SANTIAGO GONZÁLEZ
Quico Homs es, sin duda, uno de los personajes más fascinantes de la vida política
española. Hace de cada comparecencia un happening. Pena que no sea politólogo para
alcanzar la perfección. Español a fuer de catalán (cosas más raras se han visto;
Prieto se proclamaba socialista a fuer de liberal), ha aportado a la política análogo
sentido creativo al que puso Ferrán Adrià en la renovación de la cocina.
Tengo ya contado que en las primeras elecciones municipales (1979) hubo en
Sant Feliu una candidatura –no sé si llegó a partido–, llamada Progresistas y Galantes,
cuyo programa preveía desviar el curso del Llobregat para hacerlo pasar por la calle
principal y permitir que los vecinos pasearan en barca los domingos por la mañana.
No iban a ser los madrileños los únicos en tener esa posibilidad en el Retiro.
Me acuerdo de ellos cada vez que veo a Homs y a su mandante, tan gallardos, tan
ufanos, que el gozo les revienta por las cinchas del caballo. Si la cosa con la Justicia
le fuera muy mal a su partido, condenaran al fundador y a la parentela, les
embargaran las sedes y algún juez empezara a pensar en la dificultad de imaginar
que un político que ejerció de primer consejero, y consejero de Política Territorial
y Obras Públicas y de Economía y Finanzas durante los años dorados del corretaje,
ni siquiera llegara a olerse el 3%, a pesar de que le diera pistas Maragall.
Total, que Quico anunció que va a pedir un informe al Consejo de la Transición
Nacional para enviar a Europa la sentencia del TC, para que se enteren de hasta
dónde pueden llegar los españoles para impedirles decidir y la baja calidad de la
democracia española. Añadió que no esperan respuesta de la Unión Europea y minimizó
razonadamente la importancia de que el Constitucional tumbara por unanimidad la consulta del 9-N, incluidos los dos magistrados catalanes.
De sobra saben Quico y su señor que hay catalanes que en el fondo no son otra
cosa que españoles en esencia. Por ejemplo, los miembros del Consell de
Garanties Estatutaries, unos españolazos que acaban de dictaminar, sin que Quico
pudiera remediarlo, que la mayoría de las estructuras de Estado que CiU y Esquerra
Republicana de Catalunya pactaron son contrarias a la Constitución y «no encuentran
amparo» en el Estatut. No teníamos bastante con un Tribunal Constitucional
y ahora tenemos dos.
Homs debería vencer sus tentaciones melancólicas y presentar un recurso ante
el juez Santiago Vidal; no importa que ayer fuera suspendido por tres años por
redactar una Constitución para la independencia de Cataluña.
Ya antes había sido expulsado a Pasqual Estevill, un juez que armonizaba tan bien con el paisaje moral que se privatizó el concepto de prisión eludible bajo fianza. Tres años,
qué menos, por el sacrilegio de su oficio. Que un juez redacte un texto ilegal es como si
monseñor Sistach, un suponer, publicara una guía de prostíbulos de Barcelona.
Ya lo había explicado con ejemplar laconismo y notable polisemia Marta Ferrusola:
«Cataluña no se merece esto». Y esta pareja, ¿no se cansa aún de hacer el ridículo?
Quico Homs es, sin duda, uno de los personajes más fascinantes de la vida política
española. Hace de cada comparecencia un happening. Pena que no sea politólogo para
alcanzar la perfección. Español a fuer de catalán (cosas más raras se han visto;
Prieto se proclamaba socialista a fuer de liberal), ha aportado a la política análogo
sentido creativo al que puso Ferrán Adrià en la renovación de la cocina.
Tengo ya contado que en las primeras elecciones municipales (1979) hubo en
Sant Feliu una candidatura –no sé si llegó a partido–, llamada Progresistas y Galantes,
cuyo programa preveía desviar el curso del Llobregat para hacerlo pasar por la calle
principal y permitir que los vecinos pasearan en barca los domingos por la mañana.
No iban a ser los madrileños los únicos en tener esa posibilidad en el Retiro.
Me acuerdo de ellos cada vez que veo a Homs y a su mandante, tan gallardos, tan
ufanos, que el gozo les revienta por las cinchas del caballo. Si la cosa con la Justicia
le fuera muy mal a su partido, condenaran al fundador y a la parentela, les
embargaran las sedes y algún juez empezara a pensar en la dificultad de imaginar
que un político que ejerció de primer consejero, y consejero de Política Territorial
y Obras Públicas y de Economía y Finanzas durante los años dorados del corretaje,
ni siquiera llegara a olerse el 3%, a pesar de que le diera pistas Maragall.
Total, que Quico anunció que va a pedir un informe al Consejo de la Transición
Nacional para enviar a Europa la sentencia del TC, para que se enteren de hasta
dónde pueden llegar los españoles para impedirles decidir y la baja calidad de la
democracia española. Añadió que no esperan respuesta de la Unión Europea y minimizó
razonadamente la importancia de que el Constitucional tumbara por unanimidad la consulta del 9-N, incluidos los dos magistrados catalanes.
De sobra saben Quico y su señor que hay catalanes que en el fondo no son otra
cosa que españoles en esencia. Por ejemplo, los miembros del Consell de
Garanties Estatutaries, unos españolazos que acaban de dictaminar, sin que Quico
pudiera remediarlo, que la mayoría de las estructuras de Estado que CiU y Esquerra
Republicana de Catalunya pactaron son contrarias a la Constitución y «no encuentran
amparo» en el Estatut. No teníamos bastante con un Tribunal Constitucional
y ahora tenemos dos.
Homs debería vencer sus tentaciones melancólicas y presentar un recurso ante
el juez Santiago Vidal; no importa que ayer fuera suspendido por tres años por
redactar una Constitución para la independencia de Cataluña.
Ya antes había sido expulsado a Pasqual Estevill, un juez que armonizaba tan bien con el paisaje moral que se privatizó el concepto de prisión eludible bajo fianza. Tres años,
qué menos, por el sacrilegio de su oficio. Que un juez redacte un texto ilegal es como si
monseñor Sistach, un suponer, publicara una guía de prostíbulos de Barcelona.
Ya lo había explicado con ejemplar laconismo y notable polisemia Marta Ferrusola:
«Cataluña no se merece esto». Y esta pareja, ¿no se cansa aún de hacer el ridículo?
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