dijous, 15 de setembre del 2011

EL PROBLEMA DEL CATALÁN


 
Ja sé què és una mica llarg, però llegiu-ho fins el final. No és la intervenció de la Rosa Díez del passat dimarts al Congrés dels Diputats, però ho podria ser...



La última demostración de Barcelona a favor del oficialismo del idioma catalán demuestra la incorrecta, la precaria unidad española. Cuatro siglos de conjunto vivir, además de las razones étnicas, no han bastado del todo para hacer de España una cosa una, nutrida, cordialmente indivisible.
No es posible negar, sin embargo, que la obra de unificación ha alcanzado considerables efectos. Por de pronto, entre Andalucía y Castilla, no existe un importante desacuerdo; es bastante menor que el que se observa entre el mediodía y el Norte de Francia, entre el Sur y el septentrión de Italia. También Aragón se ha plegado al resto de España, no obstante su antigua caracterización. En cuanto á la zona atlántica y cantábrica, los idiomas ó dialectos se han replegado hacia las aldeas  y montañas quedando las ciudades en pleno rigor castellano. Y Valencia, que conserva todavía su habla lemosina, atribuye á esta una ingerencia ó acción puramente familiar.
La resistente Cataluña es la que se evade con más fuerza con más indudable eficacia. No es allí el catalán de uso doméstico, como tantos dialectos italianos ó franceses; no es tampoco sólo una protesta sentimental o literaria; verdaderamente el catalán es una realidad lingüística que llena todo el vivir de Cataluña, que mantiene una absoluta actividad  y que reduce el castellano á los límites estrictos del oficialismo.
Asunto es éste que preocupa con razón á todos. Los catalanes, descontados aquellos furibundos oposicionistas, sienten en esta cuestión una especie de angustias, de perplejidad. Bien quisieran conciliar los términos de España y Cataluña; tal vez se brindarán a la solución de Valencia, con su habla familiar é íntima; pero al mismo tiempo, el idioma tradicional los envuelve, los abruma con lo inmenso de su realidad y de sus raíces. Se ven demasiado saturados de catalanismo. Lamentarían quizá que España no hubiese intervenido con más asiduidad en los negocios locales como en Valencia y el Norte, hasta hacer posible una relativa compenetración. Llena de fuerza y de conservatismo, Cataluña no ha permitido realmente que España la interviniera.
Pero así como la resistencia catalana tiene un sentido intelectual, y son los intelectuales quienes colaboran á hacer más difícil la renunciación del idioma catalán, acaso esos mismos intelectuales sean mañana los que faciliten la conjunción. El motivo práctico é ideal será América.
Ha de venir un día en que el idioma español, si hoy subordinado, alcance cimas imprevistas. El florecimiento de las naciones americanas no es una forma retórica; es algo ya bien palpable y comprensible. En frente de esta grandeza española de los continentes ¿qué esperanza puede reservarse Cataluña, realmente circunscripta á su pequeño solar? El mundo español es una cosa clásica, capaz de prolongarse indefinidamente  y estupendamente, mientras que el mundo catalán, pasados los tiempos de la Edad Media, es una cosa  sin elasticidad, cuyas fronteras se conocen, son determinadas, son improrrogables en el espacio. ¿Qué ilusión, pues, les queda á los catalanes, así como á las inteligencias de otras regiones? ¿Obstinarse en la resistencia limitada, nula, por consiguiente, ó sumarse á las proyecciones indefinidas de la familia española?
Cuando vayan perdiendo su vigor hostil las fronteras políticas, restará en el mundo otra clase de lucha; será la que sostengan los idiomas, como contenidos de civilización y de temperamento. Necesariamente han de ir eliminándose los idiomas pequeños por esa ley necesaria de eliminación natural á un mundo que se ensancha y se intensifica. Quedarán subordinados idiomas como el holandés, el escandinavo, las ramas eslavas de los Balkanes, tal vez el mismo italiano. Y lucharán por el predominio el inglés, el alemán, el ruso, el francés o el español. Es posible todavía que el francés quede reducido á una actuación literaria, social, semihistórica; que el ruso, á pesar de su extensión en comarcas retiradas, no intervenga suficientemente. Entonces ocupará el alemán el centro de Europa. El inglés llenará las partes vivas del mundo. Y el español, á despacho de todo, por un hinchazón natural, regateará al mismo inglés el predominio en ciertas partes de la tierra.
Aunque es verdad que el idioma inglés, por conducto de los yanquis, invade Méjico y el mar Caribe, hay una zona inmensa, la más rica en la América meridional, que no podrá plegarse nunca. En el Río de la Plata se está formando un núcleo de pueblos, cultivadores de cereales y ganados, factibles de grandes industrias. De aquí á medio siglo habrá en esta zona una población de veinte ó treinta millones de habitantes. Entonces Buenos Aires, dado su rápido y espontáneo crecimiento, sumará tres millones, acaso más, de habitantes. Y sobre esa zona poblada y activa refluirá la corriente de las naciones próximas, especialmente de Chile y del Perú.
Del mismo modo que nosotros, á la distancia, entendemos a Grecia como una entidad única, no obstante sus numerosas disgregaciones, sus incontables colonias, reinos y repúblicas, igualmente mañana se hablará de una civilización inglesa, germánica o española. Es así como en América nace para un español imaginativo una nueva razón de patria; se concibe una patria más elástica y, por lo tanto, más extensa y grande. Se asiste allí, en fin, á la integración de tantos caudales distintos como arroja la inmigración. Grecia, á la potencia asimilativa de aquellos países jóvenes, el núcleo castellano está reforzándose continuamente. Y la prole del italiano, como la del inglés, como la del ruso ó del otomano, se integran fatalmente en el troquel, en la substancia castellana. Y el día que por virtud de tantas superposiciones y de inyecciones étnicas extrañas ya no sea razonable hablar de una raza española en América, entonces quedaría íntegra la realidad de un único humano unido por el idioma, el español. Véase, pues, á que magníficas posibilidades invita este idioma, que, según decir de la gramática, nació en Castilla, y que hoy ya no es Castilla, ni siquiera de España, sino de dos continentes. Fracasada la moción de las fronteras políticas y desintegrada la armazón de los mosaicos territoriales, á la mente suspicaz sólo le resta incorporar su destino á una de esas grandes fuerzas lingüísticas que rivalizarán en el mundo.
¿Para qué rezagarse? ¿Y por qué, en suma, resistir tercamente á una ley impostergable? A los catalanes les brinda la ocasión dos términos inarmónicos: ó reducirse en su solar limitado, ó sumarse a la ola de los pueblos ascendentes que hablan castellano. Pero… ¿aspirarán también entonces a un régimen de privilegio arancelario? ¿Se propondrán explotar los beneficios que acuerde lo inmenso del mundo español, y, entre tanto, ellos para su vida solariega continuaran viviendo su vida catalana?
Son estas aspiraciones tan mezquinas y caseras, tan medioevales, tan antifuturistas, que es injusto atribuirlas á los apasionados y clarividentes espíritus de la moderna Cataluña. De todas suertes, el problema o el conflicto se hace tan grave ó más para los catalanes que para los castellanos.

José Mª Salaverría
 
(Publicat al diari ABC del 28 de gener de 1914)