
En la misma línea de lo que defendía Zweig, Federico García Lorca afirmaba en un discurso del año 31 dirigido al pueblo de Fuente Vaqueros que si llegara a pasar hambre no pediría un pan, pediría medio pan y un libro. Fiel a sus principios, y dentro del programa de la República “Misiones Pedagógicas”, García Lorca y la Barraca llevaron las obras del teatro clásico español a aquellas zonas de España en las que era difícil el acceso a la cultura. La respuesta del público era magnífica.
En las misma época en que la Barraca recorría la península ofreciendo teatro, en Barcelona Pau Casals fundaba l’Associació Obrera de Concerts, para que el proletariado pudiera disfrutar de la música. El éxito de público y de participación sorprendió a Casals que contemplaba emocionado las lágrimas de los obreros mientras escuchaban por primera vez a Beethoven.
El consumo de cultura como receta para elevarse por encima de la crisis económica que nos subyuga me parece en extremo eficiente, lo era en el periodo de entreguerras y lo es ahora, aunque el gobierno del PP parece no pensar de la misma manera. Para los populares la cultura es una amenaza, un caldo de cultivo de disidencias, una actividad productiva el beneficio de la cual parece fútil y etéreo. Por eso el ministro Wert gravó con un 21% las actividades culturales, por eso el gobierno del PP ha disminuido de manera drástica las aportaciones públicas a la cultura. La política cultural del ministro Wert no está solo pensada para castigar a unos creadores díscolos con el poder y poco afines a su ideología política, los populares aspiran a algo más. El PP quiere transmitir a la sociedad en su conjunto la idea de que la cultura es prescindible, que se trata de un lujo, de algo innecesario, que la cultura es patrimonio de las elites.
Zweig, Lorca o Casals, son fruto de un tiempo que se esfumó, de un periodo en el que los creadores y artistas se sentían comprometidos con su entorno. Lorca dijo en su discurso del medio pan que sin cultura que les fortaleciese el espíritu los hombres se convertían en máquinas al servicio del estado, en esclavos de una terrible organización social. El temor de Lorca se ha materializado 80 años más tarde, con la política cultural del gobierno popular, con la inestimable colaboración de una programación televisiva estúpida, soez y alienante y con la ayuda de algunos artistas, creadores e intelectuales más preocupados en tender la mano en la ventanilla de la sociedad de autores que en hacer llegar la cultura al pueblo.
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