Muriel Casals
Presidenta de Òmnium Cultural
Las movilizaciones en Catalunya han evolucionado de manera contundente desde la manifestación del 10 de julio del año 2010 cuando hubo una respuesta masiva a la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut.
Aquel día significó un punto de inflexión en el catalanismo que ha desencadenado en una evolución cualitativa del mismo.
La declaración de inconstitucionalidad de partes de un texto que ya había sido laminado precisamente para encontrar cabida dentro de la legalidad española fue interpretada como un portazo a la actitud pactista del catalanismo y provocó un cambio de actitud de las fuerzas políticas y sociales. Ya no tiene sentido que el lado catalán siga, como en los últimos 30 años, dispuesto a sacrificar ambición nacional en aras de conseguir el acuerdo con el poder político español; ahora sabemos que el interlocutor no desea pactar y que el modelo político español es incompatible con la voluntad de ser de los catalanes.
Somos conscientes que no somos ni mejores ni peores que otras naciones, entre ellas la española, simplemente sabemos que somos diferentes y que deseamos seguir siéndolo. Queremos aportar nuestra especificidad a la construcción de una Europa que tiene la variedad cultural como una de sus mejores características.
Por ello aquella manifestación del 2010 que había sido pensada como una protesta se convirtió de hecho en una propuesta y los gritos, amables y respetuosos, que más se oyeron fueron los de “independencia”. A partir de aquel momento la expresión del deseo de ser un nuevo estado sin más limitaciones a la soberanía que las que implica la pertenencia a la unidad europea, se ha consolidado y ampliado de manera espectacular. La manifestación del 11 de septiembre de 2012 no deja lugar a dudas. Cada semana tenemos la noticia de alguien, conocido o no, que declara su convencimiento de que el mejor camino para labrar un futuro mejor pasa por la independencia; en cambio no se sabe de ninguno de los viejos independentistas que haya hecho el camino en sentido contrario.
Somos ahora muchos los catalanes conscientes de que es necesario abrir un proceso de negociación para modificar nuestra relación con España. Lo primero que pedimos, y es urgente, es la oportunidad de contarnos, de saber cuántos somos. Por ello reclamamos la posibilidad de convocar un referéndum dentro del contexto legal español. Eso sería un símbolo de normalidad democrática. Pero parece que el Estado no lo pondrá fácil. Si finalmente no es posible, la mayoría de catalanes pensamos que la Generalitat deberá encontrar una fórmula para que podamos responder a la pregunta.
Una pregunta que para muchos catalanes tiene una respuesta clara: queremos la independencia para acabar una larga etapa de conflictos. Estamos convencidos de que vamos a ser los mejores amigos de nuestros vecinos españoles con los que nos unen vínculos de sangre, historia y de amistad. Lazos fuertes a los que se unen la voluntad común de hacer más eficiente económicamente, más racional políticamente y más justa socialmente esta parte del sur de Europa en la que vivimos.
Presidenta de Òmnium Cultural
Las movilizaciones en Catalunya han evolucionado de manera contundente desde la manifestación del 10 de julio del año 2010 cuando hubo una respuesta masiva a la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut.
Aquel día significó un punto de inflexión en el catalanismo que ha desencadenado en una evolución cualitativa del mismo.
La declaración de inconstitucionalidad de partes de un texto que ya había sido laminado precisamente para encontrar cabida dentro de la legalidad española fue interpretada como un portazo a la actitud pactista del catalanismo y provocó un cambio de actitud de las fuerzas políticas y sociales. Ya no tiene sentido que el lado catalán siga, como en los últimos 30 años, dispuesto a sacrificar ambición nacional en aras de conseguir el acuerdo con el poder político español; ahora sabemos que el interlocutor no desea pactar y que el modelo político español es incompatible con la voluntad de ser de los catalanes.
Somos conscientes que no somos ni mejores ni peores que otras naciones, entre ellas la española, simplemente sabemos que somos diferentes y que deseamos seguir siéndolo. Queremos aportar nuestra especificidad a la construcción de una Europa que tiene la variedad cultural como una de sus mejores características.
Por ello aquella manifestación del 2010 que había sido pensada como una protesta se convirtió de hecho en una propuesta y los gritos, amables y respetuosos, que más se oyeron fueron los de “independencia”. A partir de aquel momento la expresión del deseo de ser un nuevo estado sin más limitaciones a la soberanía que las que implica la pertenencia a la unidad europea, se ha consolidado y ampliado de manera espectacular. La manifestación del 11 de septiembre de 2012 no deja lugar a dudas. Cada semana tenemos la noticia de alguien, conocido o no, que declara su convencimiento de que el mejor camino para labrar un futuro mejor pasa por la independencia; en cambio no se sabe de ninguno de los viejos independentistas que haya hecho el camino en sentido contrario.
Somos ahora muchos los catalanes conscientes de que es necesario abrir un proceso de negociación para modificar nuestra relación con España. Lo primero que pedimos, y es urgente, es la oportunidad de contarnos, de saber cuántos somos. Por ello reclamamos la posibilidad de convocar un referéndum dentro del contexto legal español. Eso sería un símbolo de normalidad democrática. Pero parece que el Estado no lo pondrá fácil. Si finalmente no es posible, la mayoría de catalanes pensamos que la Generalitat deberá encontrar una fórmula para que podamos responder a la pregunta.
Una pregunta que para muchos catalanes tiene una respuesta clara: queremos la independencia para acabar una larga etapa de conflictos. Estamos convencidos de que vamos a ser los mejores amigos de nuestros vecinos españoles con los que nos unen vínculos de sangre, historia y de amistad. Lazos fuertes a los que se unen la voluntad común de hacer más eficiente económicamente, más racional políticamente y más justa socialmente esta parte del sur de Europa en la que vivimos.
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