JUAN CARLOS ESCUDIER
Si volver a la escena del crimen debe de ser impactante para el asesino, que lo haga el fiambre roza lo paranormal. En ese ambiente de magia negra Susana Díaz y Pedro Sánchez volvían a verse las caras en la sala Ramón Rubial del PSOE, el mismo espacio del comité federal del pasado 1 de octubre donde la andaluza proclamó aquello de “a éste le quiero muerto hoy” sin contar con que el vudú hace milagros y hay Lázaros que se levantan, andan y hasta corren la maratón. Entre ambos Patxi López, el testigo indiscreto de ese aquelarre, al que se suponía un simple convidado de piedra y que terminó por comerles la tostada con un apetito voraz.
Se había calificado el debate de decisivo pese a todo estaba más que hablado y la única novedad consistía en ver a Díaz tras un atril y pie en tierra, ella que iba a ganar las primarias sin bajarse del autobús o del coche oficial que le pagan los andaluces, gente comprensiva que entiende que cuando alguien desde la presidencia les promete dejarse por ellos la piel en realidad se refiere a las sobras de la merluza que desecha en el plato. La nueva promesa de quien pretende dirigir el partido con una mano y la Junta de Andalucía con la otra es irse sin ruido si no consigue que el PSOE remonte, y salta a la vista que estamos ante un mujer de palabra.
Iba a ser, o eso se decía, un debate de guante blanco, como si el color de las manoplas amortiguara los mandobles que pronto empezaron a repartirse. En el guión estaba que Sánchez denunciara la abstención al PP y que Díaz le reprochara sus bandazos, que uno enseñara las cicatrices de cuando la sultana costurera y sus baroncitos le cosieron a puñaladas y que la otra le reprochara sus derrotas electorales, y que ambos hicieran de vez en cuando guiños a López con un frenético tic en los ojos. Lo que no estaba escrito es que el exlehendakari les pasara por encima con un enhebrado discurso sobre la izquierda, que enarbolara la bandera de esos obreros que están en las siglas del partido y de los jóvenes que no quieren futuro sino presente, que se burlara de la oposición útil de la gestora y que se tomara a chirigota la OPAs amistosas de sus contrincantes. Tomado por uno de esos jugadores de lotería que, conociendo lo esquivo que es el Gordo, siempre se aseguran el reintegro, el vasco se atrevió a confiarse a sus propios números.
Se sabía que Díaz estaba nerviosa por la posibilidad real de la derrota pero de sus rabiosos ataques a Sánchez sólo cabe concluir que está aterrorizada. Resulta que ese tipo voluble y perdedor, ese pobre hombre al que todos abandonan, especialmente Zapatero que ya no se fía de él y Felipe González porque le engaña, tiene tras de sí a 50.000 militantes que le han dado su aval sin pistolas en el pecho y en abierta oposición al socialismo de mesa camilla que ella representa. Una ganadora no puede permitirse acudir a un debate de primarias sin que se conozca su proyecto de partido, aunque exista el rumor de que será capaz de presentar algún folio antes del recuento, como el propio Sánchez le restregó en la cara. El partido está “malito”, dicho con esas palabras a la pata la llana de la reina del sur, pero que el cáncer se ofrezca como vacuna es médicamente una quimera o un chiste.
El ex secretario general tampoco salió airoso del trance. Su primer error fue menospreciar a Patxi López con una condescendencia tan excesiva como inútil y permitirle erigirse en moderador del partido y hasta del debate. El segundo, revolcarse en ese papel de mártir, al que ha añadido su estrenada condición de parado. Dar pena no da votos, como tampoco los da esos llamamientos a una unidad imposible. El PSOE de la fractura necesita un líder y no un traumatólogo.
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