Fernando Orgambides
Periodista y escritor. Durante 30 años perteneció al Grupo Prisa.
El viejo rey de España (75 años) ha reaccionado sorprendido, y mostrando su apoyo al fiscal, en la imputación de su hija la infanta Cristina (49 años) por el juez instructor Castro. Malo. Debe de ser Juan Carlos el único español sorprendido por la medida, porque no sólo era esperada sino deseada por una parte importante de la ciudadanía harta ya de todo lo que está pasando.
El paso siguiente ha consistido en encargarle la defensa de su hija al abogado Miquel Roca (73 años), propietario de un bestial despacho de abogados de Barcelona con 230 profesionales y oficinas en la suite 2209 del Westgate Mall de Shangai. Mucha suerte y mi más cordial enhorabuena, porque para este tipo de contrataciones hay que tener recursos.
Espero, no obstante, que el viejo rey abone con su propio dinero esos servicios, aunque me consta que no lo hizo respecto al vallisoletano Jesús Sánchez Lambás, vicepresidente segundo de la Fundación Ortega-Marañón y cuñado de Rubalcaba, cuando tramitó el divorcio de la infanta Elena. Si bien al letrado castellano se le vio meses después frecuentando cacerías palaciegas, pero no creo que a cambio de la minuta.
He escuchado animaladas estos días en torno al juez Castro, entre ellas la del director de La Razón, Marhuenda, descalificándolo porque asegura que procede del cuarto turno —creado por Felipe González— y otras majaderías. Cuando este hombre, sencillo y trabajador, es miembro de la carrera judicial desde 1976, año en que inicia Adolfo Suárez su mandato tras relevar a Arias Navarro.
Pero también he leído un editorial del diario ABC, paladín de la Monarquía, que insinúa que la infanta imputada debería sacrificar sus prebendas y títulos para salvar a la institución. No entro en las cosas de Palacio, pero sí voy a comentar un artículo de Ramiro Pérez-Maura, en el mismo diario, en el que llega a sugerir a la infanta que se divorcie ya.
Con todo respeto a Pérez-Maura, pienso que el divorcio es una cuestión de dos, y relacionado exclusivamente con el agotamiento de la convivencia marital, pero jamás una propuesta de un tercero, y menos desde las páginas del diario ABC, a una pareja por un asunto que se sale de la cama. Y es ajeno al amor.
Esto lo hizo muy bien Anne Sinclair, la entonces esposa de Dominique Strauss-Khan: se mantuvo al lado de él durante todo el proceso y, cuando el caso se enfrió, cogió la puerta y se fue a su apartamento de soltera, con la suerte de que se reencontró en el amor pocos meses después con un viejo profesor de la Universidad.
Sostengo que el juez Castro ha sido generoso con la infanta Cristina porque, en su condición de imputada, va a poder defenderse con más garantías que como testigo, lo que le impide mentir. Única manera que le permitiría quedar apeada de la instrucción del sumario, aunque nadie se traga hoy día que no supiera nada de la desenfrenada carrera de su marido por enriquecerse con caudales públicos.
Este país ha cambiado mucho desde el regreso de los Borbones al trono tras la muerte de Franco. Y la Monarquía, a mi juicio, no ha sabido evolucionar adecuadamente porque en estos tiempos un modelo de jefatura del Estado tan frágil como éste tiene que ser un espejo de honestidad y trasparencia para la ciudadanía cuando no también de austeridad e inteligencia en el día a día.
En lo que respeta al Estado, el puesto de rey hay que ganárselo a diario, incluidas vacaciones y fines de semana. Y en lo que se refiera a la Casa Real, hay que saber distinguir entre el Estado y la Familia. Cuando las infantas se casaron con particulares, deberían haber desaparecido de la escena pública e iniciar una vida como todos. Pero, de pronto, los españoles nos encontramos a un excéntrico y a un jugador de balonmano, ambos con estudios inacabados, del brazo de las hijas del rey en todos los cuadros oficiales.
Yo creo que ahí empezó el desvarío. Después vinieron el patinete, la mano en la caja, los safaris, las escapadas del rey, Corinna, la Reina y su hermana, y todas esas clínicas caras y particulares a las que acude Juan Carlos cada vez que se da un porrazo.
Qué sencillo hubiera sido acudir a un hospital público, prestigiando así al sistema sanitario español. Y qué sencillo hubiera sido también que la infanta hubiera elegido personalmente a su propio abogado en vez de que se lo impusiera papá, dejando a un lado tal privilegio. Pero SM no se da cuenta de que él es el problema. Y que la segunda de sus hijas ya tiene casi 50 años.
Periodista y escritor. Durante 30 años perteneció al Grupo Prisa.
El viejo rey de España (75 años) ha reaccionado sorprendido, y mostrando su apoyo al fiscal, en la imputación de su hija la infanta Cristina (49 años) por el juez instructor Castro. Malo. Debe de ser Juan Carlos el único español sorprendido por la medida, porque no sólo era esperada sino deseada por una parte importante de la ciudadanía harta ya de todo lo que está pasando.
El paso siguiente ha consistido en encargarle la defensa de su hija al abogado Miquel Roca (73 años), propietario de un bestial despacho de abogados de Barcelona con 230 profesionales y oficinas en la suite 2209 del Westgate Mall de Shangai. Mucha suerte y mi más cordial enhorabuena, porque para este tipo de contrataciones hay que tener recursos.
Espero, no obstante, que el viejo rey abone con su propio dinero esos servicios, aunque me consta que no lo hizo respecto al vallisoletano Jesús Sánchez Lambás, vicepresidente segundo de la Fundación Ortega-Marañón y cuñado de Rubalcaba, cuando tramitó el divorcio de la infanta Elena. Si bien al letrado castellano se le vio meses después frecuentando cacerías palaciegas, pero no creo que a cambio de la minuta.
He escuchado animaladas estos días en torno al juez Castro, entre ellas la del director de La Razón, Marhuenda, descalificándolo porque asegura que procede del cuarto turno —creado por Felipe González— y otras majaderías. Cuando este hombre, sencillo y trabajador, es miembro de la carrera judicial desde 1976, año en que inicia Adolfo Suárez su mandato tras relevar a Arias Navarro.
Pero también he leído un editorial del diario ABC, paladín de la Monarquía, que insinúa que la infanta imputada debería sacrificar sus prebendas y títulos para salvar a la institución. No entro en las cosas de Palacio, pero sí voy a comentar un artículo de Ramiro Pérez-Maura, en el mismo diario, en el que llega a sugerir a la infanta que se divorcie ya.
Con todo respeto a Pérez-Maura, pienso que el divorcio es una cuestión de dos, y relacionado exclusivamente con el agotamiento de la convivencia marital, pero jamás una propuesta de un tercero, y menos desde las páginas del diario ABC, a una pareja por un asunto que se sale de la cama. Y es ajeno al amor.
Esto lo hizo muy bien Anne Sinclair, la entonces esposa de Dominique Strauss-Khan: se mantuvo al lado de él durante todo el proceso y, cuando el caso se enfrió, cogió la puerta y se fue a su apartamento de soltera, con la suerte de que se reencontró en el amor pocos meses después con un viejo profesor de la Universidad.
Sostengo que el juez Castro ha sido generoso con la infanta Cristina porque, en su condición de imputada, va a poder defenderse con más garantías que como testigo, lo que le impide mentir. Única manera que le permitiría quedar apeada de la instrucción del sumario, aunque nadie se traga hoy día que no supiera nada de la desenfrenada carrera de su marido por enriquecerse con caudales públicos.
Este país ha cambiado mucho desde el regreso de los Borbones al trono tras la muerte de Franco. Y la Monarquía, a mi juicio, no ha sabido evolucionar adecuadamente porque en estos tiempos un modelo de jefatura del Estado tan frágil como éste tiene que ser un espejo de honestidad y trasparencia para la ciudadanía cuando no también de austeridad e inteligencia en el día a día.
En lo que respeta al Estado, el puesto de rey hay que ganárselo a diario, incluidas vacaciones y fines de semana. Y en lo que se refiera a la Casa Real, hay que saber distinguir entre el Estado y la Familia. Cuando las infantas se casaron con particulares, deberían haber desaparecido de la escena pública e iniciar una vida como todos. Pero, de pronto, los españoles nos encontramos a un excéntrico y a un jugador de balonmano, ambos con estudios inacabados, del brazo de las hijas del rey en todos los cuadros oficiales.
Yo creo que ahí empezó el desvarío. Después vinieron el patinete, la mano en la caja, los safaris, las escapadas del rey, Corinna, la Reina y su hermana, y todas esas clínicas caras y particulares a las que acude Juan Carlos cada vez que se da un porrazo.
Qué sencillo hubiera sido acudir a un hospital público, prestigiando así al sistema sanitario español. Y qué sencillo hubiera sido también que la infanta hubiera elegido personalmente a su propio abogado en vez de que se lo impusiera papá, dejando a un lado tal privilegio. Pero SM no se da cuenta de que él es el problema. Y que la segunda de sus hijas ya tiene casi 50 años.
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