JUAN CARLOS ESCUDIER
La manera que Podemos ha elegido para negociar un pacto que permita la investidura de Pedro Sánchez es por el momento un gran misterio o una genialidad similar al penalti indirecto de Messi. Hasta ahora se creía toda negociación necesitaba que las partes implicadas buscaran un primer acuerdo sobre el marco y los colores a utilizar para luego pintar el cuadro, pero el método de Iglesias parece haber invertido el orden tradicional: ha enviado directamente el Gernika para que los del PSOE lo lleven a enmarcar y lo firmen en una esquina.
Cien páginas después, tal es el volumen del documento que Podemos ha hecho llegar a todos los partidos incluido el PP, se han acrecentado las dudas sobre la voluntad real de Podemos de llegar a algún acuerdo, no ya tanto por el contenido sino por la liturgia, una ceremonia de la confusión en la que Iglesias pretende oficiar de sumo sacerdote e iniciar por su cuenta una ronda de consultas al margen del designado formalmente para intentar formar gobierno.
Sin ser descartable que nos hallemos ante otro de esos golpes de efecto que Podemos ha popularizado hasta para rendir visita a los baños, todo apunta a que su intención última es que el PSOE rompa la baraja y, ya de camino hacia unas nuevas elecciones, poder culpar a la vieja política de hacer oídos sordos a las justas demandas de la gente y afianzarse como la primera fuerza de la izquierda.
La estrategia tiene algunos inconvenientes. El primero es que resulta muy evidente y los socialistas no son del todo imbéciles, por lo que procurarán aparentar que el único culpable de que no haya sido posible un gobierno que entierre la etapa del PP es Iglesias. El segundo sería explicar por qué lo que ha sido imposible con Podemos, sí ha dado sus frutos en las reuniones que el PSOE está manteniendo con Ciudadanos o con IU, a la que se pretendía además integrar en el mismo gobierno de coalición. Finalmente, tendría que argumentar por qué sus votos negativos unidos a los del PP hicieron imposible que se formara un gobierno dispuesto a implantar un ingreso mínimo vital y a elevar significativamente el salario mínimo, a cambiar la ley electoral, a derogar la reforma laboral del PP, la ley mordaza, la prisión permanente revisable y el artículo antihuelgas del Código Penal, a impedir los desahucios de personas sin recursos, a dificultar las puertas giratorias y a promulgar un amplio paquete de medidas anticorrupción, entre otras.
Pocos entenderían esa actitud, como tampoco se comprende que se pretenda obligar a Sánchez a finiquitar sus conversaciones con Rivera para, posteriormente, ante un eventual acuerdo del PSOE con Podemos, negociar la abstención de Ciudadanos. Es muy razonable que se quiera tensar la cuerda de la negociación, aunque parece de sentido común asir antes la cuerda, es decir, sentarse primero a negociar y luego hacer fuerza hasta romperla si fuera preciso.
Lo que tácticamente era una buena idea hace un mes, quizás no lo sea tanto en el momento actual. Nadie puede asegurar que con la repetición de las elecciones Podemos relegue al PSOE y, aunque así fuera, es muy probable que la correlación de fuerzas ofrezca un panorama muy similar al actual. En esas circunstancias, la llamada gran coalición para facilitar la gobernabilidad dejaría de ser una herejía y la izquierda habría desaprovechado una gran oportunidad para intentar cambiar el país.
A estas alturas, Podemos ha de tener claro el objetivo. Está en su derecho de forzar unos nuevos comicios pero ello es incompatible con dar solución urgente a la emergencia social en la que sobreviven algunos de los colectivos que componen su propio electorado. Es imposible sorber y soplar al mismo tiempo. O eso se decía.
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