Juan Tortosa
Yo quiero tener quien me defienda. Tengo claro que solo, frente a la vocación depredadora del patrón, no soy nada. Por eso quiero que existan los sindicatos. Por eso me parece básico que su existencia sea, como lo es, un derecho constitucional.
Ahora que atraviesan horas bajas creo que es el momento de gritar a los cuatro vientos que los sindicatos son imprescindibles y que no podemos dejar que nos los quiten por mucho corrupto que se demuestre que hay o ha habido en sus filas. La campaña que desde hace ya varios años llevan a cabo buena parte de los medios de derechas contra los sindicatos no tiene por objeto, contra lo que parece, denunciar corruptelas puntuales ni personas concretas sino poner en cuestión la esencia misma de la organización a la que pertenecen los denunciados.
Como en tantas otras instituciones, en las filas sindicales también hay corruptos a los que la justicia, previa denuncia y presentación de pruebas, acabará poniendo en su sitio. Con absoluciones o condenas a personas que forman parte de una organización, pero no a la organización misma. Sin embargo, la machacona propaganda de la derecha más rancia ha conseguido que cale en la sociedad una propensión hacia el desprestigio no de unas personas, sino de unas instituciones imprescindibles para impedir que los defensores del liberalismo más salvaje acaben campando a sus anchas sin ninguna fuerza social que ataje su avaricia depredadora.
Es verdad que los sindicatos, tal como los conocemos hoy, han quedado anticuados, que se mueven entre teorías y mecanismos de acción que han perdido mucha eficacia. Es ya imprescindible que espabilen cuanto antes y se dejen de tentaciones sectarias y corporativistas. Pero también es verdad que a los sindicatos les debemos mucho en este país y es el momento de no olvidarlo. Es el momento de no olvidar el sacrificio personal y vital de personas como Marcelino Camacho (CCOO), encarcelado durante años por luchar por nuestros derechos. Es el momento de poner en valor los muchos méritos de Nicolás Redondo (UGT), entre los que figura no haber dudado en enfrentarse a su propio partido cuando le pareció que éste escoraba hacia la derecha de una manera a su juicio inaceptable.
Gracias a Camacho, Redondo y a quienes les acompañaban en la lucha hace cuarenta años se consiguieron mejoras sustanciales en la calidad de vida de millones de trabajadores. Se pelearon, y se ganaron, derechos sociales y laborales que ahora nos quieren arrebatar sin piedad, a poco que nos despistemos y perdamos la memoria o la perspectiva.
Como dijo no hace mucho Iñaki Gabilondo: “Qué bien asfaltado les estamos dejando el camino a quienes realmente nos explotan cada día. ¡Acabemos con los sindicatos! Sí. Dejemos que la patronal y los bancos regulen los horarios, las pensiones, los sueldos, las condiciones laborales y los costes del despido. Verán cómo nos va a ir con la reforma del mercado laboral, cuando los sindicatos dejen de existir y no puedan convocarse huelgas ni manifestaciones”.
A los jóvenes que abominan de los sindicatos dado el pésimo momento por el que atraviesa su prestigio, yo les digo: ¿Por qué no os planteáis remozar, remover y modernizar las organizaciones sindicales de clase desde dentro? Cambiadlo todo si así lo creéis oportuno, pero los sindicatos están ahí para aprovechar su existencia lo mejor posible. Con sus consolidadas infraestructuras, son un instrumento de resistencia y de lucha indispensable. No olvidemos nunca eso. Porque se trata de un dique de contención imprescindible para que los desaprensivos que mueven los hilos de nuestra desesperanza no acaben, como sueñan, machacándonos sin piedad. Por mucho corrupto que se acabara demostrando que hay en los sindicatos, yo quiero tener quien me defienda.
Yo quiero tener quien me defienda. Tengo claro que solo, frente a la vocación depredadora del patrón, no soy nada. Por eso quiero que existan los sindicatos. Por eso me parece básico que su existencia sea, como lo es, un derecho constitucional.
Ahora que atraviesan horas bajas creo que es el momento de gritar a los cuatro vientos que los sindicatos son imprescindibles y que no podemos dejar que nos los quiten por mucho corrupto que se demuestre que hay o ha habido en sus filas. La campaña que desde hace ya varios años llevan a cabo buena parte de los medios de derechas contra los sindicatos no tiene por objeto, contra lo que parece, denunciar corruptelas puntuales ni personas concretas sino poner en cuestión la esencia misma de la organización a la que pertenecen los denunciados.
Como en tantas otras instituciones, en las filas sindicales también hay corruptos a los que la justicia, previa denuncia y presentación de pruebas, acabará poniendo en su sitio. Con absoluciones o condenas a personas que forman parte de una organización, pero no a la organización misma. Sin embargo, la machacona propaganda de la derecha más rancia ha conseguido que cale en la sociedad una propensión hacia el desprestigio no de unas personas, sino de unas instituciones imprescindibles para impedir que los defensores del liberalismo más salvaje acaben campando a sus anchas sin ninguna fuerza social que ataje su avaricia depredadora.
Es verdad que los sindicatos, tal como los conocemos hoy, han quedado anticuados, que se mueven entre teorías y mecanismos de acción que han perdido mucha eficacia. Es ya imprescindible que espabilen cuanto antes y se dejen de tentaciones sectarias y corporativistas. Pero también es verdad que a los sindicatos les debemos mucho en este país y es el momento de no olvidarlo. Es el momento de no olvidar el sacrificio personal y vital de personas como Marcelino Camacho (CCOO), encarcelado durante años por luchar por nuestros derechos. Es el momento de poner en valor los muchos méritos de Nicolás Redondo (UGT), entre los que figura no haber dudado en enfrentarse a su propio partido cuando le pareció que éste escoraba hacia la derecha de una manera a su juicio inaceptable.
Gracias a Camacho, Redondo y a quienes les acompañaban en la lucha hace cuarenta años se consiguieron mejoras sustanciales en la calidad de vida de millones de trabajadores. Se pelearon, y se ganaron, derechos sociales y laborales que ahora nos quieren arrebatar sin piedad, a poco que nos despistemos y perdamos la memoria o la perspectiva.
Como dijo no hace mucho Iñaki Gabilondo: “Qué bien asfaltado les estamos dejando el camino a quienes realmente nos explotan cada día. ¡Acabemos con los sindicatos! Sí. Dejemos que la patronal y los bancos regulen los horarios, las pensiones, los sueldos, las condiciones laborales y los costes del despido. Verán cómo nos va a ir con la reforma del mercado laboral, cuando los sindicatos dejen de existir y no puedan convocarse huelgas ni manifestaciones”.
A los jóvenes que abominan de los sindicatos dado el pésimo momento por el que atraviesa su prestigio, yo les digo: ¿Por qué no os planteáis remozar, remover y modernizar las organizaciones sindicales de clase desde dentro? Cambiadlo todo si así lo creéis oportuno, pero los sindicatos están ahí para aprovechar su existencia lo mejor posible. Con sus consolidadas infraestructuras, son un instrumento de resistencia y de lucha indispensable. No olvidemos nunca eso. Porque se trata de un dique de contención imprescindible para que los desaprensivos que mueven los hilos de nuestra desesperanza no acaben, como sueñan, machacándonos sin piedad. Por mucho corrupto que se acabara demostrando que hay en los sindicatos, yo quiero tener quien me defienda.
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