José María Calleja
José Ignacio Wert ha retocado, la puntita
nada más, su muy pensada decisión de impedir que los estudiantes españoles
viajen a las universidades europeas
Ese elogio de la frivolidad que responde a la denominación de José Ignacio Wert ha retocado, la puntita nada más, su muy pensada decisión de impedir que los estudiantes españoles viajen a las universidades europeas, respiren el aire de otros países y hagan un currículum vital que les acompañe toda la vida.
No le gusta a Wert que haya tantos estudiantes, le parecen demasiados los universitarios que hay en España, no soporta que, no contentos con estudiar aquí, encima viajen a otros países y crezcan como europeos. Igual que a este Gobierno no le gusta que la gente tenga trabajo digno, derecho al desempleo, jubilación en condiciones, profesores bien considerados, españoles con derecho a la vivienda, ciudadanos que tengan vacaciones retribuidas o bajas por enfermedad. No le gusta a este Gobierno que los españoles sean ciudadanos, quiere súbditos. Coherente con esa idea, a Wert le resulta insoportable que españoles sin recursos viajen a otros países, como si fueran hijos de ricos.
Ha ocurrido que se ha detectado la maniobra para cargarse las estancias de nuestros estudiantes en otros países y que la denuncia le abre un nuevo boquete, otro más, al desprestigio del Gobierno. Por eso han tenido que maquillar una decisión en la que todo el Gobierno cree firmemente. Lo dejan para más adelante, con otras formas, pero, en el fondo, mantienen esa idea: estudiamos por encima de nuestras posibilidades de súbditos, viajamos al extranjero por encima de nuestra condición de pobres. Se acabó este Erasmus que les suena a botellón.
Frívolo Wert ya ha cumplido con su misión de las Faes en lo tocante a la enseñanza. Lo que queda de legislatura le parece un tostón. Él piensa ya en el cargo, bien retribuido, que se encontrará a la salida de la puerta giratoria. Su reino ya no es de este mundo socialdemócrata que tanto le critica. Él se ríe de los parados, de los profesores, de los estudiantes, de los universitarios, de los rectores, de las gentes del cine y de la madre que parió a toda esta chusma que ve como roja aunque no lo sea. Se parte de la risa por la ira que provoca en todos sus damnificados. Le encanta que se irriten, alardea de los cabreos que provoca, los presenta como medallas en su currículum ante sus conmilitones de las Faes. Qué palmetazos en la espalda recibe por actuar sin complejos.
Él es de los que piensa que toda la vida ha habido ricos y pobres y que esto de que todos podemos aspirar a mejorar, estudiar, viajar, formarse en universidades europeas es una fantasía progre con la que hay que acabar.
Cuando salga del Gobierno –me temo que agotará la legislatura–, la enseñanza, toda, estará peor; la Conferencia Episcopal, contenta; y la derecha sin complejos, feliz. Le pagarán bien el destrozo.
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