Albi es la capital del departamento del
Tarn, dentro de la región Mediodía-Pirineos. Es conocida por ser la cuna del catarismo,
de aquí que a la considerada herejía cátara sé la conozca
también como albigense.
Llegamos a Albi siguiendo
la autopista de los Dos Mares (A61) hasta Toulouse, para
después continuar por la A68. Dejamos el coche en un gran aparcamiento gratuito
que hay en la entrada de la ciudad y a partir de allí continuamos a pie.
El primer
lugar que visitamos fue el parque Rochegude, que toma el nombre de
un marino, político, romanista, lingüista y bibliófilo, i que es uno de los
pulmones verdes de la ciudad. Desde allí nos dirigimos hacia la catedral, sin
duda alguna su edificio más imponente. Durante el trayecto pasamos por el
auditorio, un moderno edificio que alberga la oficina de turismo.
Inmediatamente después la plaza de Lapérouse, un gran espacio
abierto con algunas zonas arboladas.
Poco a
poco nos íbamos adentrando al centro histórico de la ciudad. Cruzamos una
rambla donde por lo visto aparcan los autobuses turísticos, algunos con
matrícula de España. En este punto un singular edificio me llamó la atención:
unas viejas duchas públicas, muy típicas del vecino país. A nuestra derecha el
edificio de los Juzgados y el monumento al marino que le da nombre a la plaza.
Pero antes de acceder al caso antiguo nos sentamos a comer en la terraza de un
pequeño restaurante.
Al acabar
seguimos nuestro recorrido hasta que, de repente, nos dimos cuenta que había
gente entrando y saliendo por un pequeño pasaje medio camuflado por el entorno
urbanístico. Por dicho pasaje se accede a la vieja colegiata y claustro de San
Silvino, mezcla entre románico y gótico. Una curiosidad es que las viviendas
que dan al claustro han sido habilitadas como alojamientos turísticos.
En nuestro
recorrido, y antes de llegar a la gran plaza de la catedral, vimos algunos
edificios que nos recordaron a las casas medievales que ya habíamos visto en
otros pueblos y ciudades (Mirepoix, Foix…), pero aquí están excesivamente
restauradas aparentando ser edificios nuevos a los que se les ha querido dar un
aire antiguo.
De pronto
se abrió ante nuestros ojos la gran plaza de la catedral, donde también está el
palacio de la Berbie, sede del museo Toulouse-Lautrecque
tiene en su interior un precioso jardín francés.
La
catedral de Santa Cecilia (declarada Patrimonio Mundial por la UNESCO), de
estilo gótico, es monumental por fuera y majestuosa por dentro. Como íbamos con
nuestra perra, decidimos turnarnos para visitarla. Primero lo hizo mi mujer,
mientras yo me quedaba esperando en la entrada de la puerta principal siempre
repleta de visitantes de todas las edades y algunos perros. Mi mujer se tomó la
visita con calma, recreándose en las explicaciones que recibía a través de un audioguía y
de lo que iban viendo sus ojos. Después de visitar la sala del tesoro situada
en el piso superior, hizo lo mismo con las diferentes naves del piso inferior,
el órgano y las pinturas murales que representan el juicio final del altar
mayor, los altares laterales, así como el resto de las pinturas murales
que recubren por completo sus paredes, cúpulas, columnas, ventanales,
rosetones, cristaleras, bancos, etc.
Cuando me
tocó el turno, rechacé el audioguia porque necesitaba las dos
manos para poder sacar fotos e intentar atrapar la mayor parte de aquella
belleza con mi cámara fotográfica.
Al
terminar nuestra visita a la catedral, como el calor era sofocante decidimos
acercarnos hasta un bar para calmar nuestra sed. La casualidad nos llevó hasta
el gran café de la Pontié, uno de los más conocidos, situado a
un extremo de la plaza de Vigan. Mientras apurábamos
nuestros vasos pudimos ver los preparativos de lo que, sin duda, iba a ser una
gran fiesta musical con diferentes escenarios y espacios perfectamente
delimitados.
Todavía
nos quedaba tiempo antes de regresar a nuestro punto de origen y decidimos
proseguir nuestra visita pasando junto el monumento a Lapérouse y
luego al erigido en honor a los héroes franceses. Más tarde y dando un pequeño
rodeo, atravesamos un aparcamiento situado en las proximidades del río Tarn y
cruzando por debajo de un acueducto llegamos al paseo del río que recorrimos
durante algunos centenares de metros donde apreciemos viejos amarres, lo que
sin duda es indicativo de la intensa navegación comercial que había existido
antaño . Ese es un buen lugar para dar largos paseos o practicar footing. Continuamos hasta llegar a un
antiguo molino que hay a los pies del puente viejo que lleva hasta los barrios
que hay más allá de la otra orilla y que no llegamos a visitar. Luego subimos
una empinada calle que nos llevó hasta el mercado que tiene una singular forma
triangular.
A partir
de este punto, como quien dice, deshicimos el camino que
habíamos recorrido por la mañana hasta llegar al coche.
EL APUNTE
El altar
mayor de la catedral de Santa Cecilia no tiene retablo. En su lugar se ubica el
gran órgano cásico del siglo XVIII que mide 16,40 m. de ancho por 15,30 de
alto.
LA
CURIOSIDAD
El
gran café de la Pontié, aparte de ser uno de los más conocidos de
Albi, también es caro. Y no sólo para los bolsillos de los turistas españoles,
sino incluso para los franceses, tal y como nos dijo mi primo cuando regresamos
a su casa en Saint-Gaudéric. El precio mínimo de la consumición es
de 3,9€. Por una agua con gas y una cerveza 7,80€. Quizás por eso sujetan las
puertas con lingotes de oro…
LA VISITA
PENDIENTE
Nos quedó
por visitar el museo de Toulouse-Lautrec. Como es sabido, este
pintor es uno de los máximos exponentes del posimpresionismo.
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