David Bollero
Con Esperanza Aguirre siempre me ha pasado como sucedía con Fraga: más allá de ideologías, de su pasado -diría que de su futuro-, más allá de comulgar o no con sus planteamientos, hay que admitir que ambos son auténticos animales políticos. El modo en que se manejaban en ese escenario les hacía destacar sobre la media… vaya por delante que la media no es muy alta. Sin embargo, y a 550 kilómetros de distancia de mi querido Madrid, si algo se ha percibido desde aquí es la lideresa está a medo gas.
Si Esperanza Aguirre gana estas elecciones no será gracias a ella, sino pese a ella. La torpeza ha caracterizado la campaña de Aguirre, que por momentos parecía más una novata que una veterana como buena sexagenaria que se autodefine. Sus repetidas calumnias a otros candidatos, en especial a Manuela Carmena, sus necesarias rectificaciones, sus exabruptos, su modo en que ha tirado del fantasma de ETA en algún que otro debate televisivo… todo debería tener una única consecuencia: que los indecisos se convenzan de que la Aguirre de ahora no es la Aguirre de hace años… o no lo parece, porque lo más probable es que ésta esté más cerca de la genuina que la que nos mostraba en sus ‘mejores’ tiempos al frente de la Comunidad de Madrid.
La guinda del pastel ha sido la reacción, no sólo suya, sino de todo el aparato del Estado -que en estos tiempos es lo mismo que decir que del PP- ante la filtración de su declaración de la renta. Es cierto que la Agencia Tributaria no genera ninguna confianza y que, hablando en plata, parece un cachondeo por el modo en que se filtran las informaciones de los contribuyentes. Pero no es menos cierto cuando se ha hecho con sus rivales políticos -con Juan Carlos Monedero como el mejor ejemplo- nadie en el PP, ni siquiera los llamados versos sueltos, dijeron una palabra más alta que otra.
La inseguridad jurídica de la que habla ahora Aguirre no la propicia la Agencia Tributaria en sí, sino un Gobierno que actúa y busca la justicia únicamente con sus afines, con sus instrumentos políticos para mantener el poder bien aferradado y seguir desplegando sus políticas neoliberales que sumergen a España en una miseria nunca antes vista en Democracia.
A esos 550 kilómetros de distancia, la sensación es que la alcaldía de Madrid es cosas de dos y que Manuela Carmena y su equipo de Ahora Madrid han pisado a fondo en la recta final de campaña. La crispación, las declaraciones desubicadas y la soberbia que destila Aguirre se han topado de bruces con otra veterana de la Democracia, con una Carmena que ha creído más en el debate sosegado, que ha huido de la autocomplacencia y que con la honestidad como bandera no ha negado su agrado por otros candidatos de la izquierda. El individualismo de Aguirre (como buena aprendiz de Thatcher) contra el trabajo en equipo de Carmena.
En definitiva, dos estilos totalmente diferentes Ahora son los madrileños los que tienen que valorar qué estilo prefieren para su ciudad, porque ese individualismo o trabajo en equipo sin duda se extenderá al modo en que se administre la ciudad: sin contar o contando con los ciudadanos. Que los que puedan decidan.
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