DAVID TORRES
Cualquier extranjero que desembarcase en España y se fiara de la prensa, los telediarios y las radios nacionales, percibiría de inmediato que éste es un país feliz. Como dicen los cursis, una balsa de aceite. Cómo no creerlo cuando la noticia más grave, la que trae de cabeza a nuestra sociedad, es la criminalización de unos titiriteros que montaron un espectáculo teatral para adultos delante de un montón de niños después de anunciar que se trataba de un espectáculo teatral para adultos. El hipotético extranjero -un alma bendita o un bobo de solemnidad- concluirá que en este país hay tan pocos delincuentes que un juez necesita encarcelar a unos titiriteros para cumplir el cupo y no dejar a la policía sin trabajo.
Quizá alguien podría pensar que ese marciano ignorante y papanatas me lo acabo de inventar, pero no es cierto: corresponde exactamente al perfil del noventa y tantos por cien de nuestros periodistos y ramoneadores de opinión, y a la práctica totalidad de los cuñados españoles. Gente que está rasgándose las vestiduras por el titirigate al tiempo que flota la podredumbre en los juzgados de media España, Rita Barberá se acochina contra las tablas del Senado, Trinidad Jiménez y Elena Salgado se enchufan en el sector privado, el PP valenciano se pudre vivo y una señora infanta se sienta por primera vez en el banquillo en la historia de España. Siguiendo la inmortal lección de perspectiva que dio Velázquez en Las meninas, hay que rodear a las infantas de bufones y enanas para evitar el impacto del primer plano, y luego, bien al fondo, colocar el asunto importante desdibujado, en un espejo que casi parece un televisor.
Vivimos en un país para estudiar en clase de filosofía, un país platónico donde la caverna mediática inventa cada poco una chuminada de cuarenta pulgadas -reinas magas, titiriteros etarras- para distraer al personal de la auténtica catástrofe: el infinito lodazal de mierda y de miseria en que nos rebozamos desde hace cuatro años. La prueba del algodón de que el titirigate no es más que un escándalo precocinado en los burdos laboratorios de la extrema derecha reside en el hecho de que la misma obra, La bruja y don Cristóbal, fue representada el 29 de enero en Granada con los mismos intérpretes, los mismos personajes y los mismos carteles, y nadie se echó las manos a la cabeza. La diferencia es que en Granada no está al frente del ayuntamiento Manuela Carmena, una mujer a la que la caverna ya ha acusado de todo, desde destructora del medio ambiente a amenaza contra la paz mundial.
Para hacerse una idea de cómo velaba el anterior equipo municipal por niños y jóvenes no hay más que acudir a esas páginas del periódico, entre la meteorología y los anuncios de masajes, donde se narra el desarrollo del juicio contra los responsables de la tragedia del Madrid Arena. Con un poco de suerte, alcanzarán a leer el alegato de un abogado explicando que las niñas murieron arrolladas en una avalancha sólo porque iban muy borrachas. De cualquier modo, es una noticia bastante difícil de encontrar, lo mismo que la trama corrupta recién destapada en Málaga, la cual abarca el encubrimiento de un crimen machista, dos asesinatos por narcotráfico y diversos negocios sucios que implican, por el momento, a doce guardias civiles. No nos engañemos: los titiriteros de hoy día están detrás del televisor, convenciendo a los títeres de carne y hueso de que la realidad es ficción y la ficción realidad. Mientras tanto, a los títeres va a haber que ir acompañados de niños para enterarse de algo.
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