Casimiro García-Abadillo
La sensación que se vive en el PP tras el batacazo del 27-S es desoladora. Hasta los optimistas
reconocen ahora que lograr 130 escaños en las generales sería un «éxito». Es decir, se conformarían con que su partido fuera el más votado y que tuviera la opción de pactar con Ciudadanos, el gran vencedor
de las catalanas, para formar Gobierno.
Insiste este sector en que el voto útil sigue siendo el del PP: la Ley d’Hondt hace que, según los cálculos de Génova, el PP cuente con una ventaja de partida de dos a uno respecto a Ciudadanos.
Conservar la imagen del voto útil para el votante de centro derecha parece ser la gran y casi única opción de los populares para aspirar al triunfo electoral. Gobernar es otra cosa. El crecimiento del partido de
Albert Rivera da la posibilidad a Pedro Sánchez de alejarse de Podemos para alcanzar un pacto con un partido que obligaría al PSOE a centrar sus mensajes y a desterrar la indefinición en temas tan relevantes
como la unidad de España, que, sin duda, será un debate nuclear en la campaña de las generales.
En algo hay consenso en el PP (Génova y grupo parlamentario): el 27-S demuestra que los cambios llevados a cabo en el partido tras el desastre de las autonómicas y municipales no han sido suficientes para remontar la percepción negativa de los ciudadanos. La «chapa y pintura» no ha servido para mejorar el motor del coche, y es precisamente el motor, o sea el mensaje, la capacidad para movilizar e ilusionar a los votantes, lo que le está fallando a los populares.
Los pesimistas, cuyo número aumenta a medida que pasan las semanas, tienen una visión catastrófica sobre lo que puede ocurrir en diciembre. Uno de ellos apunta: «El riesgo es que volvamos al techo de Fraga».
Es decir, al resultado electoral de 1986, en el que la coalición capitaneada por el político gallego (CD) logró 105 escaños.
Si se diera esa circunstancia, el Congreso que ha de celebrarse en enero o febrero de 2016 promete ser apasionante. «Podría ser como el Congreso de Palma de la UCD», señala otro de los que cree que el
partido ya no tiene capacidad de reacción y se encamina hacia la ruptura.
Estamos a apenas dos meses de las generales y el margen de maniobra es muy estrecho. El PP tiene que jugar el partido con el equipo que tiene ahora en el terreno de juego y, hoy por hoy, el presidente
del Gobierno no parece tener ningún conejo en la chistera con el que pueda resucitar el entusiasmo perdido.
«Rajoy no gestiona los tiempos, agota los tiempos», dice un parlamentario con cierta envidia hacia la forma en la que el PSOE convierte el nombramiento de sus candidatos en una parte de su precampaña.
En ese contexto de derrotismo y desidia, el escrito de José María Aznar causó preocupación y enfado generalizado. Aznar tenía razón en advertir sobre lo que le está pasando al PP, pero no asumía sus
responsabilidades y, sobre todo, ponía el foco en Rajoy a sólo unas semanas de que el PP afronte las elecciones más difíciles de su historia.
«Lo peor», añade un dirigente popular, «es que desde hace tiempo no se nos ve como el partido de la regeneración y, para colmo, Ciudadanos nos acaba de quitar en las catalanas el monopolio de ser el partido
que mejor defiende la unidad de España.
Ya sólo nos queda la economía y tengo la sensación de que la gente da la mejora del PIB por amortizada».
La sensación que se vive en el PP tras el batacazo del 27-S es desoladora. Hasta los optimistas
reconocen ahora que lograr 130 escaños en las generales sería un «éxito». Es decir, se conformarían con que su partido fuera el más votado y que tuviera la opción de pactar con Ciudadanos, el gran vencedor
de las catalanas, para formar Gobierno.
Insiste este sector en que el voto útil sigue siendo el del PP: la Ley d’Hondt hace que, según los cálculos de Génova, el PP cuente con una ventaja de partida de dos a uno respecto a Ciudadanos.
Conservar la imagen del voto útil para el votante de centro derecha parece ser la gran y casi única opción de los populares para aspirar al triunfo electoral. Gobernar es otra cosa. El crecimiento del partido de
Albert Rivera da la posibilidad a Pedro Sánchez de alejarse de Podemos para alcanzar un pacto con un partido que obligaría al PSOE a centrar sus mensajes y a desterrar la indefinición en temas tan relevantes
como la unidad de España, que, sin duda, será un debate nuclear en la campaña de las generales.
En algo hay consenso en el PP (Génova y grupo parlamentario): el 27-S demuestra que los cambios llevados a cabo en el partido tras el desastre de las autonómicas y municipales no han sido suficientes para remontar la percepción negativa de los ciudadanos. La «chapa y pintura» no ha servido para mejorar el motor del coche, y es precisamente el motor, o sea el mensaje, la capacidad para movilizar e ilusionar a los votantes, lo que le está fallando a los populares.
Los pesimistas, cuyo número aumenta a medida que pasan las semanas, tienen una visión catastrófica sobre lo que puede ocurrir en diciembre. Uno de ellos apunta: «El riesgo es que volvamos al techo de Fraga».
Es decir, al resultado electoral de 1986, en el que la coalición capitaneada por el político gallego (CD) logró 105 escaños.
Si se diera esa circunstancia, el Congreso que ha de celebrarse en enero o febrero de 2016 promete ser apasionante. «Podría ser como el Congreso de Palma de la UCD», señala otro de los que cree que el
partido ya no tiene capacidad de reacción y se encamina hacia la ruptura.
Estamos a apenas dos meses de las generales y el margen de maniobra es muy estrecho. El PP tiene que jugar el partido con el equipo que tiene ahora en el terreno de juego y, hoy por hoy, el presidente
del Gobierno no parece tener ningún conejo en la chistera con el que pueda resucitar el entusiasmo perdido.
«Rajoy no gestiona los tiempos, agota los tiempos», dice un parlamentario con cierta envidia hacia la forma en la que el PSOE convierte el nombramiento de sus candidatos en una parte de su precampaña.
En ese contexto de derrotismo y desidia, el escrito de José María Aznar causó preocupación y enfado generalizado. Aznar tenía razón en advertir sobre lo que le está pasando al PP, pero no asumía sus
responsabilidades y, sobre todo, ponía el foco en Rajoy a sólo unas semanas de que el PP afronte las elecciones más difíciles de su historia.
«Lo peor», añade un dirigente popular, «es que desde hace tiempo no se nos ve como el partido de la regeneración y, para colmo, Ciudadanos nos acaba de quitar en las catalanas el monopolio de ser el partido
que mejor defiende la unidad de España.
Ya sólo nos queda la economía y tengo la sensación de que la gente da la mejora del PIB por amortizada».
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