diumenge, 27 de desembre del 2015

MUERTE EN EL METRO (Primera part) Un relat de Víctor Donamaría

Si llego a saber, que iba a morir de esta forma tan cutre, seguro que no hubiese ido alardeando ante todo el mundo, que no tenía miedo a la muerte y que solo me aterraba el sufrimiento físico que conlleva esta consecuencia de la vida.

Pero ¡joder¡ morir de una manera tan anodina como voy hacerlo, eso ya es otra cosa. Sobre todo sin darme tiempo siquiera, a formular una frase ingeniosa, por la cual se me recordase In eternum.

Les cuento:

Iba camino del metro y noté un dolorcillo en la nuca, pese a mi hipocondría irredenta, no le di mucha importancia. Empecé a mosquearme más que un pavo en Navidad, cuando bajaba la escalera mecánica, y el dolorcillo, se iba convirtiendo en dolor, pero dolor  fetén. Cada vez más aturdido, alcancé a sentarme en el último vagón del tren que arribó a la estación de Vilumbrales, que coincidía con el fin de la maldita escalera mecánica.

Fue el último movimiento que hice en mi ya, escasa vida, pues una vez sentado-es un decir- como un ángulo de 45º con los brazos y manos apoyados en mis rodillas, perdí todas mis facultades físicas, solo me quedó el oído, la vista y el movimiento de los párpados.

Iba en el vagón acompañado en los asientos de enfrente, de dos tipejos con aspecto moruno o sudaca, no estoy seguro, y la verdad es que me importa un carajo.

Imagínense, como para acertar las nacionalidades de los pájaros estaba yo. Empecé a alarmarme. Intenté introducir la mano en el bolsillo de la cazadora, donde habitualmente suelo llevar un comprimido, el cual, según los médicos me lo debería tomar en caso de urgencia,  y me recuperaría el tiempo necesario para llegar al hospital más cercano.

Iba a morirme de un jamacuco en medio del metro, ¡menudo marichalazo!

No tuve tiempo de comprobar la eficacia del producto, pues no podía mover mis manos. En la siguiente estación (Cuatro Vientos) entraron tres muchachitas con aspecto e infraestructura estudiantil, y tuve la desdichada idea de llamar sus atenciones, mediante guiños para  no sé como, llegar a mi bolsillo y  conseguir alcanzar el comprimido. Ignoro que entendieron, pero me miraron con cara de desprecio, y oí a una de ellas algo así como jodido viejo verde, y se fueron al vagón contiguo.

El tren seguía su marcha por la línea 10, que creo es la mas larga de Madrid. Entraban unos y salían otros. En la siguiente parada entró el músico de rigor, que se dedica a destrozar cuantas interpretaciones realiza. ¡Y encima, tiene la desfachatez de pedir dineros por sus asesinatos musicales! Hizo tintinear su cajita de plástico bajo mis narices para llamar mi atención. (Yo seguía mas serio que Búster Keaton) Como le respondí de la única forma que podía, o sea moviendo los párpados, me lanzó un ríete de tu puta madre. Creo que fue injusto, después de todo yo me estaba muriendo, y además mi madre no tenía vela en este entierro-y nunca mejor dicho-.

(Continuarà...)