04-08-2012
España no puede permitirse perder la oportunidad de invertir en uno de los poquísimos sectores con capacidad para generar riqueza.
Las medidas adoptadas por el Gobierno en materia de dependencia, en especial el último hachazo por vía de Real Decreto-ley del infausto y negro viernes 13 de julio, siguen causando una mezcla de sensaciones que van desde el estupor inicial a la depresión pasando, eso sí, por la ira contenida. El discurso ministerial de pretendidas “mejoras”, “racionalización” y “sostenibilidad” del sistema, no se compadece en la práctica con el tratamiento aplicado de reducción dramática de aportes públicos por importe de más de 818 millones de euros solo para el presente año. Esto, además de ser un insulto a la inteligencia, supone ciscarse en las personas dependientes y en sus familias. Un recorte crudelísimo del que saldrán beneficiadas fundamentalmente las arcas del señor Montoro (con 510 millones de ahorro en 2012), mientras que a las Comunidades Autónomas se las sigue empujando al abismo de la imposibilidad de seguir prestando servicios y pagando prestaciones. Que a nadie le quepa la más mínima duda. Los márgenes económicos en los que se moverá el sistema a partir de ahora abocarán a la minoración de las intensidades de los servicios, provocarán que haya más personas sin atención o con peores cuidados que los que recibían hasta ahora, obligarán a las comunidades autónomas a impagos so pena de incrementar “ilegalmente” su déficit y supondrán el cierre de muchas de las empresas del sector, con la consiguiente pérdida de puestos de trabajo. El efecto global sobre la economía española será el acostumbrado déficit: disminución de la recaudación (por los menores retornos que ofrecerá el sector de los cuidados) y mayor gasto público por la incorporación al desempleo de decenas de miles de personas del sector y por no frenar el incremento del gasto sanitario en pacientes crónicos. Alguna preclara mente de la macroeconomía de las cuentas públicas argumentará, sin ambages y sin que se le caigan los palos del sombrajo, que eso de la atención a la dependencia era un invento lujoso, imposible de pagar y que estaba por encima de nuestras posibilidades actuales. Pero lo que realmente está por encima de nuestras posibilidades es cerrar los ojos ante una realidad socio-demográfica evidente y apremiante. Lo que no puede permitirse España es perder la oportunidad de invertir en uno de los poquísimos sectores de esta castigada economía nuestra con capacidad suficiente para generar empleo masivo, boyantes retornos fiscales y ahorro inducido en gasto sanitario y en prestaciones por desempleo. Lo que resulta una canallada es dejar en la estacada a cientos de miles de personas en situación de dependencia y a sus familiares.
En España se ha generado una nueva categoría de derechos que, junto a los derechos civiles, democráticos y sociales, será digna de estudio en el futuro: los derechos efímeros. Adiós Dependencia, adiós.
© EDICIONES EL PAÍS, S.L. Adiós, Dependencia, adiós
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