana y,
particularmente, el cambio político-institucional con la fuerza social
suficiente para implementar un programa de progreso que ilusione a la
mayoría de la sociedad y, especialmente, de los jóvenes. La estrategia
no es funcional con los objetivos explícitos de la recuperación
electoral e institucional.
La segunda opción,
tímidamente señalada por los socialistas franceses, y apenas apuntada en
las actuales deliberaciones preparatorias de su conferencia
programática, tiene sus riesgos pero, sobre todo, ofrecería nuevas
oportunidades. La principal objeción oficial por la que se desecha, es
que solo podría conseguir apoyos minoritarios (ofreciendo el electorado
centrista a manos de las derechas). Es un diagnóstico interesado e
irreal, cuando está demostrado por múltiples encuestas de opinión, que
la mayoría de la sociedad, en muchos casos en torno a dos tercios, se
opone a los recortes sociolaborales, defiende el empleo decente, los
derechos sociales y los servicios públicos, exige más democracia y
acción contra la corrupción, y está de acuerdo con las protestas
sociales progresistas. Desde luego, supondría un giro programático y de
actuación política y organizativa hacia la izquierda respecto de su
gestión anterior y profundizar su talante democrático. Pero eso sería
coherente con sus referencias de ‘centroizquierda’ y no le alejaría de
la mayoría de gente progresista, sino que reforzaría sus vínculos con la
mayoría de la sociedad. Dicho de otro modo, para aplicar una estrategia
de ‘centro-izquierda’, más social y democrática, capaz de representar
las opiniones progresistas de centro e integrar compromisos sociales con
electorados de izquierda, la dirección socialista debe girar a la
izquierda de su gestión gubernamental anterior, particularmente su
política socioeconómica y laboral, percibida por amplios sectores como
de ‘derechas’, y apostar por una regeneración democrática. Esa apuesta,
siempre que sea seria y consiga suficiente credibilidad, es la más
sólida para reencontrarse con su propia base social y electoral, ampliar
sus apoyos y converger con otras fuerzas progresistas.
En conclusión, no está clara
la resolución de los dilemas de la dirección socialista en un sentido
que asegure un cambio institucional progresista e, incluso, que su nueva
orientación les permita una renovación y ampliación de sus bases
sociales y electorales. Sería una circunstancia perjudicial no solo para
el propio partido socialista, sino para el conjunto de las fuerzas
progresistas y las expectativas de cambio institucional a medio plazo.
Implica la necesidad de un debate colectivo ante la expectativa de poder
echar a la derecha y abrir un periodo progresista.
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