Si llego
a saber, que iba a morir de esta forma tan cutre, seguro que no hubiese ido
alardeando ante todo el mundo, que no tenía miedo a la muerte y que solo me
aterraba el sufrimiento físico que conlleva esta consecuencia de la vida.
Pero
¡joder¡ morir de una manera tan anodina como voy hacerlo, eso ya es otra cosa.
Sobre todo sin darme tiempo siquiera, a formular una frase ingeniosa, por la
cual se me recordase In eternum.
Les cuento:
Iba
camino del metro y noté un dolorcillo en la nuca, pese a mi hipocondría
irredenta, no le di mucha importancia. Empecé a mosquearme más que un pavo en
Navidad, cuando bajaba la escalera mecánica, y el dolorcillo, se iba
convirtiendo en dolor, pero dolor fetén.
Cada vez más aturdido, alcancé a sentarme en el último vagón del tren que
arribó a la estación de Vilumbrales, que coincidía con el fin de la maldita
escalera mecánica.
Fue el
último movimiento que hice en mi ya, escasa vida, pues una vez sentado-es un
decir- como un ángulo de 45º con los brazos y manos apoyados en mis rodillas,
perdí todas mis facultades físicas, solo me quedó el oído, la vista y el
movimiento de los párpados.
Iba en
el vagón acompañado en los asientos de enfrente, de dos tipejos con aspecto
moruno o sudaca, no estoy seguro, y la verdad es que me importa un carajo.
Imagínense, como para acertar las nacionalidades de los pájaros estaba
yo. Empecé a alarmarme. Intenté introducir la mano en el bolsillo de la
cazadora, donde habitualmente suelo llevar un comprimido, el cual, según los
médicos me lo debería tomar en caso de urgencia, y me recuperaría el tiempo necesario para
llegar al hospital más cercano.
Iba a
morirme de un jamacuco en medio del metro, ¡menudo marichalazo!
No tuve
tiempo de comprobar la eficacia del producto, pues no podía mover mis manos. En
la siguiente estación (Cuatro Vientos) entraron tres muchachitas con aspecto e
infraestructura estudiantil, y tuve la desdichada idea de llamar sus
atenciones, mediante guiños para no sé
como, llegar a mi bolsillo y conseguir
alcanzar el comprimido. Ignoro que entendieron, pero me miraron con cara de
desprecio, y oí a una de ellas algo así como jodido viejo verde, y se fueron al
vagón contiguo.
El tren
seguía su marcha por la línea 10, que creo es la mas larga de Madrid. Entraban
unos y salían otros. En la siguiente parada entró el músico de rigor, que se
dedica a destrozar cuantas interpretaciones realiza. ¡Y encima, tiene la
desfachatez de pedir dineros por sus asesinatos musicales! Hizo tintinear su
cajita de plástico bajo mis narices para llamar mi atención. (Yo seguía mas
serio que Búster Keaton) Como le respondí de la única forma que podía, o sea
moviendo los párpados, me lanzó un ríete de tu puta madre. Creo que fue
injusto, después de todo yo me estaba muriendo, y además mi madre no tenía vela
en este entierro-y nunca mejor dicho-.
(Continuarà...)
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