Si, hombre. La mano que fue capaz de
estrechar la de ZP poco antes de la última campaña electoral para
incorporar el dogma de la sacra contención del déficit en la
Constitución, sin epidural, con nocturnidad y alevosía, durante el
insólito verano de 2001. La que prometía en los mitines que no tocaría
las pensiones y vaticinaba que todo iría mejor cuando España estuviera
de nuevo en manos de las peinetas del Opus Dei y de los tecnócratas de
la puerta giratoria que pasan de ministros a consejeros de postín a
cambio de un puñado de privatizaciones.
La que cerró camas de hospital y olvidó las Bienaventuranzas de misa de doce para dejar a los migrantes con un palmo de tarjetas sanitarias. La que convirtió en delito el auxilio a los sin papeles y endureció el código para reprimir a cualquier pringado que exigiese justicia para todos. La que quiere legislar las huelgas para que no se celebren y abaratar aún más los despidos para que haya más despedidos con la excusa de aminorar el paro. La que baja los salarios y las prestaciones, pero aumenta los impuestos y la soberbia. La que volvió a trazar una gruesa linea roja entre la enseñanza de pago y la de caridad. La que convirtió la solidaridad en un monte de piedad y redujo la cooperación a los comedores de Cáritas y al banco de alimentos de Cruz Roja. La que convirtió la tutela jurídica efectiva en tutela jurídica en efectivo. La que hizo público los bancos malos e inyectó dinero de todos a fondo perdido en los bancos buenos. La que convirtió las costas en zonas urbanizables. La que subió el IVA y vació los cines y los teatros, llenos como se sabe de rojos peligrosos. La que está a punto de anular incluso la ley del aborto del 85. La que se opone a que la Unión Europea reclame que haya más mujeres en los consejos de administración del Ibex 35. La que hizo crecer el soberanismo en Cataluña de tanto desacreditar el estado de las autonomías. La que dejó que su niña sólo soñara con emigrar a Londres o a Berlín. La que mima a la prima y reforma a los currantes. La que olvidó las promesas a los autónomos y a las pymes como cuando el Tío Sam hablaba con lengua de serpiente. La que fue incapaz de estimular la economía ni de abrir el grifo de los antiguos créditos.
La que huía por el garaje para evitar a los periodistas. La que se tapaba la boca en las ruedas de prensa o callaba las preguntas que no quería oír. La que levantó el teléfono para acorralar en la sombra al juez Baltasar Garzón. La que no suele abrir la portezuela del banco a sur en el hemiciclo de San Jerónimo. La que no sabía si subía o si bajaba. La que se toca las gafas cuando se pone nervioso pero no veía que su partido estaba, al parecer, saturado de sobrecogedores. La que expulsaba a Luis Barcenas del PP un año después de estallar el escándalo Gurtel, pero mantenía sus papeles en el despacho número 13 de la calle Génova. La que firmó la Aministía Fiscal pero llamó a la Agencia Tributaria para que vulnerase la discrecionalidad entre dicho organismo y los contribuyentes para desmentir que el anterior tesorero de las gaviotas hubiera blanqueado diez millones de leuros por esa misma ley. La que no tiene dedos suficientes para calcular cuantos trajes de Camps podrían cortarse y cuantos EREs falsearse a cambio de veintidos kilos suizos y supuestamente legítimos del ya célebre esquiador de alta montaña. La que hasta ahora no ha dicho ni pío sobre la fortuna que su antiguo gerente guarda en un banco suizo. La que no ha llamado todavía a filas a los suyos para convocar una comisión de investigación interna.
No le temblará la mano, se limitó a decir Mariano Rajoy, presidente del Gobierno español, a la hora de perseguir a los corruptos. No le temblará la mano, dijo, después de que la sombra de los corruptos le persiguiera a él y a todos los representantes honestos de los conservadores españoles, que seguro que haberlos haylos como los había en el PSOE de Filesa o incluso en Convergencia i Unió, o en cualquier otra cloaca de nuestro sistema. No le temblará la mano, proclamó a secas, después de una semana horribilis para su partido y una nueva estaca en el corazón para el crédito de la democracia.
Nada que decir, nada que explicar, nada de nada. Hará lo que tenga que hacer, aunque no sepamos muy bien qué es lo que sea, porque él se niega a dar explicaciones, a dar datos, a dar la cara.
No le temblará la mano, pero alguien ya está haciendo temblar su silla. Y el resto del país tiembla a su vez, pero de frío y de asco. La prima de riesgo está más baja. Y la desesperanza sube enteros en el parqué de las noticias. Hombre, si.
La que cerró camas de hospital y olvidó las Bienaventuranzas de misa de doce para dejar a los migrantes con un palmo de tarjetas sanitarias. La que convirtió en delito el auxilio a los sin papeles y endureció el código para reprimir a cualquier pringado que exigiese justicia para todos. La que quiere legislar las huelgas para que no se celebren y abaratar aún más los despidos para que haya más despedidos con la excusa de aminorar el paro. La que baja los salarios y las prestaciones, pero aumenta los impuestos y la soberbia. La que volvió a trazar una gruesa linea roja entre la enseñanza de pago y la de caridad. La que convirtió la solidaridad en un monte de piedad y redujo la cooperación a los comedores de Cáritas y al banco de alimentos de Cruz Roja. La que convirtió la tutela jurídica efectiva en tutela jurídica en efectivo. La que hizo público los bancos malos e inyectó dinero de todos a fondo perdido en los bancos buenos. La que convirtió las costas en zonas urbanizables. La que subió el IVA y vació los cines y los teatros, llenos como se sabe de rojos peligrosos. La que está a punto de anular incluso la ley del aborto del 85. La que se opone a que la Unión Europea reclame que haya más mujeres en los consejos de administración del Ibex 35. La que hizo crecer el soberanismo en Cataluña de tanto desacreditar el estado de las autonomías. La que dejó que su niña sólo soñara con emigrar a Londres o a Berlín. La que mima a la prima y reforma a los currantes. La que olvidó las promesas a los autónomos y a las pymes como cuando el Tío Sam hablaba con lengua de serpiente. La que fue incapaz de estimular la economía ni de abrir el grifo de los antiguos créditos.
La que huía por el garaje para evitar a los periodistas. La que se tapaba la boca en las ruedas de prensa o callaba las preguntas que no quería oír. La que levantó el teléfono para acorralar en la sombra al juez Baltasar Garzón. La que no suele abrir la portezuela del banco a sur en el hemiciclo de San Jerónimo. La que no sabía si subía o si bajaba. La que se toca las gafas cuando se pone nervioso pero no veía que su partido estaba, al parecer, saturado de sobrecogedores. La que expulsaba a Luis Barcenas del PP un año después de estallar el escándalo Gurtel, pero mantenía sus papeles en el despacho número 13 de la calle Génova. La que firmó la Aministía Fiscal pero llamó a la Agencia Tributaria para que vulnerase la discrecionalidad entre dicho organismo y los contribuyentes para desmentir que el anterior tesorero de las gaviotas hubiera blanqueado diez millones de leuros por esa misma ley. La que no tiene dedos suficientes para calcular cuantos trajes de Camps podrían cortarse y cuantos EREs falsearse a cambio de veintidos kilos suizos y supuestamente legítimos del ya célebre esquiador de alta montaña. La que hasta ahora no ha dicho ni pío sobre la fortuna que su antiguo gerente guarda en un banco suizo. La que no ha llamado todavía a filas a los suyos para convocar una comisión de investigación interna.
No le temblará la mano, se limitó a decir Mariano Rajoy, presidente del Gobierno español, a la hora de perseguir a los corruptos. No le temblará la mano, dijo, después de que la sombra de los corruptos le persiguiera a él y a todos los representantes honestos de los conservadores españoles, que seguro que haberlos haylos como los había en el PSOE de Filesa o incluso en Convergencia i Unió, o en cualquier otra cloaca de nuestro sistema. No le temblará la mano, proclamó a secas, después de una semana horribilis para su partido y una nueva estaca en el corazón para el crédito de la democracia.
Nada que decir, nada que explicar, nada de nada. Hará lo que tenga que hacer, aunque no sepamos muy bien qué es lo que sea, porque él se niega a dar explicaciones, a dar datos, a dar la cara.
No le temblará la mano, pero alguien ya está haciendo temblar su silla. Y el resto del país tiembla a su vez, pero de frío y de asco. La prima de riesgo está más baja. Y la desesperanza sube enteros en el parqué de las noticias. Hombre, si.
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