Aníbal Malvar
Andan las huestes republicanas, los conspiradores judeomasónicos y los comunistas difundiendo por los bares y por twitter que nuestro rey, antes de tartamudear su discurso en la pascua militar, había comido algo que no le sentó bien. La falta de información de la horda roja alcanza estratosferas impropias de gente que presume de haber leído a Marcuse. Como todo el mundo sabe, desde hace tiempo la Casa Real tiene contratado a un figurante para que cojee y balbucee en los actos públicos, mientras nuestro monarca, en realidad, se sacrifica cumpliendo las tareas propias de un jefe de Estado, cuales son cazar elefantes en Botswana o iluminar el bello rostro de Corinna zu Sayn-Wittgenstein con una lunita de papel plata.
Mientras esto sucedía, el malvado juez José Castro pergeñaba, en su oscura covacha mallorquina, la perversa imputación de nuestra infanta Cristina por su vinculación con la trama Nóos para desestabilizar la monarquía y volver a vender el oro español a Moscú, por mucho que todo el mundo sepa que el oro español ya no le interesa a nadie, pues lo ha puesto a buen recaudo el Partido Popular en Suiza y en las islas Caimán, ya que aquí se oxidaba mucho por el clima.
Que el doble del rey a veces ve doble, y así no hay quien lea un discurso, es asunto muy bien conocido por el mugriento populacho español, y nunca ha socavado la sólida arquitectura monárquica de nuestra noble patria. Pero lo del juez Castro raya en antipatriotismo. Y en flagrante ausencia de caballerosidad, ya que suena muy horrísono y prostibulario eso de imputar a una dama.
Afirma el escasamente galante juez Castro que Cristina de Borbón mantenía, respecto a los negocios de su marido, “una actitud propia de quien mira hacia otro lado”. En ese caso, deberíamos estar imputados todos los españoles, pues es lo que hemos hecho desde que, en 1975, Juan Carlos I El Campechano sucediera a nuestro añorado Francisco Franco al frente de la Jefatura del Estado, que es institución de no tomarse mucho a risa. Este juez Castro debe de haber estudiado en el extranjero, y no se entera de cómo son la ley española, la justicia española y la mítica furia de La Roja de centro de campo para atrás. A este juez Castro habría que hacerle una Elpidio-succión, que es lo que supongo que estará tramando Rafael Spottorno, ex saqueador de Caja Madrid y hoy jefe de la Casa Real. No hay que olvidar que este elegante y discreto caballero alardea, en su currículum, de haber pertenecido a la selecta nómina de diez ejecutivos de Caja Madrid que se repartieron 25 millones de sobresueldo el año en que la entidad tuvo que ser rescatada con 4.465 kilos. No es de extrañar que Juan Carlos I, tan poco dotado para los negocietes como aficionado a ellos, lo eligiera como hombre de confianza.
El caso es que uno se asombra de que a la pobre Cristina la estén imputando por mirar hacia otro lado, mientras que, por ejemplo, al doble del rey no le toque ni un pelo de la Corona la Justicia, a pesar de tener a su mando a todo el servicio secreto español -que algo debía de saber- y a los ejércitos de tierra, mar y aire. ¿Hacia dónde miraba el doble del rey cuándo iba al palacete de Pedralbes a bajarse un Vega Sicilia con su yerno? ¿Nunca se preguntó de dónde salía tanta pasta?
Quizá el haber leído de forma torpe el discurso de la pascua militar sea ya estrategia defensiva, pues no se puede acusar de mirar hacia otro lado a un señor que ni siquiera es capaz de fijar la vista en el discurso que tiene ante sus narices. Pero, queridos jueces, una imputacioncita, aunque sea pequeña, a nuestro amado Juan Carlos, creo que tampoco estaría de más. ¿Y Felipe? ¿Y la periodista republicana? ¿Hacia dónde miraban estos dos garantes del mantenimiento de nuestra honrada monarquía? España no necesita jueces. Lo que hacen falta son más oftalmólogos. Para el doble del rey, para todas sus castas, para nuestros jueces y, sobre todo, para esa majada sesteante a la que algunos dan en llamar pueblo. Y que también ha mantenido siempre “una actitud propia de quien mira hacia ot
Andan las huestes republicanas, los conspiradores judeomasónicos y los comunistas difundiendo por los bares y por twitter que nuestro rey, antes de tartamudear su discurso en la pascua militar, había comido algo que no le sentó bien. La falta de información de la horda roja alcanza estratosferas impropias de gente que presume de haber leído a Marcuse. Como todo el mundo sabe, desde hace tiempo la Casa Real tiene contratado a un figurante para que cojee y balbucee en los actos públicos, mientras nuestro monarca, en realidad, se sacrifica cumpliendo las tareas propias de un jefe de Estado, cuales son cazar elefantes en Botswana o iluminar el bello rostro de Corinna zu Sayn-Wittgenstein con una lunita de papel plata.
Mientras esto sucedía, el malvado juez José Castro pergeñaba, en su oscura covacha mallorquina, la perversa imputación de nuestra infanta Cristina por su vinculación con la trama Nóos para desestabilizar la monarquía y volver a vender el oro español a Moscú, por mucho que todo el mundo sepa que el oro español ya no le interesa a nadie, pues lo ha puesto a buen recaudo el Partido Popular en Suiza y en las islas Caimán, ya que aquí se oxidaba mucho por el clima.
Que el doble del rey a veces ve doble, y así no hay quien lea un discurso, es asunto muy bien conocido por el mugriento populacho español, y nunca ha socavado la sólida arquitectura monárquica de nuestra noble patria. Pero lo del juez Castro raya en antipatriotismo. Y en flagrante ausencia de caballerosidad, ya que suena muy horrísono y prostibulario eso de imputar a una dama.
Afirma el escasamente galante juez Castro que Cristina de Borbón mantenía, respecto a los negocios de su marido, “una actitud propia de quien mira hacia otro lado”. En ese caso, deberíamos estar imputados todos los españoles, pues es lo que hemos hecho desde que, en 1975, Juan Carlos I El Campechano sucediera a nuestro añorado Francisco Franco al frente de la Jefatura del Estado, que es institución de no tomarse mucho a risa. Este juez Castro debe de haber estudiado en el extranjero, y no se entera de cómo son la ley española, la justicia española y la mítica furia de La Roja de centro de campo para atrás. A este juez Castro habría que hacerle una Elpidio-succión, que es lo que supongo que estará tramando Rafael Spottorno, ex saqueador de Caja Madrid y hoy jefe de la Casa Real. No hay que olvidar que este elegante y discreto caballero alardea, en su currículum, de haber pertenecido a la selecta nómina de diez ejecutivos de Caja Madrid que se repartieron 25 millones de sobresueldo el año en que la entidad tuvo que ser rescatada con 4.465 kilos. No es de extrañar que Juan Carlos I, tan poco dotado para los negocietes como aficionado a ellos, lo eligiera como hombre de confianza.
El caso es que uno se asombra de que a la pobre Cristina la estén imputando por mirar hacia otro lado, mientras que, por ejemplo, al doble del rey no le toque ni un pelo de la Corona la Justicia, a pesar de tener a su mando a todo el servicio secreto español -que algo debía de saber- y a los ejércitos de tierra, mar y aire. ¿Hacia dónde miraba el doble del rey cuándo iba al palacete de Pedralbes a bajarse un Vega Sicilia con su yerno? ¿Nunca se preguntó de dónde salía tanta pasta?
Quizá el haber leído de forma torpe el discurso de la pascua militar sea ya estrategia defensiva, pues no se puede acusar de mirar hacia otro lado a un señor que ni siquiera es capaz de fijar la vista en el discurso que tiene ante sus narices. Pero, queridos jueces, una imputacioncita, aunque sea pequeña, a nuestro amado Juan Carlos, creo que tampoco estaría de más. ¿Y Felipe? ¿Y la periodista republicana? ¿Hacia dónde miraban estos dos garantes del mantenimiento de nuestra honrada monarquía? España no necesita jueces. Lo que hacen falta son más oftalmólogos. Para el doble del rey, para todas sus castas, para nuestros jueces y, sobre todo, para esa majada sesteante a la que algunos dan en llamar pueblo. Y que también ha mantenido siempre “una actitud propia de quien mira hacia ot
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