Publicat al diari El País.
JUAN JOSÉ MILLÁS 20/01/2012
En efecto, del Costa Concordia se decía lo mismo que de nuestra banca: primero, que era imposible
que un buque de esas características se hundiera; segundo, que, de hundirse, era imposible, dados sus
modernos sistemas de salvamento, que hubiera víctimas; tercero, que, de haber víctimas, la primera
sería el capitán. Pero resulta que se hundió, que hubo víctimas y que el capitán salió por piernas
abandonando a los pasajeros a su suerte.
Nos dijeron que era imposible que nuestra banca tuviera problemas; que, de tenerlos, era imposible
que hubiera víctimas; que, de haberlas, las primeras serían sus directivos. Pero nuestra banca tuvo
problemas, hubo víctimas y los directivos fueron los primeros en abandonar la nave con
indemnizaciones millonarias. La diferencia entre un asunto y otro es que el capitán del Costa
Concordia está preso mientras que los capitostes de los bancos encallados o hundidos se encuentran
en paradero desconocido, disfrutando del dinero que se llevaron al tiempo de gritar sálvese quien pueda.
Dinero de nuestras comisiones, claro, pero no solo de ellas. Durante los llamados años de bonanza vendieron productos bancarios incomprensibles a personas que confiaron en el director de la sucursal de su barrio y que ahora han perdido todos sus ahorros; concedieron a sus clientes más vulnerables créditos que no podrían devolver a sabiendas de que no los podrían devolver, prevaricando hasta el paroxismo, signifique lo que signifique paroxismo; sobrevaloraron los inmuebles por los que se otorgaban las hipotecas, infravalorándolos luego a la hora de ejecutarlas. Realizaron, como el capitán
del Costa Concordia, todas las maniobras desaconsejadas por los manuales de navegación y fueron los primeros en ocupar los botes salvavidas. Fiscales, jueces, defensores del pueblo, ¡suban a bordo y hagan algo, coño!
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