Joaquim Coll
Mas intenta reconducir el barco con una agenda alternativa que le permita agotar la legislatura
Alexander Herzen,uno de los padres del socialismo romántico ruso de mediados del siglo XIX, en su obra más famosa (Pasado y pensamientos), nos recuerda, entre otras sugerentes reflexiones, que «la meta última de la vida es la vida misma» y también que «es hora de darse cuenta de que la naturaleza y la historia están llenas de accidentes y sinsentidos, de confusión y de chapuzas». Lo primero es esencial no olvidarlo jamás, sobre todo ahora que volvemos a sumergirnos en la vorágine del día a día tras el paréntesis estival. Muy particularmente los próximos meses, que desde hace tiempo se nos anunciaban como trascendentales y únicos. Por lo visto, a la historia le ha dado en el 2014 por convocarnos, según la cansina propaganda institucional del Tricentenari. La segunda observación deHerzen incide en algo que a menudo nos cuesta aceptar: que los sucesos históricos tienen en realidad mucho de contingente y que no debemos confundir los elementos precipitantes con las causas de fondo ni creer que siempre acaba ocurriendo lo inevitable.
Y con esto voy a lo esencial. Contra la imagen edulcorada de una voluntad popular que empuja el proceso soberanista y de unos partidos que solo dan cauce a un deseo espontáneo, esta dinámica no existiría sin el accidente que sufrió Artur Mas en el 2012 al anticipar las elecciones. Su objetivo no era otro que lograr una sólida mayoría para sobrevivir a la crisis y a los durísimos recortes hasta el 2016 gracias a la zanahoria de una vaporosa consulta que sabía imposible. Al excitar tanto las pasiones populistas con el argumento del expolio fiscal y de la humillación a cuenta del Estatut, el tiro le salió por la culata y se vio empujado a asumir la hoja de ruta hacia el desastre de ERC. El símil, pues, es más bien el de unas élites nacionalistas que lanzaron con fuerza la pelota contra la pared para lograr una posición ventajista pensando que esta regresaría a sus manos. El problema es que ahora, creadas las condiciones ambientales desde los resortes mediáticos que controla la Generalitat, el balón les rebota ante sus maravillados ojos.
El guion estaba perfectamente trazado antes de que el enorme escándalo de corrupción del clan Pujol debilitase de forma estructural el impulso secesionista. El penúltimo acto consistía en otra movilización de masas en la Diada y en afirmar hasta el final que la consulta se iba a materializar. Se buscaba ensanchar la base sociológica soberanista transformando la no-consulta en una nueva humillación colectiva. Tras lo sucedido este verano, nadie duda de que el entramado asociativo secesionista hará otra demostración de fuerza, pero esta vez el número de asistentes quedará bastante lejos de las cifras descaradamente infladas de años anteriores. Y en cuanto al archirrepetido discurso de que «no hay otro plan que votar», es evidente que ha pinchado antes de tiempo. En las últimas semanas se ha confirmado lo que algunos sosteníamos desde el principio: queMas no piensa desobedecer al Constitucional, y que no habrá urnas fuera de la legalidad. Además, la fuerte división del Consell de Garanties Estatutàries, con los contundentes argumentos de los votos particulares contrarios al dictamen, indica que la chapuza conceptual no solo se circunscribe a la doble pregunta encadenada, sino que la ley que pretende darle cobertura no superará tampoco el examen democrático de constitucionalidad.
Por todo ello, no es muy extraño que Mas intente reconducir el barco hacia el escenario posterior al 9-N, antes incluso de la Diada y a costa de que su deserción, tal como ya le reprocha Oriol Junqueras, tenga un efecto desmovilizador. O justamente para favorecer eso. Como no está dispuesto a sacar las urnas, no quiere ser prisionero de la calle. Y menos aún suscribir una declaración unilateral de independencia como condición para gestar una posible candidatura conjunta con ERC. Si no fueron capaces de ponerse de acuerdo en las europeas, mucho más sencillas en cuanto a compromisos formales, menos lo serían ahora. Y es que, sencillamente, Mas no quiere convocar elecciones. Ni puede ir conJunqueras, ni tampoco está en condiciones de concurrir en solitario. No olvidemos que la caída de Pujol, el mito sobre el que CDC había cimentado su relato, podría tener a corto plazo consecuencias devastadoras para la formación.
Tras reunirse largamente con Rajoy a finales de julio, salta a la vista que Mas desea construir ahora una agenda alternativa que le permita agotar la legislatura. Aunque justificar que ni habrá consulta ni tampoco elecciones no va serle nada fácil en medio de un clima aún tan excitado. Solo con el tiempo, volviendo a Herzen, muchos catalanes de buena fe descubrirán que la historia está llena de «sinsentidos, confusión y chapuzas».
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