Aníbal Malvar
Ningún político asistió ayer a la manifestación convocada por la fundación derechista Denaes y las asociaciones de víctimas de ETA. Con mayoría absoluta, el PP ya no necesita esa sangre arrojadiza y terrible que en otro tiempo manipuló con soltura y desvergüenza. Ayer no se vio a Rajoy ni a Soraya ni a Cospe agitando banderas, como hasta no hace mucho, y eso da idea de la catadura ética de esta gente. De su falta de valor. De su inmenso camaleonismo moral. A mí me hubiera gustado que asistieran y se hubieran comido las críticas por la derogación de la doctrina Parot. Un gesto de valor necesario. Y no lo digo por el morbo de ver el escrache y escuchar los posibles reproches o insultos. Lo digo porque era una simple cuestión de honor. Y de humanidad.
Las víctimas de ETA no son esa especie de monstruo derechista que quiso mostrarnos el PP en su etapa opositora. Yo los conozco. Los he tratado durante muchos años. Habitan en ese extraño paisaje de dolor al que te lleva el absurdo de la muerte por estupidez. Daniel Portero, siendo un chaval, vio cómo mataban a su padre. Nunca podrá regresar de ese extraño espacio. Daniel sigue allí, muchos años después. Un paisaje que ni siquiera podemos imaginar los que nunca hemos estado allí, y del que jamás se sale.
Dicen los psicólogos, esos peculiares científicos que estudian lo intangible, que el dolor que produce la sinrazón no es superable jamás. Y no hay que olvidar que las víctimas de ETA murieron por un delirio llamado patria. La vasca, en este caso. Muramos por las ideas, vale, pero de muerte lenta, cantaba Georges Brassens.
Las clamorosas ausencias, ayer, de miembros del Gobierno y del partido gobernante, en la plaza madrileña de República Dominicana, son algo más que una traición. Son una miserabilidad. Ese dolor que ayer se manifestó en Madrid fue una de las bazas fundamentales de la derecha española para llegar a Moncloa tanto en la etapa de Aznar como en esta de Rajoy. A uno le quedaba la esperanza de que, al menos, alguno de los ministros de Rajoy se diera cuenta de que acompañar el viernes a los manifestantes era cuestión de honor. Además, no había contradicción ideológica, dado que nuestro gobierno ha vociferado enormemente en contra de la derogación de la doctrina Parot. Yo ni siquiera creo que las víctimas les hubieran abucheado o acosado en demasía. De hecho, aun en su ausencia, tampoco se profirieron demasiados insultos contra los traidores. Nadie les llamó ni siquiera cobardes, que es lo que demostraron ser ayer.
La doctrina Parot era una barbaridad que atentaba contra el principio de reinserción. Pero eso es algo que muchas víctimas de ETA no quieren y no pueden comprender. Lo que no quiere decir que yo no pueda entender su odio infinito. Si matas por una irracionalidad, debes de ser consciente de que te vas a enfrentar a un rencor irracional. He conocido a padres de víctimas de ETA que abogan por la pena de muerte, por la cadena perpetua, por bombardear Euskadi y por otros tipos de barbaridades. Los comprendo. Aunque jamás, por supuesto, los apoye ideológicamente. Pero siempre acompañaré su dolor. Que es lo que no se atrevió a hacer ayer nuestro partido de gobierno.
Detesto haber tenido que escribir esta columna. Me hubiera gustado, simplemente, repetir la palabra cobarde un millón de veces. Ni siquiera me he sentido capaz de jugar a la prosa. Conozco a Daniel, a Luis, a Mercedes, a José, a Ana… No se puede jugar a la prosa, ni a la política, donde habita el dolor. Como han jugado Mariano Rajoy, José María Aznar, Esperanza Aguirre y todos sus crueles mariachis. Malditos sean.
Ningún político asistió ayer a la manifestación convocada por la fundación derechista Denaes y las asociaciones de víctimas de ETA. Con mayoría absoluta, el PP ya no necesita esa sangre arrojadiza y terrible que en otro tiempo manipuló con soltura y desvergüenza. Ayer no se vio a Rajoy ni a Soraya ni a Cospe agitando banderas, como hasta no hace mucho, y eso da idea de la catadura ética de esta gente. De su falta de valor. De su inmenso camaleonismo moral. A mí me hubiera gustado que asistieran y se hubieran comido las críticas por la derogación de la doctrina Parot. Un gesto de valor necesario. Y no lo digo por el morbo de ver el escrache y escuchar los posibles reproches o insultos. Lo digo porque era una simple cuestión de honor. Y de humanidad.
Las víctimas de ETA no son esa especie de monstruo derechista que quiso mostrarnos el PP en su etapa opositora. Yo los conozco. Los he tratado durante muchos años. Habitan en ese extraño paisaje de dolor al que te lleva el absurdo de la muerte por estupidez. Daniel Portero, siendo un chaval, vio cómo mataban a su padre. Nunca podrá regresar de ese extraño espacio. Daniel sigue allí, muchos años después. Un paisaje que ni siquiera podemos imaginar los que nunca hemos estado allí, y del que jamás se sale.
Dicen los psicólogos, esos peculiares científicos que estudian lo intangible, que el dolor que produce la sinrazón no es superable jamás. Y no hay que olvidar que las víctimas de ETA murieron por un delirio llamado patria. La vasca, en este caso. Muramos por las ideas, vale, pero de muerte lenta, cantaba Georges Brassens.
Las clamorosas ausencias, ayer, de miembros del Gobierno y del partido gobernante, en la plaza madrileña de República Dominicana, son algo más que una traición. Son una miserabilidad. Ese dolor que ayer se manifestó en Madrid fue una de las bazas fundamentales de la derecha española para llegar a Moncloa tanto en la etapa de Aznar como en esta de Rajoy. A uno le quedaba la esperanza de que, al menos, alguno de los ministros de Rajoy se diera cuenta de que acompañar el viernes a los manifestantes era cuestión de honor. Además, no había contradicción ideológica, dado que nuestro gobierno ha vociferado enormemente en contra de la derogación de la doctrina Parot. Yo ni siquiera creo que las víctimas les hubieran abucheado o acosado en demasía. De hecho, aun en su ausencia, tampoco se profirieron demasiados insultos contra los traidores. Nadie les llamó ni siquiera cobardes, que es lo que demostraron ser ayer.
La doctrina Parot era una barbaridad que atentaba contra el principio de reinserción. Pero eso es algo que muchas víctimas de ETA no quieren y no pueden comprender. Lo que no quiere decir que yo no pueda entender su odio infinito. Si matas por una irracionalidad, debes de ser consciente de que te vas a enfrentar a un rencor irracional. He conocido a padres de víctimas de ETA que abogan por la pena de muerte, por la cadena perpetua, por bombardear Euskadi y por otros tipos de barbaridades. Los comprendo. Aunque jamás, por supuesto, los apoye ideológicamente. Pero siempre acompañaré su dolor. Que es lo que no se atrevió a hacer ayer nuestro partido de gobierno.
Detesto haber tenido que escribir esta columna. Me hubiera gustado, simplemente, repetir la palabra cobarde un millón de veces. Ni siquiera me he sentido capaz de jugar a la prosa. Conozco a Daniel, a Luis, a Mercedes, a José, a Ana… No se puede jugar a la prosa, ni a la política, donde habita el dolor. Como han jugado Mariano Rajoy, José María Aznar, Esperanza Aguirre y todos sus crueles mariachis. Malditos sean.
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