David Torres
Más que una selección de personal, Mariano se planteó la formación de su ejecutivo como un casting donde no cabía ni un solo héroe, que para algo estaba reclutando la tripulación de la Estrella de la Muerte. De haber sido un western, el desgobierno de Mariano habría sido El feo, el feo, el feo, el feo y el malo, pero cualquiera los distingue. Entre tanto anodino y tanto supernumerario del Opus necesitaba un rostro que distrajera al personal, un ministro al que vapulearan igual que esos muñecos de trapo que queman y ahorcan las turbas palestinas por los noticiarios de la CNN. En José Ignacio Wert encontró justamente el chivo expiatorio que andaba buscando.
Le endosaron a Wert el ministerio de Cultura porque lo del PP con la cultura es un asunto personal. Personal, nada de negocios. La cultura es una deuda pendiente de la derecha española desde que ganaron la guerra civil y perdieron la historia de la literatura. No sólo mataron a Lorca y dejaron pudrirse en la cárcel a Miguel Hernández, sino que incluso a los mejores escritores de derechas no les hicieron ni puto caso. Torrente Ballester, por ejemplo (que fue falangista en su juventud), triunfó tarde y mal, a trancas y barrancas; tuvo que cambiar muy joven su primera vocación, el teatro, por la novela y al final encontró su mayor adalid en Saramago, quien no era precisamente un reaccionario. Saramago dijo una vez que si había un novelista digno de sentarse a la derecha (sí, creo que dijo a la derecha) de Cervantes, ése era Torrente Ballester. No se puede escribir un elogio más alto.
Tampoco el noviazgo del PSOE con la cultura es como para tirar cohetes, pero, al lado de Wert, hasta González Sinde parece Luis II de Baviera. Mientras que el PSOE, a pesar de todos los pesares, contaba (quizá ya no) con un amplio grupo de apoyo entre actores y cantantes, el PP ha tenido que echar mano de la caspa y la revista, su hábitat natural. Gente como Julio Iglesias, Francisco, Bertín Osborne, Norma Duval o Arturo Fernández, háganse una idea. Al PP la cultura siempre se la trajo floja y a la gente del cine y del teatro, los voceros de la caverna suelen apodarlos “titiriteros”, lo que da una idea del ingenio que gastan. Su idea de un intelectual en el gobierno era Fraga, un señor que no sólo llevaba el estado en la cabeza sino que además lo paseaba en tanqueta.
Por seguir con Torrente Ballester, podríamos decir que Wert ha recogido este legado ideológico como el que recoge un garrote. Allá por donde va, universidades, actos públicos, conciertos, recibe desprecios y abucheos, exactamente lo que ha sembrado. No obstante, algo bueno tiene este hombre y es que con él ocurre lo mismo que con Telecinco: lo ves cinco segundos y te entran ganas de abrir un libro. Wert apareció en el Teatro Real antes de una sinfonía de Beethoven y fue como si saliera el malo de una función de guiñol. Sólo le faltaba el garrote. Pero, a estas alturas de la función, Wert ya debería saber que una pitada en el Teatro Real vale más que un aplauso alquilado en el congreso.
Más que una selección de personal, Mariano se planteó la formación de su ejecutivo como un casting donde no cabía ni un solo héroe, que para algo estaba reclutando la tripulación de la Estrella de la Muerte. De haber sido un western, el desgobierno de Mariano habría sido El feo, el feo, el feo, el feo y el malo, pero cualquiera los distingue. Entre tanto anodino y tanto supernumerario del Opus necesitaba un rostro que distrajera al personal, un ministro al que vapulearan igual que esos muñecos de trapo que queman y ahorcan las turbas palestinas por los noticiarios de la CNN. En José Ignacio Wert encontró justamente el chivo expiatorio que andaba buscando.
Le endosaron a Wert el ministerio de Cultura porque lo del PP con la cultura es un asunto personal. Personal, nada de negocios. La cultura es una deuda pendiente de la derecha española desde que ganaron la guerra civil y perdieron la historia de la literatura. No sólo mataron a Lorca y dejaron pudrirse en la cárcel a Miguel Hernández, sino que incluso a los mejores escritores de derechas no les hicieron ni puto caso. Torrente Ballester, por ejemplo (que fue falangista en su juventud), triunfó tarde y mal, a trancas y barrancas; tuvo que cambiar muy joven su primera vocación, el teatro, por la novela y al final encontró su mayor adalid en Saramago, quien no era precisamente un reaccionario. Saramago dijo una vez que si había un novelista digno de sentarse a la derecha (sí, creo que dijo a la derecha) de Cervantes, ése era Torrente Ballester. No se puede escribir un elogio más alto.
Tampoco el noviazgo del PSOE con la cultura es como para tirar cohetes, pero, al lado de Wert, hasta González Sinde parece Luis II de Baviera. Mientras que el PSOE, a pesar de todos los pesares, contaba (quizá ya no) con un amplio grupo de apoyo entre actores y cantantes, el PP ha tenido que echar mano de la caspa y la revista, su hábitat natural. Gente como Julio Iglesias, Francisco, Bertín Osborne, Norma Duval o Arturo Fernández, háganse una idea. Al PP la cultura siempre se la trajo floja y a la gente del cine y del teatro, los voceros de la caverna suelen apodarlos “titiriteros”, lo que da una idea del ingenio que gastan. Su idea de un intelectual en el gobierno era Fraga, un señor que no sólo llevaba el estado en la cabeza sino que además lo paseaba en tanqueta.
Por seguir con Torrente Ballester, podríamos decir que Wert ha recogido este legado ideológico como el que recoge un garrote. Allá por donde va, universidades, actos públicos, conciertos, recibe desprecios y abucheos, exactamente lo que ha sembrado. No obstante, algo bueno tiene este hombre y es que con él ocurre lo mismo que con Telecinco: lo ves cinco segundos y te entran ganas de abrir un libro. Wert apareció en el Teatro Real antes de una sinfonía de Beethoven y fue como si saliera el malo de una función de guiñol. Sólo le faltaba el garrote. Pero, a estas alturas de la función, Wert ya debería saber que una pitada en el Teatro Real vale más que un aplauso alquilado en el congreso.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada