María Márquez Guerrero
Universidad de Sevilla
Universidad de Sevilla
La “crisis” del PSOE deja una herida abierta que es imposible suturar mientras no pare de sangrar. La actitud de determinación y firmeza que se observa en los líderes “triunfadores”, dispuestos a hilvanar y coser rápidamente sin dejar rastro, no deja de ser la manifestación de un deseo voluntarista que no tiene en cuenta el volumen de sangrado, la zona en la que se localiza la herida y la profundidad del daño.
Sin embargo, las operaciones de localización e identificación de la herida, vitales para el diagnóstico y la curación, están planteando serios problemas para la formación de la rosa. En mi opinión, sería un gran error, por ejemplo, considerar que el desgarramiento afecta exclusivamente a la capa superior, la de los representantes políticos y sus diferentes tácticas para que el PSOE mantenga la hegemonía de la izquierda. Se presiente una herida mucho más honda, es seguro que están afectadas capas más profundas, porque en el día más oscuro de la historia del partido socialista se oyó el ruido de sables, llantos y lamentos. Aunque suele olvidarse, uno de los protagonistas fundamentales del relato estaba en la calle, fuera de la sede de Ferraz. Allí, algunos militantes de entre los que eligieron democráticamente a su Secretario General recordaban que NO ES NO y que votaron al PSOE y no al PP. Con sus pancartas y gritos alertaban de la magnitud del daño: la grieta abierta entre representantes y representados y la necesidad de evitar la traición política.
Como ocurrió en el 15M, la calle y las redes volvían a desmentir la hipotética “desafección” de los ciudadanos con respecto a la política: la manifestación espontánea de los militantes contra el “golpe/“motín” de los “críticos” mostraba la desconexión entre los objetivos de hegemonía de la élite dirigente, por un lado, y, por otro las reclamaciones de la gente para que se haga, por fin, una política realmente democrática que termine de una vez con el austericidio e indague en otras vías más justas para resolver la situación de endeudamiento del país. Pero ellos estaban fuera. Dentro, el espectáculo en diferido de Ferraz dejaba al descubierto la enajenación de los líderes, confinados en sus torres de marfil, muy alejados de las reivindicaciones de sus bases. La implosión de la organización ha visibilizado la ausencia de democracia interna y el poder casi absoluto de la oligarquía y los medios de comunicación que controla. El sentimiento de traición y de soledad de la militancia es perfectamente comprensible. No creo que sea posible suturar la herida antes de que pare este sangrado.
Javier Fernández, presidente de la gestora que ahora dirige el partido, diagnostica que detrás del desgarro no hay “un asunto ideológico”, sino “un asunto político de naturaleza táctica sobre qué le conviene al país”. Otros representantes, en cambio, son más precisos: José María Barreda afirmaba en Al Rojo vivo que será el interés del partido –evitar salir descalabrados en unas terceras elecciones-, y no el del país, el que determinará en último término su apoyo a la abstención, que abandonaría el gobierno en manos de Rajoy y del partido imputado. La voluntad de negar la dimensión ideológica del asunto implica un desconocimiento profundo acerca de la naturaleza de la herida, y olvida por completo la necesidad de “limpiarla” bien, esto es, de sacar a la luz toda la conflictividad escondida, requisito ineludible si no se quiere coser a toda prisa y cerrar en falso.
En realidad, la cúpula, representada por Javier Fernández, apuesta por resolver el conflicto eliminando a una de las partes. Los medios han dejado de hablar de la posibilidad de formar un gobierno alternativo de progreso, como si el golpe mediático hubiera disipado de un plumazo, en un solo gesto, toda la complejidad política. Y aunque es generalmente admitido que negar la realidad no implica que deje de existir, una y otra vez los dirigentes del PSOE se tapan los ojos evitando la responsabilidad de mirar directamente a los diferentes frentes abiertos.
Sin embargo, algunas cosas sí van quedando claras: a la pregunta sobre la posibilidad de consultar a la militancia acerca de un cambio de posición del partido (recordemos que el Comité Federal aprobó en diciembre votar en contra del PP y no pactar con quienes defienden el derecho a decidir en Cataluña), la respuesta de Fernández no puede ser más reveladora: afirma que el PSOE “se ha podemizado” al plantear la existencia de un conflicto entre élites y bases (El País 4 / 10/ 2016). Por supuesto que no existe una grieta entre ambas, y añade: “Yo no negaría en absoluto la palabra a las bases. Los que hemos sido elegido no podemos eludir nuestra responsabilidad. Ahora bien, hay que dialogar con ellas”. Parece que Fernández olvida que, antes de que se institucionalizara la indignación, cientos de miles de ciudadanos sin banderas salieron a las calles y plazas el 15M denunciando una crisis de representación que sigue sin resolverse y que no puede ser zanjada con un simple “diálogo”, un dar la voz sin reconocer el derecho a voto. Quizás la lealtad mantuvo entonces el voto socialista de muchos indignados que confiaban en la honestidad y la coherencia de sus dirigentes. Sin embargo, el partido ha actuado sin contar con ellos, y no se trata de una simple cuestión de falta de comunicación.
La opción de consultar a la militancia ha sido desestimada. En su táctica de supervivencia como partido (“El PSOE es un partido de mayorías. El día que deje de serlo ya no será el PSOE. No será alternativa de Gobierno”), el Comité Federal se ha instalado frente a sus bases y ha terminado dándole un poder casi absoluto al PP. La sonrisa de los dirigentes conservadores evidencia que son ellos los auténticos ganadores de esta cruenta batalla interna: ahora no sólo no tendrán que pagar un precio alto por la abstención del PSOE, sino que, empoderados, pueden exigirle que renuncie a su papel de opositor reclamándole garantías de estabilidad y respaldo a sus medidas más conservadoras bajo la amenaza de convocatoria de terceras elecciones.
Por otra parte, tal vez Fernández pretendía descalificar al sector sanchista acusándolo de “podemización”, es decir, de intentar recuperar la ruta de la socialdemocracia perdida, de promover una organización política realmente democrática, y de abandonar la política ultraliberal y gestionar para la gente. Lo cierto es que con estas declaraciones, no solo no debilita a Podemos, su verdadero antagonista, sino que deja a la formación morada la exclusividad en la gestión de la crisis de representación.
Tras el espectáculo vergonzoso y triste del golpe político y mediático que comenzó con las palabras de Felipe González en la SER y la inmediata dimisión de 17 miembros de la Comisión Ejecutiva, los vencedores han impuesto el silencio: la versión oficial que circula es que no ha pasado nada, que es una simple vendettaentre facciones, el lógico desacuerdo por la existencia de diferentes tendencias. Se olvida que no se actuó respetando las pautas de una organización democrática con reflexión, discusión y, en último término, con una moción de censura, por ejemplo. Tampoco se consultará a la militancia, y ningún diputado socialista podrá escapar a la disciplina de partido en las votaciones. Lo mejor es pasar página y olvidar, coser rápidamente lo que se ha desgarrado y dar una imagen de higiene y normalidad democráticas.
“¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!”, grita Bernarda Alba en el último acto de la obra maestra de Federico García Lorca. En los días tórridos de un verano tardío, en un pequeño pueblito de Granada, la tiranía, la amargura y el odio a la vida de Bernarda sepultan en vida a sus cinco hijas, “Haceros cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas”, privándolas de la libertad y de la vida. A la herida del PSOE, todavía sangrante, más que sutura, parece que se le ha aplicado un duro vendaje que oculta, blinda y sella cualquier iniciativa de regeneración democrática y de transformación real del partido. Quitándole la luz, el agua y el aire, la herida no puede sanar: al contrario, seguirá infectada, doliendo a todos los demócratas, sean o no del PSOE.
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