OLGA MERINO
Periodista y escritora
Hacer la cobra es una expresión que utilizan mucho los jóvenes con el significado de retirar la cabeza para zafarse de un beso no deseado mediante un movimiento rápido y brusco, similar al de la cobra cuando repele un ataque. La cobra, sí, ese ofidio que despliega una especie de caperuza, semejante al tocado egipcio deTutankamón, cuando está irritada o percibe peligro.
Si no hablaron y encima la foto les salió deslucida, ¿qué sentido tuvo el encuentro?
Hacer la cobra es una expresión que utilizan mucho los jóvenes con el significado de retirar la cabeza para zafarse de un beso no deseado mediante un movimiento rápido y brusco, similar al de la cobra cuando repele un ataque. La cobra, sí, ese ofidio que despliega una especie de caperuza, semejante al tocado egipcio deTutankamón, cuando está irritada o percibe peligro.
O sea, una situación parecida a la que debe de encontrarse Mariano Rajoy, quien prefirió abrocharse la chaqueta y dejar a Pedro Sánchez con la mano tonta en el aire, una mano la del líder socialista que muestra, por cierto, demasiada muñeca: las mangas de la americana nunca le llegan adonde deberían, como si el traje no acabara de encajarle.
MERO GESTO
Vacía de contenidos, más que una nevera a fin de mes, la reunión que ambos mantuvieron se quedó en la cobra, el mero gesto y la letra pequeña de ese lenguaje corporal que tanto expresa a falta de palabras. A saber: las quijadas apretadas de Sánchez, que intentaba aparentar un dominio de la situación que en realidad no tiene, la mirada suspendida en el infinito de Rajoy y esa boca suya algo borbónica que siempre parece murmurar el mantra de «a mí, que me registren». Si no hablaron y la foto les salió deslucida, ¿a qué se reunieron?, ¿qué sentido tuvo el paripé?
Y a todo esto, Rita Barberá aforada. La del 'caloret', la que se gastó 278.000 euros en comidas, viajes y hoteles de lujo. Con la soga de la corrupción cada vez más prieta, Rajoy no se da cuenta de que su tiempo ya pasó.
Tirando del símil de la cobra, debo confesar que, a pesar de su mala fama, de la Biblia y todo eso, a mí las serpientes me fascinan. Son listas. Enroscadas sobre sí mismas, parecen adormiladas, ajenas a todo, cuando en realidad están calibrando el momento propicio para actuar. Zas. Lo malo es que no tienen patas. Patas para largarse con el paso firme cuando toca.
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