Luis Moreno
Profesor de Investigación del Instituto de Políticas y Bienes Públicos (CSIC)
Durante la campaña electoral catalana se ha reiterado una pregunta enigmática: ¿cómo es posible que autonomistas, federalistas y catalanistas no secesionistas de larga trayectoria hayan salido del armario abrazando la causa independentista con el fervor del nuevo converso? La demanda tiene recorrido inverso al certificarse cómo rancios centralistas de antaño acudieron solícitos a manifestar su propósito de enmienda descentralizador a condición de que Cataluña no se desgajase de España.
El dilema entre quienes están “a favor” o “en contra” de la independencia catalana empujó a los miembros de las intelligentsias catalana y española a un posicionamiento construido bipolarmente de manera irreversible (“ellos” o “nosotros”). Buena parte de los intelectuales radicados en el Principado —en no pocos casos izquierdistas de pedigree— parecen haber confrontado un doloroso desgarro entre sus afinidades ideológicas de carácter funcional (de clase, cosmovisión o valorativas) y las territoriales (culturales, identitarias o relacionales). Estas últimas han parecido prevalecer.
Los mentideros mediáticos se sorprenden de la salida del ‘armario transformista’ de insospechados independentista adherentes con fruición a las listas de apoyo soberanista. Por su parte, viejos partidarios de la homogeneización y del ‘ordeno-y-mando’ napoleónico hacen renovada profesión de fe autonomista y hasta federalista. Se marca territorio, en suma, entre quienes “están conmigo” y quienes “están contra mí”. Tal reduccionismo de posiciones era inevitable en un período electoral y cuyo resultado apunta a un eventual referéndum —o plebiscito— sobre la independencia de Cataluña. Además, los egos personales, el afán de notoriedad, o el más prosaico interés por avenirse a posiciones institucionales de ventaja personal, son poderosas reclamos a simplificar el debate. Poco importa que tal reduccionismo se compadezca malamente con la discusión racional sobre los problemas de la gobernanza en Cataluña, España y Europa. Como viejos fantasmas del pasado, rauxa y cerrazón amenazan descabalgar al seny y entendimiento en el futuro que se avecina.
Cabe apuntar a la frustración del encaje catalán en España como causa principal de la ‘conversión’ independentista de toda suerte de catalanistas, progresistas e internacionalistas. Algunos de éstos han mostrado su hartazgo al trágala centralista estatal escenificado con el portazo de Mariano Rajoy a la propuesta de pacto fiscal reclamado por Artur Mas. El reiterado recurso a la imposición ejercido en el pasado por las élites políticas centrales parece haber alcanzado un punto de saturación con la reivindicación popular de la pasada Diada. Viejos partidarios del encaje institucional de Cataluña en la España se dan por vencidos aduciendo su condición de “polacos”, a quienes el resto de los españoles no entienden. Están cansados de permanecer en un ‘armario’ oscuro e incómodo.
Importa menos lo que se quiere significar en la realidad de las cosas con el concepto de independencia. ¿Debe traducirse la identidad nacional catalana en una política por alcanzar un estado? El nacionalismo catalán hace sinónimos e intercambiables los conceptos de nación y estado. Ello se derivaría de una identidad catalana incontaminada por atisbo alguno de españolidad. La identidad, reforzada por la autoafirmación colectiva en el uso de una lengua propia y diferente, conduciría inexorablemente a la formación estatal (state formation) una vez que las políticas de construcción nacional (nation-building) facilitadas por el federalizante Estado de las Autonomías han madurado el envite soberanista. Pero sucede que sentirse muy catalán no implica políticamente ser súbdito de un estado catalán independiente. El ejemplo de Sicilia en la casuística comparativa internacional falsea la ecuación identitaria-secesionista.
Nadie podría cuestionar la solidez de la identidad etnoterritorial siciliana en condiciones similares a la catalana y sus aspiraciones al autogobierno, lo que hizo posible a la pretérita Magna Grecia acceder a un estatuto especial de autonomía tras la Segunda Guerra Mundial. En las recientes elecciones sicilianas, el partido más votado no fue precisamente un partido soberanista, sino el denominado ‘Movimiento Cinco Estrellas’ (Movimento Cinque Stelle), feroz combatiente del corrupto sistema partitocrático italiano. Sus aceradas críticas implican, no obstante, a toda Italia y no sólo a Roma ladrona, como esgrime el eslogan acusador del otro gran partido anticentralista (Lega). Podrá contraargumentarse que el Risorgimento italiano fue precisamente una revolución nacional burguesa inexistente históricamente en España, y cuyos efectos perduran en el código genético de la ciudadanía italiana. Pero tanto para catalanes como sicilianos el futuro supondrá necesariamente compartir un proyecto de futuro con italianos y españoles. Y con bávaros, bretones o flamencos, pongamos por caso.
Los obstáculos mayores para la Europeización y el gobierno multinivel son inducidos —más o menos veladamente— por los gobiernos de los estados miembros de la UE, reacios a perder su poder centralizado y sus capacidades de cooptación política en los niveles estatales de gobierno. Los argumentos a favor y en contra de la mutualización de la deuda pública o de la solidaridad entre territorios ricos y pobres son aplicables tanto a la dimensión europea, como a la española o a la local catalana. Empero, poco se discute sobre ello en el debate soberanista.
Se produce, en paralelo, una permanente alusión a la supremacía constitucional de 1978 para frenar la legitimidad de una eventual mayoría catalana por la independencia. Con un ‘metalenguaje fluido’ de difícil comprensión para el común de las gentes se articulan argumentaciones juridicistas descalificadoras de las propuestas independentistas. Es ello un síntoma mostrenco de un centralismo débil y defensivo que, en nuestra historia reciente, ha recurrido con asaz persistencia a las soluciones violentas del “espadón salvador”. ¿No sería mejor discutir sin complejos las bondades y limitaciones del autogobierno catalán en el marco institucional español y de la gobernanza multinivel europea? Así, y reutilizando la originaria expresión anglosajona, salir del armario no implicaría necesariamente tener un esqueleto en su interior. Es decir, no conllevaría el renunciar vergonzosamente a decir en público las propuestas e ideas de cada cual en una sociedad abierta y democrática.
Profesor de Investigación del Instituto de Políticas y Bienes Públicos (CSIC)
Durante la campaña electoral catalana se ha reiterado una pregunta enigmática: ¿cómo es posible que autonomistas, federalistas y catalanistas no secesionistas de larga trayectoria hayan salido del armario abrazando la causa independentista con el fervor del nuevo converso? La demanda tiene recorrido inverso al certificarse cómo rancios centralistas de antaño acudieron solícitos a manifestar su propósito de enmienda descentralizador a condición de que Cataluña no se desgajase de España.
El dilema entre quienes están “a favor” o “en contra” de la independencia catalana empujó a los miembros de las intelligentsias catalana y española a un posicionamiento construido bipolarmente de manera irreversible (“ellos” o “nosotros”). Buena parte de los intelectuales radicados en el Principado —en no pocos casos izquierdistas de pedigree— parecen haber confrontado un doloroso desgarro entre sus afinidades ideológicas de carácter funcional (de clase, cosmovisión o valorativas) y las territoriales (culturales, identitarias o relacionales). Estas últimas han parecido prevalecer.
Los mentideros mediáticos se sorprenden de la salida del ‘armario transformista’ de insospechados independentista adherentes con fruición a las listas de apoyo soberanista. Por su parte, viejos partidarios de la homogeneización y del ‘ordeno-y-mando’ napoleónico hacen renovada profesión de fe autonomista y hasta federalista. Se marca territorio, en suma, entre quienes “están conmigo” y quienes “están contra mí”. Tal reduccionismo de posiciones era inevitable en un período electoral y cuyo resultado apunta a un eventual referéndum —o plebiscito— sobre la independencia de Cataluña. Además, los egos personales, el afán de notoriedad, o el más prosaico interés por avenirse a posiciones institucionales de ventaja personal, son poderosas reclamos a simplificar el debate. Poco importa que tal reduccionismo se compadezca malamente con la discusión racional sobre los problemas de la gobernanza en Cataluña, España y Europa. Como viejos fantasmas del pasado, rauxa y cerrazón amenazan descabalgar al seny y entendimiento en el futuro que se avecina.
Cabe apuntar a la frustración del encaje catalán en España como causa principal de la ‘conversión’ independentista de toda suerte de catalanistas, progresistas e internacionalistas. Algunos de éstos han mostrado su hartazgo al trágala centralista estatal escenificado con el portazo de Mariano Rajoy a la propuesta de pacto fiscal reclamado por Artur Mas. El reiterado recurso a la imposición ejercido en el pasado por las élites políticas centrales parece haber alcanzado un punto de saturación con la reivindicación popular de la pasada Diada. Viejos partidarios del encaje institucional de Cataluña en la España se dan por vencidos aduciendo su condición de “polacos”, a quienes el resto de los españoles no entienden. Están cansados de permanecer en un ‘armario’ oscuro e incómodo.
Importa menos lo que se quiere significar en la realidad de las cosas con el concepto de independencia. ¿Debe traducirse la identidad nacional catalana en una política por alcanzar un estado? El nacionalismo catalán hace sinónimos e intercambiables los conceptos de nación y estado. Ello se derivaría de una identidad catalana incontaminada por atisbo alguno de españolidad. La identidad, reforzada por la autoafirmación colectiva en el uso de una lengua propia y diferente, conduciría inexorablemente a la formación estatal (state formation) una vez que las políticas de construcción nacional (nation-building) facilitadas por el federalizante Estado de las Autonomías han madurado el envite soberanista. Pero sucede que sentirse muy catalán no implica políticamente ser súbdito de un estado catalán independiente. El ejemplo de Sicilia en la casuística comparativa internacional falsea la ecuación identitaria-secesionista.
Nadie podría cuestionar la solidez de la identidad etnoterritorial siciliana en condiciones similares a la catalana y sus aspiraciones al autogobierno, lo que hizo posible a la pretérita Magna Grecia acceder a un estatuto especial de autonomía tras la Segunda Guerra Mundial. En las recientes elecciones sicilianas, el partido más votado no fue precisamente un partido soberanista, sino el denominado ‘Movimiento Cinco Estrellas’ (Movimento Cinque Stelle), feroz combatiente del corrupto sistema partitocrático italiano. Sus aceradas críticas implican, no obstante, a toda Italia y no sólo a Roma ladrona, como esgrime el eslogan acusador del otro gran partido anticentralista (Lega). Podrá contraargumentarse que el Risorgimento italiano fue precisamente una revolución nacional burguesa inexistente históricamente en España, y cuyos efectos perduran en el código genético de la ciudadanía italiana. Pero tanto para catalanes como sicilianos el futuro supondrá necesariamente compartir un proyecto de futuro con italianos y españoles. Y con bávaros, bretones o flamencos, pongamos por caso.
Los obstáculos mayores para la Europeización y el gobierno multinivel son inducidos —más o menos veladamente— por los gobiernos de los estados miembros de la UE, reacios a perder su poder centralizado y sus capacidades de cooptación política en los niveles estatales de gobierno. Los argumentos a favor y en contra de la mutualización de la deuda pública o de la solidaridad entre territorios ricos y pobres son aplicables tanto a la dimensión europea, como a la española o a la local catalana. Empero, poco se discute sobre ello en el debate soberanista.
Se produce, en paralelo, una permanente alusión a la supremacía constitucional de 1978 para frenar la legitimidad de una eventual mayoría catalana por la independencia. Con un ‘metalenguaje fluido’ de difícil comprensión para el común de las gentes se articulan argumentaciones juridicistas descalificadoras de las propuestas independentistas. Es ello un síntoma mostrenco de un centralismo débil y defensivo que, en nuestra historia reciente, ha recurrido con asaz persistencia a las soluciones violentas del “espadón salvador”. ¿No sería mejor discutir sin complejos las bondades y limitaciones del autogobierno catalán en el marco institucional español y de la gobernanza multinivel europea? Así, y reutilizando la originaria expresión anglosajona, salir del armario no implicaría necesariamente tener un esqueleto en su interior. Es decir, no conllevaría el renunciar vergonzosamente a decir en público las propuestas e ideas de cada cual en una sociedad abierta y democrática.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada