dimarts, 13 d’agost del 2013

Política de clase

Pablo Iglesias

Uno de los temas para los que me llamaron anoche en La Sexta era el de la malnutrición infantil en España. Pero claro, Gibraltar, para regocijo del Gobierno, debía de dar más audiencia y se impuso como el tema central de la noche; así es la tele amigos. La cosa tiene su gracia, desde el momento en que tanto España como el Reino Unido forman parte de la OTAN, organización militar hegemonizada por EEUU que, en el asunto Gibraltar, apoyan a sus amigos británicos. A partir de ahí, toda discusión sobre este tema es un ocioso ejercicio que favorece la estrategia comunicativa del Gobierno ¿Para no hablar de Bárcenas? Y un cuerno. Para no hablar de su política de clase.
El debate sobre la malnutrición infantil podía plantearse de forma tramposa ¿Quién puede estar a favor de que los niños coman mal o coman poco? Y podríamos haber acabado discutiendo de si hay que apoyar las acciones caritativas de la Iglesia o, por el contrario, los comedores sociales de la Junta de Andalucía. Al final, el debate podría haberse polarizado entre los que dijéramos que Hernando es un sátrapa sin escrúpulos por decir que la culpa de la malnutrición es de los padres, frente a los que nos hubieran respondido que peor es lo de los ERES de Andalucía. Otra cortina de humo, otra estafa al ciudadano-espectador que sólo cuenta con la televisión para formarse sus opiniones.
Escribía Henry Kissinger en sus memorias que las decisiones sobre economía política nunca son técnicas. Para el jefe de la política exterior de Nixon, premio Nobel de la paz y artífice de la política de apoyo a los golpes de Estado en América Latina, las decisiones sobre la economía son las más políticas que existen. Como los buenos estadistas, Kissinger comprendió que para tomar decisiones hay que tener claro a qué clase se defiende.
El problema de la malnutrición infantil no tiene que ver con las formas de parchearlo, sea mediante comedores sociales públicos o con caritativas monjitas, sino con la desigualdad que es el resultado directo de las políticas implementadas por los diferentes gobiernos de nuestro país.
En el país en el que casi todos están con la roja, hay quien se gasta 2000 euros en cenar como el señor Arenas o quien duerme en el Palace como el señor Durán i Lleida y también quien no puede alimentar decentemente a sus hijos. Los datos hablan por sí solos y dicen que en desigualdad, como en la Eurocopa, somos campeones. Según Eurostat tenemos una vergonzosa puntuación de 34 en el índice de Gini que nos sitúa en la peor posición de la Eurozona (solo se nos acercan Lituania y Bulgaria). Mientras tanto, las empresas de productos de lujo han aumentado sus ventas un 35 por ciento desde 2010 y el número de multimillonarios en España no ha dejado de crecer desde que comenzó la crisis. A mismo tiempo según el CIS, un cuarto de los hogares apenas llegan a los mil euros de ingresos netos mensuales; un 25 por ciento que contrasta con el 0,7 por ciento de familias que declaran contar con más de 6000 euros al mes (entre ellas, por supuesto, las de los ministros del este gobierno y del anterior).
Llegados a este punto cabría preguntarse si el problema de la malnutrición infantil se debe a que la acción caritativa de la iglesia no recibe los suficientes apoyos o que no hay bastantes comedores sociales. Plantear así las cosas sería una escandalosa estafa. En nuestro país hay malnutrición porque los diferentes gobiernos han hecho una política de clase a favor de los ricos; han hecho pagar la deuda de los bancos a las familias a través de los recortes sociales y han legislado para tener uno de los sistemas fiscales más regresivos de Europa, que incentiva el fraude de las grandes empresas y en el que la mayor parte de la presión fiscal recae sobre los que menos tienen.
Lo que está imponiendo IU al Gobierno de Andalucía (el decreto anti-desahucios y los comedores sociales) o lo que hacen Gordillo y Cañamero jugándose la libertad para llamar la atención sobre las injusticias, es cavar trincheras, desde su escasísimo poder, para retrasar el avance de la gran estafa.
Pero para acabar con un país de niños malnutridos y hacer un país decente lo que hace falta es un gobierno patriota de verdad que es lo contrario a hacer el ridículo con el show de Gibraltar. Hace falta un gobierno patriota que haga una política de clase para proteger a las mayorías, que defienda a sus ciudadanos de la troika, de Bruselas, de los banqueros, del FMI, de los grandes empresarios que defraudan y de  los constructores que sobornan. Y entonces no harán falta ni comedores sociales ni monjas ejerciendo la caridad.