Ignacio Sánchez-Cuenca
Profesor de Sociología de la Universidad Complutense y autor de Más democracia, menos liberalismo (Katz)
Ilustración de Diego Mir
Mariano Rajoy se equivocó escandalosamente al hablar sobre las cifras de paro en España en su discurso de investidura. Dijo que en España la tasa de paro llega al 23% y que el número de parados es de 5,4 millones. Resulta insólito, por utilizar una expresión a la que recurre con frecuencia don Mariano, que el nuevo presidente del Gobierno falle en un dato tan fundamental. Ya sabemos que su horizonte intelectual es el del diario Marca y que la única lectura que le deja impronta es la del BOE. Pero podía familiarizarse con las magnitudes básicas de la economía. También se equivocó en los cálculos sobre el servicio de la deuda. Por fuerte que sea la actitud patrimonialista de la derecha española, la ocasión merecía guardar las apariencias.
Da miedo pensar en el nivel de sus asesores, los que le preparan las fichas que Mariano, como buen opositor, aprende de memoria. Neocons y neopijos salidos de las escuelas de negocios y de los cuerpos superiores del Estado. Palmeros y pesebreros que tienen la mente puesta en las jugosas rentas que obtendrán del poder. Forman parte de esa derecha carpetovetónica cuyo patriotismo consiste en aprovecharse de España para aumentar sus privilegios. Estos son los que nos van a gobernar. Porque nadie se escandaliza de que nuestros liberales de pata negra tengan puestos de funcionario, no vaya a ser que Mariano dure un telediario.
Rajoy, un oscuro señorito de provincias, un registrador de la propiedad que ha pasado sin pena ni gloria por los múltiples cargos políticos que jalonan su dilatada carrera política, da el pego como segundón, pero en cuanto se pone al frente, su debilidad manifiesta no puede ser disimulada. El elegido por Aznar trata de suplir sus carencias con aplomo retórico, pero dicho aplomo es impostado, pues cada vez que se ve en un aprieto sus ojos comienzan a dar vueltas descontroladamente y su mandíbula se contrae. Su marca consiste en el desconcierto y la indecisión. En Europa ya enarcan las cejas y esbozan una sonrisa displicente: Mariano no va a conseguir calmar los mercados.
La victoria del PP es la victoria de una España mediocre y maleducada. El núcleo de su apoyo electoral está formado por ese grupo que antiguamente se denominaba franquismo sociológico (leían a Vizcaíno Casas y a De la Cierva, veían las películas de Mariano Ozores) y que hoy son simplemente la derechona que se educa con Pío Moa, Fernando Sánchez Dragó, Juan Manuel de Prada y Federico Jiménez Losantos. Una derecha cavernícola y nacionalista que no se avergüenza de tener a Francisco Camps, Ric Costa y el Albondiguilla entre sus filas.
Mariano Rajoy no está preparado para sacar a España de la crisis. Su plan de acción es el mismo que ha seguido durante toda su vida: esperar a que escampe, confiar en que el tiempo arregle las cosas. Recortará a los más débiles para que no le abronquen los suyos, no porque él crea que sirve de algo. Un político desacreditado en las encuestas como él no debería ser el nuevo inquilino de la Moncloa. Como líder de la oposición, recibió la peor valoración ciudadana de nuestra historia democrática. Si le queda algo de dignidad, debería renunciar a la Presidencia del Gobierno. Que se marche y deje paso a una persona capaz que sepa afrontar los tremendos retos a los que se enfrenta España. No puede gobernar el país quien no se entera del número de parados que tenemos. Que se vaya al paro él, que el país no está para bromas.
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Supongo que el tono de esta crítica les habrá parecido, como a mí, excesivo y zafio. Es un mero pimpampum destinado a denigrar y destruir al rival. Corresponde, sin grandes diferencias, al registro que ha empleado la derecha mediática durante más de siete años contra Zapatero, contra su Gobierno y contra la izquierda en general. Desde el primer día: desde el 14 de marzo de 2004. Empezaron por el atentado del 11-M (algunos aún siguen ahí), continuaron con el Estatut y el proceso de paz, la tomaron con la memoria histórica y arremetieron con saña cuando llegó la crisis económica. No dieron tregua alguna a Zapatero, quien fue objeto continuado de toda clase de ataques e insultos. Las acusaciones eran graves: los socialistas querían romper España y crear un clima guerracivilista, volaban los consensos de la Transición, destruían la familia y se sometían a los designios de los terroristas; la izquierda de Atapuerca, los de la ceja, las bibianas, el peor presidente de la historia de la democracia.
Ahora todo será distinto. Por fin hay un partido preparado en el Gobierno. Con un ministro de Economía que tuvo una alta responsabilidad en Lehman Brothers, como Dios manda. La crispación será cosa del pasado. La acusación de traicionar a los muertos quedará en el olvido; lo mismo sucederá con el voto del PP en contra de las medidas de ajuste el 10 de mayo de 2010. Aquel día el PP optó por aislar al Gobierno, aun si el país corría un riesgo muy alto de intervención de los poderes europeos. Rajoy, en su discurso de investidura, se ha atrevido a reclamar colaboración al PSOE e incluso ha anunciado solemnemente que por fin renovará las vacantes pendientes en el Tribunal Constitucional, RTVE, el Defensor del Pueblo, etc. después de haberlas bloqueado porque estaba en la oposición. El PP se puede permitir todo eso y mucho más; para eso cuenta con el apoyo de la canalla periodística habitual.
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