Vicenç Navarro
Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra
Juan Torres, en un excelente artículo publicado en Público (24.03.13), titulado La guerra mundial de la deuda señalaba que el mayor problema existente hoy en el mundo referente al crecimiento de la deuda no es la deuda pública, como constantemente subrayan la mayoría de medios de información, sino la deuda privada, la cual ha alcanzado unos niveles inasumibles en la práctica totalidad de países a los dos lados del Atlántico Norte. Según el Banco Internacional de Pagos (BIP), la deuda total privada de los países de la Eurozona es de 15,7 billones de euros, una cantidad que es casi el doble de la riqueza de los países de tal zona monetaria, medida por su PIB (8,7 billones de euros). Algo semejante ocurre en EEUU, cuya deuda privada es de 24,98 billones de dólares, que es muy superior a su PIB, que es de 16 billones de euros.
Y lo que es también alarmante, como subraya Juan Torres, es su elevado crecimiento. Según el BIP, la deuda privada en la Eurozona se ha duplicado en los últimos nueve años, una situación que se ha producido también con la deuda privada de EEUU, que se ha doblado en nueve años.
Otro dato de gran importancia es que la deuda de los hogares, que históricamente era mucho más baja que la deuda empresarial, se ha incrementado mucho más rápidamente que esta última. La explicación de todo este proceso es fácil de encontrar, aunque raramente la verá en los medios de mayor difusión, altamente influenciados por los grupos financieros y empresariales que dominan la vida económica del país y que están entrelazados con tales medios (un ejemplo de ello: el dueño de La Vanguardia, el conde de Godó, es el vicepresidente de CaixaBank, el mayor grupo financiero de Catalunya).
La causa del enorme crecimiento de la deuda privada es el enorme descenso de la masa salarial, que explica que las rentas del trabajo, de la cual derivan sus rentas la mayor parte de la ciudadanía, han ido descendiendo como porcentaje de la renta salarial total, mientras que las rentas del capital han creciendo enormemente. Es lo que solía definirse como lucha de clases, término que hoy no se utiliza por considerarse “anticuado”. Sólo algunos grandes financieros, como el Sr. Warren Buffet, uno de los hombres más ricos de EEUU, pueden citarlo sin reservas, afirmando que existe una guerra de clases, y que la suya es la que gana en bases diarias. Los datos muestran que el Sr. Buffet lleva toda la razón del mundo.
Las causas del descenso de las rentas del trabajo
En EEUU el salario horario (es decir, el salario que un trabajador recibe por hora) ha ido disminuyendo desde los años ochenta cuando el presidente Reagan (el ídolo de los economistas neoliberales) inició su guerra contra los sindicatos, despidiendo a todos los controladores aéreos, mostrando así al mundo empresarial que la veda estaba abierta en contra de los sindicatos. Algo similar ocurrió con la Sra. Thatcher, cuando inició la guerra contra los mineros. Esta guerra ha sido exitosa, pues el porcentaje de la población sindicalizada en EEUU ha disminuido notablemente, siendo hoy sólo un 11,3% de toda la población activa (y ello a pesar de que el porcentaje de población a la que le gustaría sindicalizarse, si pudiera, ha ido aumentando) y ello debido a las enormes dificultades que el mundo empresarial pone a que sus trabajadores puedan sindicalizarse. El temor al despido (debido a la gran desregulación existente en el mercado laboral de EEUU) es una de las mayores causas de esta disminución de la tasa de sindicalización.
Pero existen otras intervenciones públicas que debilitan a los sindicatos. Una es la destrucción de empleo, aumentando el número de parados y personas buscando trabajo. El desempleo tiene un enorme impacto en disciplinar al mundo del trabajo. Atemoriza a toda la población que trabaja, temerosa de perder su empleo. Este aumento del miedo determina un gran deterioro de las condiciones de trabajo (el número de trabajadores que indican estar trabajando bajo condiciones estresantes ha aumentado en EEUU y en todos los países de la UE), un aumento de la precariedad y un descenso de los beneficios sociales.
Otra intervención pública es la reducción de la protección social, con disminución, no sólo de los derechos laborales, sino también de los sociales. Los recortes de gasto público social tienen también como objetivo el debilitamiento de tal protección social, que desgasta a las clases populares, atemorizándolas al perder seguridad.
Éstas son las armas del capital frente al mundo del trabajo en lo que mi amigo Noam Chomsky llama la guerra de clases (“the class war”) en su introducción al libro Hay alternativas. Propuestas para crear empleo y bienestar social en España, de Juan Torres, Alberto Garzón y yo mismo. Ni que decir tiene que las pérdidas del mundo del trabajo conllevan ganancias del capital.
¿Quién gana esta guerra?
La pregunta que me hacen mis estudiantes es: ¿cómo el capital se beneficia de las pérdidas que la guerra de clases determina en el mundo del trabajo? La respuesta tiene varios niveles.
Uno es que en la medida que las rentas del trabajo bajan, las rentas del capital suben. Y los datos hablan por sí mismos (en España, el porcentaje de las rentas del trabajo sobre el PIB ha pasado de 2008 a 2012 —datos del cuarto trimestre— del 49 al 46%, mientras que las rentas del capital han aumentado durante este periodo del 42 al 46%). En realidad el crecimiento de las últimas se debe al descenso de las primeras. Y la mejor prueba de ello es que en el análisis de dónde va la riqueza que el mundo del trabajo está creando se ve que ha ido predominantemente a las rentas superiores que derivan sus rentas de la propiedad del capital.
Otro beneficio que el capital, específicamente el financiero, consigue del descenso de los salarios, es la necesidad que tiene la población de endeudarse. El profundo endeudamiento de las familias se debe precisamente al descenso tan notable de su capacidad adquisitiva. La enorme expansión del capital financiero ha sido precisamente basada en este endeudamiento familiar. El sector financiero está hoy, en la mayoría de países, sobredimensionado, lo cual ha creado un problema gravísimo. El enorme poder de la banca sobre los aparatos estatales y mediáticos del país ha forzado unos comportamientos públicos, como la desregulación del capital financiero, que han causado la enorme crisis financiera que, indicador de su poder, se ha intentado resolver a base de apoyo público para garantizar su existencia. La escasa demanda, causada por la disminución de la capacidad adquisitiva de la población, ha hecho que la rentabilidad de las inversiones financieras se haya desplazado de sectores productivos a sectores especulativos (facilitados por la desregulación del crecimiento del capital financiero) causa de la enorme crisis.
Nos encontramos así que junto a la austeridad que experimentan las rentas del trabajo hay una exuberancia de las rentas del capital, que está detrás de la crisis financia que está llevando a la pobreza y a la miseria a grandes sectores de la población. Ésta es la situación raramente descrita en los medios de mayor difusión y, desde luego, en La Vanguardia.
Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra
Juan Torres, en un excelente artículo publicado en Público (24.03.13), titulado La guerra mundial de la deuda señalaba que el mayor problema existente hoy en el mundo referente al crecimiento de la deuda no es la deuda pública, como constantemente subrayan la mayoría de medios de información, sino la deuda privada, la cual ha alcanzado unos niveles inasumibles en la práctica totalidad de países a los dos lados del Atlántico Norte. Según el Banco Internacional de Pagos (BIP), la deuda total privada de los países de la Eurozona es de 15,7 billones de euros, una cantidad que es casi el doble de la riqueza de los países de tal zona monetaria, medida por su PIB (8,7 billones de euros). Algo semejante ocurre en EEUU, cuya deuda privada es de 24,98 billones de dólares, que es muy superior a su PIB, que es de 16 billones de euros.
Y lo que es también alarmante, como subraya Juan Torres, es su elevado crecimiento. Según el BIP, la deuda privada en la Eurozona se ha duplicado en los últimos nueve años, una situación que se ha producido también con la deuda privada de EEUU, que se ha doblado en nueve años.
Otro dato de gran importancia es que la deuda de los hogares, que históricamente era mucho más baja que la deuda empresarial, se ha incrementado mucho más rápidamente que esta última. La explicación de todo este proceso es fácil de encontrar, aunque raramente la verá en los medios de mayor difusión, altamente influenciados por los grupos financieros y empresariales que dominan la vida económica del país y que están entrelazados con tales medios (un ejemplo de ello: el dueño de La Vanguardia, el conde de Godó, es el vicepresidente de CaixaBank, el mayor grupo financiero de Catalunya).
La causa del enorme crecimiento de la deuda privada es el enorme descenso de la masa salarial, que explica que las rentas del trabajo, de la cual derivan sus rentas la mayor parte de la ciudadanía, han ido descendiendo como porcentaje de la renta salarial total, mientras que las rentas del capital han creciendo enormemente. Es lo que solía definirse como lucha de clases, término que hoy no se utiliza por considerarse “anticuado”. Sólo algunos grandes financieros, como el Sr. Warren Buffet, uno de los hombres más ricos de EEUU, pueden citarlo sin reservas, afirmando que existe una guerra de clases, y que la suya es la que gana en bases diarias. Los datos muestran que el Sr. Buffet lleva toda la razón del mundo.
Las causas del descenso de las rentas del trabajo
En EEUU el salario horario (es decir, el salario que un trabajador recibe por hora) ha ido disminuyendo desde los años ochenta cuando el presidente Reagan (el ídolo de los economistas neoliberales) inició su guerra contra los sindicatos, despidiendo a todos los controladores aéreos, mostrando así al mundo empresarial que la veda estaba abierta en contra de los sindicatos. Algo similar ocurrió con la Sra. Thatcher, cuando inició la guerra contra los mineros. Esta guerra ha sido exitosa, pues el porcentaje de la población sindicalizada en EEUU ha disminuido notablemente, siendo hoy sólo un 11,3% de toda la población activa (y ello a pesar de que el porcentaje de población a la que le gustaría sindicalizarse, si pudiera, ha ido aumentando) y ello debido a las enormes dificultades que el mundo empresarial pone a que sus trabajadores puedan sindicalizarse. El temor al despido (debido a la gran desregulación existente en el mercado laboral de EEUU) es una de las mayores causas de esta disminución de la tasa de sindicalización.
Pero existen otras intervenciones públicas que debilitan a los sindicatos. Una es la destrucción de empleo, aumentando el número de parados y personas buscando trabajo. El desempleo tiene un enorme impacto en disciplinar al mundo del trabajo. Atemoriza a toda la población que trabaja, temerosa de perder su empleo. Este aumento del miedo determina un gran deterioro de las condiciones de trabajo (el número de trabajadores que indican estar trabajando bajo condiciones estresantes ha aumentado en EEUU y en todos los países de la UE), un aumento de la precariedad y un descenso de los beneficios sociales.
Otra intervención pública es la reducción de la protección social, con disminución, no sólo de los derechos laborales, sino también de los sociales. Los recortes de gasto público social tienen también como objetivo el debilitamiento de tal protección social, que desgasta a las clases populares, atemorizándolas al perder seguridad.
Éstas son las armas del capital frente al mundo del trabajo en lo que mi amigo Noam Chomsky llama la guerra de clases (“the class war”) en su introducción al libro Hay alternativas. Propuestas para crear empleo y bienestar social en España, de Juan Torres, Alberto Garzón y yo mismo. Ni que decir tiene que las pérdidas del mundo del trabajo conllevan ganancias del capital.
¿Quién gana esta guerra?
La pregunta que me hacen mis estudiantes es: ¿cómo el capital se beneficia de las pérdidas que la guerra de clases determina en el mundo del trabajo? La respuesta tiene varios niveles.
Uno es que en la medida que las rentas del trabajo bajan, las rentas del capital suben. Y los datos hablan por sí mismos (en España, el porcentaje de las rentas del trabajo sobre el PIB ha pasado de 2008 a 2012 —datos del cuarto trimestre— del 49 al 46%, mientras que las rentas del capital han aumentado durante este periodo del 42 al 46%). En realidad el crecimiento de las últimas se debe al descenso de las primeras. Y la mejor prueba de ello es que en el análisis de dónde va la riqueza que el mundo del trabajo está creando se ve que ha ido predominantemente a las rentas superiores que derivan sus rentas de la propiedad del capital.
Otro beneficio que el capital, específicamente el financiero, consigue del descenso de los salarios, es la necesidad que tiene la población de endeudarse. El profundo endeudamiento de las familias se debe precisamente al descenso tan notable de su capacidad adquisitiva. La enorme expansión del capital financiero ha sido precisamente basada en este endeudamiento familiar. El sector financiero está hoy, en la mayoría de países, sobredimensionado, lo cual ha creado un problema gravísimo. El enorme poder de la banca sobre los aparatos estatales y mediáticos del país ha forzado unos comportamientos públicos, como la desregulación del capital financiero, que han causado la enorme crisis financiera que, indicador de su poder, se ha intentado resolver a base de apoyo público para garantizar su existencia. La escasa demanda, causada por la disminución de la capacidad adquisitiva de la población, ha hecho que la rentabilidad de las inversiones financieras se haya desplazado de sectores productivos a sectores especulativos (facilitados por la desregulación del crecimiento del capital financiero) causa de la enorme crisis.
Nos encontramos así que junto a la austeridad que experimentan las rentas del trabajo hay una exuberancia de las rentas del capital, que está detrás de la crisis financia que está llevando a la pobreza y a la miseria a grandes sectores de la población. Ésta es la situación raramente descrita en los medios de mayor difusión y, desde luego, en La Vanguardia.
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