David Torres
Cada día que pasa los papeles de Bárcenas se parecen más y más a la realidad. Son como una profecía al revés, vamos leyendo en ellos lo que sucedió en lugar de adivinar lo que va a suceder. Los militantes del PP deberían consultarlo como los griegos acudían al oráculo de Delfos, no tanto para descubrir el futuro sino para saber quiénes eran, quiénes han sido, quiénes son y qué coño han hecho. “Conócete a ti mismo” era la inscripción grabada en el frontispicio del templo de Delfos. Traducido al genovés viene a decir aproximadamente: “Y a mí qué me cuenta”.
Es lo que han respondido Javier Arenas y Álvarez-Cascos en sendas declaraciones ante el juez Ruz, una comparecencia donde, para el caso, podían haber enviado al mayordomo. No lo sé, no me consta, no recuerdo. Sólo sé que no sé nada. Cascos y Arenas han recurrido a Sócrates en un caso fundamentalmente presocrático. La negación como línea de defensa, el olvido como forma de vida. El juez Ruz va a tener que abandonar la toga y estrenar un diván de psicoanalista. Los malos recuerdos (los fraudes, los sobresueldos, la contabilidad falsa, las donaciones ilegales) se encuentran bloqueados por algún trauma edípico, alguna falla psíquica oculta en la infancia del partido. Por lo común el psicoanalista bucea en la infancia del paciente para dar con la verdad, pero ponerse a rastrear ahora en los orígenes del PP es como irse a excavar en Atapuerca: uno puede encontrar cualquier cosa, incluidas pruebas de canibalismo.
Desde los préstamos reconocidos de algunos dirigentes hasta la confirmación de ayer de Cristóbal Páez, que admitió haber recibido pagos en negro, el horóscopo de Bárcenas se va cumpliendo y conjugando con la puntualidad de un pretérito perfecto. Al contrario que con Nostradamus, cuyas cuartetas hay que interpretar con calzador y en diferido, con las profecías de Bárcenas no hace falta ni calculadora. Aquella memorable sentencia filosófica (“Todo es falso, salvo alguna cosa”) empieza a revelarse como la única verdad que ha brotado de la boca de Mariano desde tiempos inmemoriales. La “cosa”, en el sentido freudiano del término, sigue creciendo y creciendo como el número de cadáveres en una fosa séptica. A este paso, la cosa va a acabar siendo más grande que el todo.
El psicoanálisis, tal como lo inventó Freud, es una práctica terapéutica donde se intenta llegar a la verdad a través de la mentira, la resistencia y la vergüenza. Normalmente, los propios pacientes desconocen lo jodidos que están, del mismo modo que Edipo ignoraba que había matado a su padre y que se había acostado con su madre. Lo ignoraba aunque lo sospechaba. La verdad os hará libres, queridos desmemoriados del PP, excepto esta vez, que os puede llevar a todos al trullo. Al final descubriremos, no con demasiada sorpresa, que la pobre gaviota carroñera del PP era, en realidad, una esfinge con alas.
Cada día que pasa los papeles de Bárcenas se parecen más y más a la realidad. Son como una profecía al revés, vamos leyendo en ellos lo que sucedió en lugar de adivinar lo que va a suceder. Los militantes del PP deberían consultarlo como los griegos acudían al oráculo de Delfos, no tanto para descubrir el futuro sino para saber quiénes eran, quiénes han sido, quiénes son y qué coño han hecho. “Conócete a ti mismo” era la inscripción grabada en el frontispicio del templo de Delfos. Traducido al genovés viene a decir aproximadamente: “Y a mí qué me cuenta”.
Es lo que han respondido Javier Arenas y Álvarez-Cascos en sendas declaraciones ante el juez Ruz, una comparecencia donde, para el caso, podían haber enviado al mayordomo. No lo sé, no me consta, no recuerdo. Sólo sé que no sé nada. Cascos y Arenas han recurrido a Sócrates en un caso fundamentalmente presocrático. La negación como línea de defensa, el olvido como forma de vida. El juez Ruz va a tener que abandonar la toga y estrenar un diván de psicoanalista. Los malos recuerdos (los fraudes, los sobresueldos, la contabilidad falsa, las donaciones ilegales) se encuentran bloqueados por algún trauma edípico, alguna falla psíquica oculta en la infancia del partido. Por lo común el psicoanalista bucea en la infancia del paciente para dar con la verdad, pero ponerse a rastrear ahora en los orígenes del PP es como irse a excavar en Atapuerca: uno puede encontrar cualquier cosa, incluidas pruebas de canibalismo.
Desde los préstamos reconocidos de algunos dirigentes hasta la confirmación de ayer de Cristóbal Páez, que admitió haber recibido pagos en negro, el horóscopo de Bárcenas se va cumpliendo y conjugando con la puntualidad de un pretérito perfecto. Al contrario que con Nostradamus, cuyas cuartetas hay que interpretar con calzador y en diferido, con las profecías de Bárcenas no hace falta ni calculadora. Aquella memorable sentencia filosófica (“Todo es falso, salvo alguna cosa”) empieza a revelarse como la única verdad que ha brotado de la boca de Mariano desde tiempos inmemoriales. La “cosa”, en el sentido freudiano del término, sigue creciendo y creciendo como el número de cadáveres en una fosa séptica. A este paso, la cosa va a acabar siendo más grande que el todo.
El psicoanálisis, tal como lo inventó Freud, es una práctica terapéutica donde se intenta llegar a la verdad a través de la mentira, la resistencia y la vergüenza. Normalmente, los propios pacientes desconocen lo jodidos que están, del mismo modo que Edipo ignoraba que había matado a su padre y que se había acostado con su madre. Lo ignoraba aunque lo sospechaba. La verdad os hará libres, queridos desmemoriados del PP, excepto esta vez, que os puede llevar a todos al trullo. Al final descubriremos, no con demasiada sorpresa, que la pobre gaviota carroñera del PP era, en realidad, una esfinge con alas.
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