Antón Losada
No puedo dejar de preguntarme qué podríamos haber cambiado si en lugar de vender armas, dictadores y muerte a los países y pueblos con quienes nos han declarado en guerra hubiéramos compartido sólo un poco de nuestra democracia decadente
Cómo resulta posible semejante desastre justo en este momento de nuestra historia reciente, cuando hemos renunciado a más derechos que nunca a cambio de una seguridad que no podían asegurarnos
Me cuesta dividir el mundo en buenos y malos. Al final solo suelen quedar las víctimas y los verdugos, en el aeropuerto de Bruselas o en un estadio de Irak. Tampoco sé arreglarlo a hostias como sugieren ahora algunos intelectuales y corresponsales en guerras libradas con ardor y coraje desde los bares de los hoteles.
Escucho y leo a todos esos analistas y estudiosos que culpan a la generosidad de nuestros programas sociales, o a nuestra blandenguería a la hora de defender la supremacía de los valores que hicieron de Europa la mayor colonizadora, expoliadora o esclavizadora de la Historia. Asumo que el equivocado debo ser yo al intuir en semejantes discursos el aliento de la xenofobia, el racismo y el odio que siempre crecen tan vigorosos cebados por el miedo.
Debo ser muy ingenuo y muy débil porque no puedo dejar de preguntarme qué podríamos haber cambiado si en lugar de venderles armas, dictadores y muerte a los países y pueblos con quienes nos han declarado en guerra hubiéramos compartido sólo un poco de nuestra democracia decadente y viciada por tanta molicie y abundancia. Desconozco si encender velas o rezar sirve para algo o da miedo, pero sí sé que al menos no matan a alguien como las patadas, los tiros en la nuca y las hostias en nombre de la libertad.
Veo y oigo las informaciones y denuncias que descubren los agujeros y errores en la lucha contraterrorista o en la colaboración entre policías europeas. Salen los ministros en tromba a dejarnos claro que la culpa es de los otros países y de los otros ministros. Debo ser muy raro por qué pocos parecen preguntarse lo mismo que yo: cómo resulta posible semejante desastre justo en este momento de nuestra historia reciente, cuando hemos renunciado a más derechos que nunca a cambio de una seguridad que, al parecer, no podían asegurarnos como nos habían asegurado.
Vuelven a hacer sonar los tambores de la guerra. La misma guerra que hace apenas unos días íbamos ganando porque el Estado Islámico perdía socios, territorio y asesinos y ya no tenía a quien vender su barato petróleo. Justo a tiempo de evitar que empecemos a preguntarnos si no será realmente una guerra, o si la estaremos perdiendo, nos informan de otro gran éxito militar: nuestros heroicos drones han matado a otro jefe de los malos. El derecho internacional se ha convertido en un vídeo juego bélico.
Las noticias de la nueva Guerra Santa preceden a las inquietantes informaciones sobre las ingentes mareas de refugiados que hablan diferente, rezan diferente o viven diferente y aguardan ansiosos e insaciables al otro lado de los muros y las vallas que custodian nuestra libertad y nuestro bienestar. Será casualidad. Pero ni lo parece, ni creo en ella. Las coincidencias suelen ser las armas preferidas de los cínicos.
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