Jorge Moruno Danzi
En uno de mis últimos artículos titulado, Todo lo sagrado se profana, los límites de la izquierda, aludía a esa urgente necesidad política de cambiar la prioridad, esto es, ampliar los límites más allá del lenguaje de la izquierda, de sus códigos, jergas y maneras de aproximarse a la realidad. Un somero análisis de la coyuntura y los cambios que de manera cada vez más acelerada ocurren en nuestra sociedad, ya sea en relación a las tecnologías y la comunicación, o en los cambios que sufre el trabajo, en los cambios culturales y la actual situación política-económica, demuestra que las construcciones ideológicas de la izquierda son insuficientes para abordar la hercúlea batalla por la democracia. La sociedad que lo está pasando muy mal y sufre en sus carnes el empobrecimiento general, o la perdida de decisión popular en la política y el secuestro de la democracia por instituciones antidemocráticas, exigen una manera distinta de pensar, de hacer y de comunicar la política.
Existe una tradición excesivamente moral en la izquierda, que a mi parecer, confunde las necesidades y las características de la sociedad en la que pretenden hacer política, con sus propias aspiraciones ideológicas. Se da una paradoja peligrosa: la búsqueda del consenso entre una supuesta pureza que a veces raya lo religioso y que aspira a entablar una conversación con la ciudadanía, se aleja del consenso con la sociedad a la que en principio apela. Creo que el punto de partida es erróneo cuando se trata de interpretar el estado de las cosas: se hace de ideología para abajo, en lugar de partir de abajo para refrescar las ideologías y oxigenar los análisis. Pensar que es tarea de la población acoplarse a unos postulados construidos a priori sin tener en cuenta la realidad en la que vive esa población, es uno de los eternos muros con los que se golpea la izquierda. Estas décadas de profundas transformaciones han embarrado el escenario de referencia que ubicaba a las viejas posiciones de otra época, cuando las cosas estaban jodidas pero se sabía lo que era cada uno, cuando estaba claro ese conflicto áspero pero aseado, como escribe el sociólogo Marco Revelli. Tantos años de retroceso social nos enseña que la radicalidad no reside en la retórica, ni en apostar por el caballo ganador que nunca corre la carrera y que las palabras son humo cuando no se pueden sostener.Necesitamos contar con todos los elementos, con todas las personas decentes para luchar por la democracia, esa que nos están robando las élites y que nos conducen directos al subdesarrollo. Necesitamos que broten los gamonales, que se desborde toda esa dignidad latente y se convierta en organización social, tal y como ya han hecho grupos como la PAH, o el Campamento Dignidad de Mérida. Necesitamos eso y mucho más, pero también es imprescindible que toda esa dignidad democrática ocupe su lugar en las instituciones, en los parlamentos y ayuntamientos, en las naciones y pueblos de Europa. Para eso urge una candidatura por el sentido común, una candidatura que cuente con todos y todas las que sufren en su pobreza la riqueza de los especuladores y banqueros. Los pequeños comercios, los falsos autónomos y asalariados de todo tipo, los precarios con y sin papeles, las madres de aquí o de allá que cuidan a nuestros niños y ancianos. Todas las personas que se levantan temprano y se acuestan muy tarde, las que lo dieron todo para que sus hijos vivieran mejor que ellos y ahora ven como les roban el futuro. Los jóvenes que están hartos de todo y que no encuentran ninguna alternativa con la que emocionarse.
Una candidatura de y para la gente decente, transversal y compleja que atienda a un nuevo tipo de pueblo y de empobrecidos. Una candidatura que ofrezca visibilidad a toda esa multitud invisible que padece un dolor que los ricos no quieren ni ver. La verdadera ideología que está en juego es la del sentido común, que no es natural aunque lo parezca, que no es neutral aunque así se perciba, pero es ahí donde una candidatura debe incidir. Esperemos contar con la inteligencia suficiente para librar una guerra en la que empezamos perdiendo, pero que podemos llegar a ganar. No les regalemos la derrota, atrevámonos a vencer, hace ya mucho tiempo que lo habíamos olvidado. No podemos errar más, es el momento. Quedan pocos, quizás es el último en mucho tiempo. Volvamos a darles miedo, como en poltergeist.
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