Moncho Alpuente
No solo es que hayamos vivido por encima de nuestras posibilidades, es que hemos vivido demasiado y si seguimos así no tendremos donde caernos vivos. Nuestra esperanza de vida es insostenible afirman los expertos en recortar las esperanzas ajenas para salvaguardar las propias y lo certifican, desde sus cátedras, los “sabios” llamados a consulta por el Gobierno de la nación. Últimamente, los sabios han dejado sus madrigueras para pronunciarse ante la llamada de los políticos: “No lo digo yo, lo dicen estos señores que han estudiado y saben mucho”, dicen los políticos de turno para acallar el griterío que estamos montando los ignorantes en calles y foros. Coinciden “sabios” y “expertos”en que hay que bajar las pensiones que en lugar de estar conectadas a las veleidades, siempre alcistas, del IRPF pasarán a “indexarse” con la esperanza de vida. “Tenemos dos noticias que darles proclamará el sabio portavoz del comité, una buena y una mala: la buena es que la esperanza de vida de los españoles subió el último año un 1%, la mala es que ese 1% se lo descontaremos de sus pensiones y subsidios”.
Vivir demasiado está cada día peor visto y muchos ancianos empiezan a sentir en el cogote, las miradas desaprobatorias de sus descendientes y allegados, de sus vecinos y de los transeúntes más jóvenes. Por ahora no son mayoría, porque la mayoría sigue cuidando a sus ancianos con mimo y esmero, sobre todo cuando dependen de su pensión y de sus presuntos ahorros, cuando viven bajo sus techos o les usan como avalistas. El problema, uno de los problemas de esa dependencia es que los más jóvenes no acaban de decidir convertirse en emprendedores y emprender un viaje al extranjero en busca de empresa, apuntarse a la movilidad exterior y a la aventura de la emigración que puede ser dura pero siempre encierra buenas lecciones y además se aprenden idiomas.
El paro juvenil se cura con la edad, recordaba el otro día una viñeta de El Roto, el paro de larga duración se cura, o se curaba, con el subsidio de desempleo hasta la edad de jubilación y luego con la pensión. Van escaseando los jóvenes que cotizan a la Seguridad Social, no por indolencia ni acomodo, sino porque no encuentran trabajo. La pescadilla se muerde la cola y los sabios convocados a consulta, los expertos y los asesores no encuentran más soluciones que la cuenta de la vieja. Si bajamos las pensiones, subimos las cotizaciones, y tocamos los impuestos tendremos más dinero para repartir entre los menesterosos, dar independencia a los dependientes y mantener unas pensiones sostenibles y que sostengan.
Los impuestos nos los tocan bastante, “vamos a tocar algunos impuestos” anunció hace poco Rajoy y casi todos comprendimos que “tocar” es subir porque empezamos también a ser expertos en esa jerga eufemística, en esa cháchara incongruente que flexibiliza, desindexa y pospondera, una neolengua orwelliana que aún no tiene diccionarios y que hay que aprender de oído todos los días porque crece y se enrosca y da de comer a centenares de sabios y expertos tertulianos para que nos expliquen lo inexplicable y nos toquen lo intangible.
No hay grandes soluciones pero tenemos en cartera como opciones preferentes, con perdón, los miniempleos, los minisueldos, y los miniciudadanos. Así se desincentivará el paro juvenil, mejorarán las cifras y subirán las ventas de chopped y de pizzas congeladas y los jóvenes agradecidos lo celebrarán en apoteósicos botellones brindando a la salud de los sabios y de los expertos. Los comedores sociales serán de dos tenedores y los albergues municipales de tres estrellas. Pero para eso, vosotros, jóvenes y suficientemente preparados para afrontar la calamidad, tendréis que trabajar más que nadie y cobrar menos que nadie, tendréis que ser austeros y sumisos pero sin perder el optimismo que es patrimonio vuestro, tesoro de la juventud. Hacedlo por vuestro bien, pero sobre todo por el de vuestros padres y abuelos que nunca os han decepcionado (o quizás sí pero no es momento para reprochárselo) y que os han enseñado en el devenir diario como pasar de la nada a la más absoluta miseria. Hacedlo por la familia que siempre sale reforzada de estas pruebas. Abuelos, padres, hijos, nietos, todos unidos junto a la hoguera primigenia en la que arden los muebles del último vecino desahuciado.
No solo es que hayamos vivido por encima de nuestras posibilidades, es que hemos vivido demasiado y si seguimos así no tendremos donde caernos vivos. Nuestra esperanza de vida es insostenible afirman los expertos en recortar las esperanzas ajenas para salvaguardar las propias y lo certifican, desde sus cátedras, los “sabios” llamados a consulta por el Gobierno de la nación. Últimamente, los sabios han dejado sus madrigueras para pronunciarse ante la llamada de los políticos: “No lo digo yo, lo dicen estos señores que han estudiado y saben mucho”, dicen los políticos de turno para acallar el griterío que estamos montando los ignorantes en calles y foros. Coinciden “sabios” y “expertos”en que hay que bajar las pensiones que en lugar de estar conectadas a las veleidades, siempre alcistas, del IRPF pasarán a “indexarse” con la esperanza de vida. “Tenemos dos noticias que darles proclamará el sabio portavoz del comité, una buena y una mala: la buena es que la esperanza de vida de los españoles subió el último año un 1%, la mala es que ese 1% se lo descontaremos de sus pensiones y subsidios”.
Vivir demasiado está cada día peor visto y muchos ancianos empiezan a sentir en el cogote, las miradas desaprobatorias de sus descendientes y allegados, de sus vecinos y de los transeúntes más jóvenes. Por ahora no son mayoría, porque la mayoría sigue cuidando a sus ancianos con mimo y esmero, sobre todo cuando dependen de su pensión y de sus presuntos ahorros, cuando viven bajo sus techos o les usan como avalistas. El problema, uno de los problemas de esa dependencia es que los más jóvenes no acaban de decidir convertirse en emprendedores y emprender un viaje al extranjero en busca de empresa, apuntarse a la movilidad exterior y a la aventura de la emigración que puede ser dura pero siempre encierra buenas lecciones y además se aprenden idiomas.
El paro juvenil se cura con la edad, recordaba el otro día una viñeta de El Roto, el paro de larga duración se cura, o se curaba, con el subsidio de desempleo hasta la edad de jubilación y luego con la pensión. Van escaseando los jóvenes que cotizan a la Seguridad Social, no por indolencia ni acomodo, sino porque no encuentran trabajo. La pescadilla se muerde la cola y los sabios convocados a consulta, los expertos y los asesores no encuentran más soluciones que la cuenta de la vieja. Si bajamos las pensiones, subimos las cotizaciones, y tocamos los impuestos tendremos más dinero para repartir entre los menesterosos, dar independencia a los dependientes y mantener unas pensiones sostenibles y que sostengan.
Los impuestos nos los tocan bastante, “vamos a tocar algunos impuestos” anunció hace poco Rajoy y casi todos comprendimos que “tocar” es subir porque empezamos también a ser expertos en esa jerga eufemística, en esa cháchara incongruente que flexibiliza, desindexa y pospondera, una neolengua orwelliana que aún no tiene diccionarios y que hay que aprender de oído todos los días porque crece y se enrosca y da de comer a centenares de sabios y expertos tertulianos para que nos expliquen lo inexplicable y nos toquen lo intangible.
No hay grandes soluciones pero tenemos en cartera como opciones preferentes, con perdón, los miniempleos, los minisueldos, y los miniciudadanos. Así se desincentivará el paro juvenil, mejorarán las cifras y subirán las ventas de chopped y de pizzas congeladas y los jóvenes agradecidos lo celebrarán en apoteósicos botellones brindando a la salud de los sabios y de los expertos. Los comedores sociales serán de dos tenedores y los albergues municipales de tres estrellas. Pero para eso, vosotros, jóvenes y suficientemente preparados para afrontar la calamidad, tendréis que trabajar más que nadie y cobrar menos que nadie, tendréis que ser austeros y sumisos pero sin perder el optimismo que es patrimonio vuestro, tesoro de la juventud. Hacedlo por vuestro bien, pero sobre todo por el de vuestros padres y abuelos que nunca os han decepcionado (o quizás sí pero no es momento para reprochárselo) y que os han enseñado en el devenir diario como pasar de la nada a la más absoluta miseria. Hacedlo por la familia que siempre sale reforzada de estas pruebas. Abuelos, padres, hijos, nietos, todos unidos junto a la hoguera primigenia en la que arden los muebles del último vecino desahuciado.
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