Se coloca Rato. Se coloca Aguirre. Se
coloca Acebes. Se coloca Güemes. Y Aznar. Y Zaplana. La gente de la
derecha no sólo se coloca mucho más que la gente de la izquierda, sino
que además pilla nóminas rara vez inferiores a 300.000 euros y encima lo
hace con la misma naturalidad y desahogo con que en el pasado el
señorito recién casado con una rica heredera acudía puntualmente a misa
de doce y unas horas después yacía tan ricamente con la criada durante
la siesta dominical. Rato, Aguirre, Acebes, Aznar, Güemes, Zaplana: en
el pasado unos mandaron más que otros, unos eran presidentes y otros
solo ministros o consejeros; unos eran absolutamente de derechas y otros
solo muy de derechas. En el presente, sin embargo, todos están
igualados: igualados por la pasta. A las personas normales nos iguala la
muerte; a los expolíticos de derechas, además de la muerte, los iguala
la pasta.
También hay políticos de izquierdas que se han colocado bien e incluso muy bien, pero siempre lo han hecho con mala conciencia y un poco a escondidas. Y siempre, además, han acabado convirtiéndose casi en unos apestados para los suyos. Cuando algún exministro socialista pilla un buen puesto por encima de los 300.000 anuales que, por pura mala suerte o imperdonable descuido, a la derecha se le ha escapado procura que el caso se airee lo menos posible. El expolítico socialista, aunque no vaya a misa, de algún modo sabe que está pecando. Y si no lo sabe él, ya se ocuparán los suyos de que lo sepa. Ahí está la gran diferencia con el señorito de antaño, para el cual cometer adulterio con la criada a la semana siguiente de su boda era lo natural, era seguir con su vida y sus costumbres de siempre, con toda soltura, sin desasosiego, sin remordimiento.
Para el exministro de derechas fichar como alto ejecutivo por la empresa que él mismo privatizó es un signo inequívoco de talento y sentido común. Y orgullo. Cuando José María Aznar se coloca bien colocado en el grupo Murdoch gracias a las influencias acumuladas durante su mandato no solo se enorgullecen de él su señora y sus hijos, sino también todos sus seguidores sin excepción. Cuando Felipe González se coloca bien colocado en Gas Natural quienes fueron los suyos sienten que ya no lo son tanto; el propio interesado se dice una y otra vez para sí mismo que tiene derecho a ese empleo, por supuesto, quién lo duda, los estatutos del partido no dicen nada en contra, pero allá en el fondo de su conciencia una vocecita le dice que Pablo Iglesias no habría aceptado un puesto así.
Lo malo es que al final la pasta suele vencer a la vocecita. La derecha en eso no tiene problema alguno porque en realidad ella nunca ha tenido vocecita que la moleste. En el fondo, buena parte de nuestros problemas de hoy en día son el resultado de ese invisible combate cuyo último campo de batalla es la conciencia: es el eterno combate entre la pasta y la vocecita en el que, por supuesto, ya sabemos quién va ganando.
También hay políticos de izquierdas que se han colocado bien e incluso muy bien, pero siempre lo han hecho con mala conciencia y un poco a escondidas. Y siempre, además, han acabado convirtiéndose casi en unos apestados para los suyos. Cuando algún exministro socialista pilla un buen puesto por encima de los 300.000 anuales que, por pura mala suerte o imperdonable descuido, a la derecha se le ha escapado procura que el caso se airee lo menos posible. El expolítico socialista, aunque no vaya a misa, de algún modo sabe que está pecando. Y si no lo sabe él, ya se ocuparán los suyos de que lo sepa. Ahí está la gran diferencia con el señorito de antaño, para el cual cometer adulterio con la criada a la semana siguiente de su boda era lo natural, era seguir con su vida y sus costumbres de siempre, con toda soltura, sin desasosiego, sin remordimiento.
Para el exministro de derechas fichar como alto ejecutivo por la empresa que él mismo privatizó es un signo inequívoco de talento y sentido común. Y orgullo. Cuando José María Aznar se coloca bien colocado en el grupo Murdoch gracias a las influencias acumuladas durante su mandato no solo se enorgullecen de él su señora y sus hijos, sino también todos sus seguidores sin excepción. Cuando Felipe González se coloca bien colocado en Gas Natural quienes fueron los suyos sienten que ya no lo son tanto; el propio interesado se dice una y otra vez para sí mismo que tiene derecho a ese empleo, por supuesto, quién lo duda, los estatutos del partido no dicen nada en contra, pero allá en el fondo de su conciencia una vocecita le dice que Pablo Iglesias no habría aceptado un puesto así.
Lo malo es que al final la pasta suele vencer a la vocecita. La derecha en eso no tiene problema alguno porque en realidad ella nunca ha tenido vocecita que la moleste. En el fondo, buena parte de nuestros problemas de hoy en día son el resultado de ese invisible combate cuyo último campo de batalla es la conciencia: es el eterno combate entre la pasta y la vocecita en el que, por supuesto, ya sabemos quién va ganando.
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