Antonio Aveldaño
Alberto Ruiz Gallardón nunca conseguirá ser amado por la derecha, pero sí ha conseguido ser odiado por la izquierda. En un país donde siempre hemos tenido una derecha tan derechista y tan pegada a los sables o las sotanas, el exalcalde y expresidente de la Comunidad de Madrid parecía otra cosa. Con él llegamos a pensar que había llegado a España la derecha normal, es decir, la derecha capaz de entender que no está bien convertir las obsesiones particulares en leyes generales ni las creencias religiosas más íntimas en textos legislativos que obligan a todo el mundo.
¿Qué diablos le ha pasado a este hombre? Viendo la ley contra el aborto que acaba de parir el ministro, lo único que se nos ocurre es dirigirnos a él en términos tan vulgares como estos: “Alberto, tío, ¿por qué te has vuelto tan facha?”. Con esta ley el ministro ha sido capaz de sacar no solo lo peor de sí mismo, sino también lo peor de nosotros mismos, y eso no está al alcance de todo el mundo. Gallardón nos ha hecho regresar al pasado, a nuestra juventud perdida, a los insultos familiares con que nos referíamos a la derecha allá por los setenta y los ochenta, cuando el término facha no era un insulto sino una definición. Hasta hace poco utilizábamos la palabra más bien con ánimo de vituperar al aludido, pero antaño había en su uso una voluntad más bien descriptiva. Con Gallardón volvemos al pasado: no le llamamos facha para insultarlo; se lo llamamos para definirlo.
Con un lenguaje más reflexivo, le preguntaríamos esto: Alberto, tío, ¿por qué nos has hecho esto a los llevábamos años hablando bien de ti, aun a costa de enemistarnos con todos aquellos amigos más rojos que nosotros y que siempre nos decían que éramos unos pardos que no nos enterábamos de nada al ilusionarnos con que la derecha española te escogería algún día como líder? Tristemente, la razón por la que gustabas a casi toda la izquierda era la misma por la que disgustabas a casi toda la derecha. Por eso los tuyos nunca te quisieron como capitán: te veían demasiado civilizado, demasiado flexible, demasiado condescendiente con la izquierda. Te veían demasiado bien relacionado con cierta prensa a la que Aznar le hubiera gustado estrangular con sus propias manos.
Gallardón recuerda a esos pecadores que durante largo tiempo han logrado contener sus peores impulsos con la secreta esperanza de obtener algo a cambio de tanto sacrificio, pero cuando al cabo de los años constatan que sus esfuerzos no obtienen recompensa alguna, regresan a su ser primigenio pecando como condenados. Gallardón es como los fumadores que dejan el vicio durante un tiempo y cuando vuelven a sucumbir se fuman todo lo que habían dejado de fumarse durante su abstinencia.
Es como si con su superfacha ley del aborto Alberto Ruiz Gallardón estuviera compensando sus pecados centristas de antaño. Durante largos años se sacrificó encarnando el ala moderada del partido, pero a la vista de que su sacrificio nunca fue recompensado con el liderazgo de la derecha española, ahora parece estar vengándose de sí mismo y decidido a recuperar a toda costa el tiempo perdido en mariconadas. Todo lo que no pecó como centrista en el pasado lo está pecando ahora como facha, al igual que el fumador que intenta con renovada e incontenible ansiedad recuperar la porción de nicotina que dejó de inhalar durante el tiempo en que no fumaba. Pero al menos el fumador regresa al tabaco él solo y él solo se perjudica. Gallardón, el muy facha, ha decidido que fumemos todos. Y todas.
Alberto Ruiz Gallardón nunca conseguirá ser amado por la derecha, pero sí ha conseguido ser odiado por la izquierda. En un país donde siempre hemos tenido una derecha tan derechista y tan pegada a los sables o las sotanas, el exalcalde y expresidente de la Comunidad de Madrid parecía otra cosa. Con él llegamos a pensar que había llegado a España la derecha normal, es decir, la derecha capaz de entender que no está bien convertir las obsesiones particulares en leyes generales ni las creencias religiosas más íntimas en textos legislativos que obligan a todo el mundo.
¿Qué diablos le ha pasado a este hombre? Viendo la ley contra el aborto que acaba de parir el ministro, lo único que se nos ocurre es dirigirnos a él en términos tan vulgares como estos: “Alberto, tío, ¿por qué te has vuelto tan facha?”. Con esta ley el ministro ha sido capaz de sacar no solo lo peor de sí mismo, sino también lo peor de nosotros mismos, y eso no está al alcance de todo el mundo. Gallardón nos ha hecho regresar al pasado, a nuestra juventud perdida, a los insultos familiares con que nos referíamos a la derecha allá por los setenta y los ochenta, cuando el término facha no era un insulto sino una definición. Hasta hace poco utilizábamos la palabra más bien con ánimo de vituperar al aludido, pero antaño había en su uso una voluntad más bien descriptiva. Con Gallardón volvemos al pasado: no le llamamos facha para insultarlo; se lo llamamos para definirlo.
Con un lenguaje más reflexivo, le preguntaríamos esto: Alberto, tío, ¿por qué nos has hecho esto a los llevábamos años hablando bien de ti, aun a costa de enemistarnos con todos aquellos amigos más rojos que nosotros y que siempre nos decían que éramos unos pardos que no nos enterábamos de nada al ilusionarnos con que la derecha española te escogería algún día como líder? Tristemente, la razón por la que gustabas a casi toda la izquierda era la misma por la que disgustabas a casi toda la derecha. Por eso los tuyos nunca te quisieron como capitán: te veían demasiado civilizado, demasiado flexible, demasiado condescendiente con la izquierda. Te veían demasiado bien relacionado con cierta prensa a la que Aznar le hubiera gustado estrangular con sus propias manos.
Gallardón recuerda a esos pecadores que durante largo tiempo han logrado contener sus peores impulsos con la secreta esperanza de obtener algo a cambio de tanto sacrificio, pero cuando al cabo de los años constatan que sus esfuerzos no obtienen recompensa alguna, regresan a su ser primigenio pecando como condenados. Gallardón es como los fumadores que dejan el vicio durante un tiempo y cuando vuelven a sucumbir se fuman todo lo que habían dejado de fumarse durante su abstinencia.
Es como si con su superfacha ley del aborto Alberto Ruiz Gallardón estuviera compensando sus pecados centristas de antaño. Durante largos años se sacrificó encarnando el ala moderada del partido, pero a la vista de que su sacrificio nunca fue recompensado con el liderazgo de la derecha española, ahora parece estar vengándose de sí mismo y decidido a recuperar a toda costa el tiempo perdido en mariconadas. Todo lo que no pecó como centrista en el pasado lo está pecando ahora como facha, al igual que el fumador que intenta con renovada e incontenible ansiedad recuperar la porción de nicotina que dejó de inhalar durante el tiempo en que no fumaba. Pero al menos el fumador regresa al tabaco él solo y él solo se perjudica. Gallardón, el muy facha, ha decidido que fumemos todos. Y todas.
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