Luis García Montero
Un paisaje ético como el dibujado por el PP es desolador. Su modo de actuar, de representar de forma cotidiana el lado turbio del poder, provoca un espectáculo deprimente. Ni las peores obras literarias han creado unos malos tan malos, unos mentirosos tan mentirosos, unos desvergonzados tan desvergonzados. Una situación tan grave ni siquiera nos permite alegrarnos de las angustias de nuestros adversarios ideológicos. Si el PP fuese una composición novelesca, la ficción no resultaría eficaz por puro sectarismo. Los buenos lectores están acostumbrados al matiz y aquí no hay matices. Cuando comparezca Rajoy ante los representantes políticos de los españoles, el problema no será Rajoy, sino los diputados del partido en el Gobierno que, con nombres y apellidos, desde la A a la Z, se olvidarán uno por uno de la decencia para aplaudir la corrupción. Una España sin honor democrático, sin vergüenza.
Esto es grave. También es grave un poder judicial tomado por el clientelismo y dispuesto a perdonar a los delincuentes y a perseguir a los jueces que intentan cumplir de forma honrada con su trabajo. Aquí pasa a segundo plano querer saber la verdad, hacer justicia y facilitarle a las víctimas una reparación. Ahora es prioritario estar del lado del que manda en los premios y en las dificultades, en las declaraciones y en los silencios, para recibir un ascenso, un indulto o una rebaja de pena.
Es muy grave la evidencia de un comportamiento poco distinguible de lo mafioso. Pero no es lo más grave para el PP. Por desgracia hemos visto que municipios y comunidades autónomas han respaldado con mayorías absolutas a dirigentes manchados de barro hasta la nuca. No habla bien de la ciudadanía, ni de la salud democrática, pero es así. Se pueden ganar elecciones siendo un corrupto notorio.
Por eso el problema más grave que tiene el PP en este momento no es la corrupción, sino la trampa y el callejón sin salida de su política económica. No resulta muy original afirmar que la realidad determina la conciencia, pero me parece oportuno recordarlo aquí y ahora.
El PP ha basado una parte decisiva de su política neoliberal en el desmantelamiento del los servicios públicos. Y no se trata sólo de su descarada afición a las privatizaciones, sino también de otros procedimientos más sibilinos. La degradación sistemática de los servicios públicos (sanidad, educación, sistema de pensiones…), ha tenido como finalidad el meditado desplazamiento de las clases medias para enriquecer el negocio privado. Cada recorte, cada reducción de plantillas, cada miedo, tenía como misión degradar lo público para poner en manos del negocio privado el dinero de las clases medias. Esa es la razón de configurar el espacio público como una casa de misericordia. Si usted no se quiere morir de un parto, si no quiere que sus hijos sean perdedores desde los diez años, busque acomodo y pague –no ya con sus impuestos, sino con sus ahorros- en clínicas y en colegios privados.
Pero ocurre que esta política de expulsión de los servicios públicos sufrida por las clases medias ha coincidido en el tiempo con unas medidas económicas destinadas a empobrecerlas. La política del PP está al servicio de la oligarquía, es decir, de la riqueza acumulada por las élites y sus instituciones financieras o empresariales. Esto tiene como resultado inmediato el empobrecimiento de las clases medias. Y ahí está el mayor problema del PP: ha intentado expulsarlas de los servicios públicos al mismo tiempo que las dejaba sin dinero para gastar en lo privado. El cambio de ciclo viene apuntado por este viento: la realidad económica vuelve a unir a los de abajo, a los maltratados de la sociedad, con las clases medias, por culpa de un empobrecimiento general de los ciudadanos. Y esto abre como posibilidad la configuración natural de una nueva mayoría que rompa las costuras establecidas por la Transición. Es posible movilizar hacia la política alternativa a una parte amplia de españoles que hasta ahora, por comodidad, falta de escrúpulos o ceguera, pactaban con las élites financieras heredadas del franquismo y santificadas por la corona.
Las crisis provocan dificultades graves, pero sus tensiones abren nuevos caminos. Sería un crimen histórico que las fuerzas sociales y políticas opuestas al neoliberalismo –y a la agresión de la economía especulativa contra la democracia- desaprovechasen esta nueva situación.
Un paisaje ético como el dibujado por el PP es desolador. Su modo de actuar, de representar de forma cotidiana el lado turbio del poder, provoca un espectáculo deprimente. Ni las peores obras literarias han creado unos malos tan malos, unos mentirosos tan mentirosos, unos desvergonzados tan desvergonzados. Una situación tan grave ni siquiera nos permite alegrarnos de las angustias de nuestros adversarios ideológicos. Si el PP fuese una composición novelesca, la ficción no resultaría eficaz por puro sectarismo. Los buenos lectores están acostumbrados al matiz y aquí no hay matices. Cuando comparezca Rajoy ante los representantes políticos de los españoles, el problema no será Rajoy, sino los diputados del partido en el Gobierno que, con nombres y apellidos, desde la A a la Z, se olvidarán uno por uno de la decencia para aplaudir la corrupción. Una España sin honor democrático, sin vergüenza.
Esto es grave. También es grave un poder judicial tomado por el clientelismo y dispuesto a perdonar a los delincuentes y a perseguir a los jueces que intentan cumplir de forma honrada con su trabajo. Aquí pasa a segundo plano querer saber la verdad, hacer justicia y facilitarle a las víctimas una reparación. Ahora es prioritario estar del lado del que manda en los premios y en las dificultades, en las declaraciones y en los silencios, para recibir un ascenso, un indulto o una rebaja de pena.
Es muy grave la evidencia de un comportamiento poco distinguible de lo mafioso. Pero no es lo más grave para el PP. Por desgracia hemos visto que municipios y comunidades autónomas han respaldado con mayorías absolutas a dirigentes manchados de barro hasta la nuca. No habla bien de la ciudadanía, ni de la salud democrática, pero es así. Se pueden ganar elecciones siendo un corrupto notorio.
Por eso el problema más grave que tiene el PP en este momento no es la corrupción, sino la trampa y el callejón sin salida de su política económica. No resulta muy original afirmar que la realidad determina la conciencia, pero me parece oportuno recordarlo aquí y ahora.
El PP ha basado una parte decisiva de su política neoliberal en el desmantelamiento del los servicios públicos. Y no se trata sólo de su descarada afición a las privatizaciones, sino también de otros procedimientos más sibilinos. La degradación sistemática de los servicios públicos (sanidad, educación, sistema de pensiones…), ha tenido como finalidad el meditado desplazamiento de las clases medias para enriquecer el negocio privado. Cada recorte, cada reducción de plantillas, cada miedo, tenía como misión degradar lo público para poner en manos del negocio privado el dinero de las clases medias. Esa es la razón de configurar el espacio público como una casa de misericordia. Si usted no se quiere morir de un parto, si no quiere que sus hijos sean perdedores desde los diez años, busque acomodo y pague –no ya con sus impuestos, sino con sus ahorros- en clínicas y en colegios privados.
Pero ocurre que esta política de expulsión de los servicios públicos sufrida por las clases medias ha coincidido en el tiempo con unas medidas económicas destinadas a empobrecerlas. La política del PP está al servicio de la oligarquía, es decir, de la riqueza acumulada por las élites y sus instituciones financieras o empresariales. Esto tiene como resultado inmediato el empobrecimiento de las clases medias. Y ahí está el mayor problema del PP: ha intentado expulsarlas de los servicios públicos al mismo tiempo que las dejaba sin dinero para gastar en lo privado. El cambio de ciclo viene apuntado por este viento: la realidad económica vuelve a unir a los de abajo, a los maltratados de la sociedad, con las clases medias, por culpa de un empobrecimiento general de los ciudadanos. Y esto abre como posibilidad la configuración natural de una nueva mayoría que rompa las costuras establecidas por la Transición. Es posible movilizar hacia la política alternativa a una parte amplia de españoles que hasta ahora, por comodidad, falta de escrúpulos o ceguera, pactaban con las élites financieras heredadas del franquismo y santificadas por la corona.
Las crisis provocan dificultades graves, pero sus tensiones abren nuevos caminos. Sería un crimen histórico que las fuerzas sociales y políticas opuestas al neoliberalismo –y a la agresión de la economía especulativa contra la democracia- desaprovechasen esta nueva situación.
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