*Alberto Garzón Espinosa, Marina Albiol Guzmán, Carlos Sánchez Mato
En septiembre de 2013, en un discurso en el Foro Bruno Kreisky en Viena, Alexis Tsipras pronunció esta frase: “Hoy, los fundamentos de Europa están amenazados por una peligrosa bomba de relojería social y política. Una bomba de relojería que podemos y debemos desactivar”. Sus palabras, en la antigua casa del dirigente socialdemócrata austriaco, reflejaban a la perfección la impotencia ante el deseo de transformar la Unión Europea.
El Gobierno de Syriza fracasó a la hora de desactivar la bomba y, precisamente por eso, enterró para siempre el Plan A: el de las reformas progresistas en el marco del sistema económico capitalista y su estructura política en la UE de los mercaderes.
Tener conciencia de una realidad es la condición previa para poder transformarla. Quizá ese sea el mayor mérito del movimiento que está surgiendo ahora en Europa y que tiene repercusiones más allá de nuestro continente. La virtud de haber comprendido, tras la experiencia de Grecia, que no cabe un camino “negociado y razonable” con la UE que contemple el respeto a las necesidades de los pueblos y a la soberanía popular.
De hecho, tras el referéndum griego, el Eurogrupo, con su chantaje al Gobierno de Tsipras -y la cesión final de este-, pretendía enviar el mensaje contrario. La señal de que no existe una alternativa a la negociación. Que la posibilidad de luchar con todos los medios por una Europa de los pueblos, no es una opción. En definitiva: que es imposible ir más allá y romper las reglas del juego de la UE, de la Europa fortaleza, de la Europa de los mercaderes. Y este es el reto de la reflexión colectiva en la que estamos inmersos. Esta es la razón por la que hace falta construir un Plan B.
Debemos ser conscientes de que nos enfrentamos a una enfermedad estructural. Por lo tanto, unas pequeñas reformas en una estructura económica creada para el beneficio de unos pocos no la va a transformar milagrosamente en algo al servicio de la mayoría.
Las guerras en las que participa la UE, que han desgarrado el planeta, no son sino una parte de la cirugía que labra la fisionomía de ese gigantesco monstruo de Frankenstein en que se ha convertido el sistema económico mundial.
Hace mucho tiempo que el proceso de reproducción del capitalismo tenía como uno de sus objetivos vitales superar las fronteras, establecer un campo cosmopolita para sus negocios y su explotación de las dos fuentes fundamentales de la riqueza: la naturaleza y el trabajo humano.
Para alcanzar su objetivo, las frías decisiones que se toman en los centros de poder no se arredran ante cualquier medio pacífico o bélico, legal o ilegal, a través de la democracia oficial o, en su caso, de las dictaduras más atroces. Y dicho objetivo no es otro que el sacrosanto beneficio privado de un puñado de parásitos, en un polo, mientras en el otro vivimos la miseria masiva. Lo uno no es sino la otra cara de la moneda de un mismo proceso. La carrera desenfrenada de un sistema anárquico de competencia sin miramientos que ofrece la quimera de un sueño de riqueza que pertenece en la práctica solamente a una minoría privilegiada.
El continente europeo no escapa a estas leyes. Si bien se supone que estamos en la parte “privilegiada” del planeta, los efectos de la crisis orgánica del capitalismo mundial nos han puesto frente a una amarga realidad que nos recuerda que la sociedad de los privilegiados está construida sobre la pobreza, el desempleo y la pérdida de derechos considerados básicos de la mayoría del pueblo trabajador.
Ante la crisis estructural del sistema económico, los dueños de las grandes empresas y el capital financiero se apresuran a anotar las pérdidas en la cuenta de las grandes mayorías. Y para ello utilizan políticas que suponen una transferencia masiva de recursos de las rentas del trabajo a las rentas del capital.
Parece mentira que haya que recordar el mastodóntico rescate que gobiernos y bancos centrales han realizado durante los últimos nueve años a costa de todas y todos. Y aunque quieran convencernos de que con las medidas de ajuste se ha atajado la crisis, la inestabilidad económica internacional -a lo que se une el frenazo de la economía china y la insolvencia latente del sistema bancario que provoca fuertes turbulencias bursátiles- muestra que la medicina aplicada en forma de recortes de gasto público, especialmente el social, no ha conseguido alcanzar el objetivo que se propusieron.
Ante esto, el Plan A de la Comisión Europea es reincidir en las erradas políticas que han sido incapaces de solucionar el problema de la falta de crecimiento y, sobre todo, de la recuperación de la tasa de ganancia para el capital.
La Unión Europea no es reformable
Una herramienta se diseña con la finalidad de alcanzar un producto y, por lo tanto, no es adecuada para obtener unos resultados diametralmente opuestos a los que pretendía su creador. La Europa fortaleza no puede convertirse en una Europa solidaria. La Europa de los mercaderes y el capital financiero no puede ser la Europa que vele por los intereses del pueblo trabajador. Por eso, lo debemos decir sin tapujos: la Europa patriarcal, la Europa que destruye la naturaleza, la Unión Europea no es reformable.
Los intereses de clase están por encima de cualquier otra consideración en esa carrera loca por acumular beneficios a costa de limitar derechos laborales y sociales. Una alianza de las clases dominantes de todos los países de Europa contra la clase trabajadora de toda Europa, eso es la Unión Europea. Se crean las instituciones actuales con un contenido de clase: “Hoy, el poder público viene a ser, pura y simplemente, el Consejo de Administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa”[1].
En definitiva, lo que nos asfixia no es Europa, no son los pueblos que componen nuestro continente. Las políticas de la Troika no representan los intereses de la clase obrera alemana, francesa o italiana, sino lo intereses de sus respectivas burguesías. En todos los países de Europa los ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres. Hablando con propiedad, no deberíamos lanzar ninguna acusación contra Europa, sino contra la Unión Europea. Contra la Europa del capital.
Y cualquier política, institución o moneda que surja de este sistema estará a su servicio. Porque ha sido diseñado para ello. Para defender los intereses de los capitalistas europeos frente a sus competidores en el mercado mundial y frente a la clase obrera europea.
Todas sus políticas son instrumentos de explotación de la clase trabajadora: desde el Banco Central Europeo, hasta el sistema monetario o la política aduanera y de fronteras. Todo ello tiene carácter de clase, defendiendo los intereses materiales de los poderosos.
Ha llegado el momento de levantar el proyecto de otra Europa. De no aceptar su lógica. De romper sus normas. La principal de todas ellas es la diferencia entre quienes ponen los intereses privados de una minoría por delante de todo y quienes consideramos que Europa pertenece a los pueblos.
Por eso, quienes luchamos por un Plan B no podemos quedarnos en atajos que consigan pequeñas reformas cosméticas. Nos jugamos las próximas generaciones y debemos ser consecuentes con la magnitud del reto al que nos enfrentamos.
En definitiva, nos han expropiado la libertad y el trabajo y venimos a recuperar lo que nos pertenece.
_________________
[1] ”Manifiesto del Partido Comunista” Marx y Engels
*Alberto Garzón Espinosa Diputado en el Congreso por IU-Unidad Popular
Marina Albiol Guzmán Eurodiputada de Izquierda Unida
Carlos Sánchez Mato Concejal de Economía y Hacienda de Madrid por Ahora Madrid
Marina Albiol Guzmán Eurodiputada de Izquierda Unida
Carlos Sánchez Mato Concejal de Economía y Hacienda de Madrid por Ahora Madrid
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