David Torres
Escribir sobre el PP y la mierda siempre tiene sus riesgos, el primero de los cuales es el de caer en el pleonasmo. He aprovechado unos días que ando fuera de Madrid para escribir sobre el tema con la distancia que se merece, porque únicamente desde lejos puede uno irse haciendo una idea. Otras ciudades tienen estatuas, monumentos, aulas de música, polideportivos municipales, piscinas públicas, auditorios, universidades, festivales literarios, salas de conciertos, clubs de jazz y otros lujos salomónicos. Madrid, más o menos terminado el pleistoceno gallardónico, la etapa de los desmanes urbanísticos, tiene una capa de basura única en el mundo. Entonces, justo cuando la acusaban de altos niveles de contaminación atmosférica, la mierda se ha caído toda al suelo. Iker Jiménez ya está investigando el misterio de por qué la sede del PP en Génova está limpia como la patena mientras el resto de la ciudad rebosa porquería por los cuatro costados. Hay teorías que hablan de espíritus, otras de telequinesia, pero en realidad no hay ningún misterio. Es muy sencillo: como todos los sólidos, la mierda obedece a la ley de gravitación universal y sabe de sobra que en Génova se está mejor dentro que fuera.
Madrid es una capital cuya época de esplendor cayó en un martes de hace ahora aproximadamente dos años. Gallardón todavía no había acabado de construirla cuando Ana Botella empezó a desmantelarla, de manera que hemos pasado directamente de la hormigonera a la boñiga, del proyecto a la ruina y del feto al hoyo. La democracia es un sistema de alternancia de poder excepto en Madrid, que funciona con corriente continua. La democracia, como dijo el poeta Alvaro Muñoz Robledano, es el sistema por el cual los ciudadanos eligen libremente a sus representantes del PP.
Según doña Ana Botella la huelga de basureros en Madrid no la atañe en absoluto, es una cuestión que afecta a los trabajadores y a la empresa que lleva el servicio de recogida de basuras. Si acaso, la culpa es de Madrid por estar en medio. Se entiende, claro está, que Ana Botella con cuidar de Jose Mari ya tiene trabajo de sobra, y más aun esta semana que el intelectual anda de gira por Valladolid y alrededores presentando su libro de memorias. Esto ocurre no por haber privatizado la gestión de desperdicios, sino por no haberla privatizado bastante, es decir, que los madrileños somos tan borricos que todavía seguimos disponiendo de alcaldes y presidentes autonómicos públicos cuando lo más lógico, barato y eficaz sería haberse desecho de semejante lastre y contratar a gestores privados. Cualquier administrador de una comunidad de vecinos, cualquier entrenador de futbito, cualquier cajera de supermercado podría desempeñar las funciones de alcaldesa y con un nivel de inglés parecido. Imagínense: si Ana Botella se largó un fin de semana a relajarse a un spa en Portugal con cinco niñas muertas recién ingresadas en del depósito de cadáveres, por una simple huelga de basura lo mismo se da la vuelta al mundo dos veces en bicicleta.
Escribir sobre el PP y la mierda siempre tiene sus riesgos, el primero de los cuales es el de caer en el pleonasmo. He aprovechado unos días que ando fuera de Madrid para escribir sobre el tema con la distancia que se merece, porque únicamente desde lejos puede uno irse haciendo una idea. Otras ciudades tienen estatuas, monumentos, aulas de música, polideportivos municipales, piscinas públicas, auditorios, universidades, festivales literarios, salas de conciertos, clubs de jazz y otros lujos salomónicos. Madrid, más o menos terminado el pleistoceno gallardónico, la etapa de los desmanes urbanísticos, tiene una capa de basura única en el mundo. Entonces, justo cuando la acusaban de altos niveles de contaminación atmosférica, la mierda se ha caído toda al suelo. Iker Jiménez ya está investigando el misterio de por qué la sede del PP en Génova está limpia como la patena mientras el resto de la ciudad rebosa porquería por los cuatro costados. Hay teorías que hablan de espíritus, otras de telequinesia, pero en realidad no hay ningún misterio. Es muy sencillo: como todos los sólidos, la mierda obedece a la ley de gravitación universal y sabe de sobra que en Génova se está mejor dentro que fuera.
Madrid es una capital cuya época de esplendor cayó en un martes de hace ahora aproximadamente dos años. Gallardón todavía no había acabado de construirla cuando Ana Botella empezó a desmantelarla, de manera que hemos pasado directamente de la hormigonera a la boñiga, del proyecto a la ruina y del feto al hoyo. La democracia es un sistema de alternancia de poder excepto en Madrid, que funciona con corriente continua. La democracia, como dijo el poeta Alvaro Muñoz Robledano, es el sistema por el cual los ciudadanos eligen libremente a sus representantes del PP.
Según doña Ana Botella la huelga de basureros en Madrid no la atañe en absoluto, es una cuestión que afecta a los trabajadores y a la empresa que lleva el servicio de recogida de basuras. Si acaso, la culpa es de Madrid por estar en medio. Se entiende, claro está, que Ana Botella con cuidar de Jose Mari ya tiene trabajo de sobra, y más aun esta semana que el intelectual anda de gira por Valladolid y alrededores presentando su libro de memorias. Esto ocurre no por haber privatizado la gestión de desperdicios, sino por no haberla privatizado bastante, es decir, que los madrileños somos tan borricos que todavía seguimos disponiendo de alcaldes y presidentes autonómicos públicos cuando lo más lógico, barato y eficaz sería haberse desecho de semejante lastre y contratar a gestores privados. Cualquier administrador de una comunidad de vecinos, cualquier entrenador de futbito, cualquier cajera de supermercado podría desempeñar las funciones de alcaldesa y con un nivel de inglés parecido. Imagínense: si Ana Botella se largó un fin de semana a relajarse a un spa en Portugal con cinco niñas muertas recién ingresadas en del depósito de cadáveres, por una simple huelga de basura lo mismo se da la vuelta al mundo dos veces en bicicleta.
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