Siempre habíamos pensado que los
orígenes del PP se remontaban al testículo perdido de Franco, pero por
lo visto se remontan mucho más atrás, lo menos a los visigodos, una
gente también muy ducha en juramentos. Un juramento lo arregla todo,
debemos confiar en la palabra de nuestros honorables dirigentes y no
preocuparnos por los untes, los sobres y los pagos bajo cuerda. Nada de
documentos, jueces, policías, ni comisiones de investigación, ésas son
paparruchas modernas que no resuelven nada ni resuenan con el sabor de
un buen juramento. La única nota contemporánea que podría introducir
Cospedal, en el mejor de los casos, es jurar por Snoopy.
Todo esto nos suena a ordalía, a ceremonia medieval, pero el adjetivo viene al pelo por la rima con Cospedal y con la gestión del PP, que es como una cámara de torturas de la inquisición. No es lo único que parece tener siglos de antigüedad, ya que los cuadernos de contabilidad de Bárcenas son más bien libretas de la carnicería del abuelo. Parece ser que los sobreros del PP iban entrando en la oscuridad del despacho donde el tesorero los esperaba con el sobre correspondiente y el lápiz apuntalado en la oreja. García Escudero dice que pidió dinero porque le faltaba para tabaco y que luego lo fue devolviendo en cinco plazos, los cuales no aparecen ni en las libretas, con lo que se abre la sospecha de si en el PP habría no dos sino tres cajas: la oficial, la B de Bárcenas y la de las devoluciones quinquenales. Tampoco sabemos si garabateaban un recibí pero, conociendo los modales prehistóricos de esta gente, lo mismo hasta firmaban con sangre. Entre las defensas que están barajando los implicados están la datación por el carbono 14, protestar porque sus nombres no vengan escritos en latín o asegurar que las cantidades son ridículas, ya que ellos cobraban en maravedís. Es casi un milagro que las cifras no aparezcan en números romanos.
En cualquier país serio esto habría tirado un gobierno abajo, pero aquí lo más que van a tirar es de la cadena. En cualquier país serio hace semanas que la policía hubiese entrado en la cueva de Génova antes de que se destruyeran pruebas y archivos pero aquí la policía sólo entra a patadas en la estación de Atocha. En el resto del mundo nos conocen de sobra y ya abundan las portadas con la cara de muñeco hinchable de Mariano viniendo a decir “sólo sé que no sé nada”. Hasta en la China saben que lo que se avecina no es otro Watergate sino una película de Paco Martínez Soria. Porque, incluso en el Watergate, que tiene ya medio siglo, hubo escuchas telefónicas, y de saltar un escándalo semejante en cualquier otro país, los periódicos hablarían de chips, ordenadores, correos electrónicos y teléfonos móviles. Sin embargo, en España, siempre fiel a sus tradiciones, ha salido a la luz un pudridero acojonante sin más accesorios que unos sobres, unas libretas y un lápiz. Cuando hagamos la película de Bárcenas, El cartero siempre cobra dos veces, deberíamos rodarla en vidrieras.
Todo esto nos suena a ordalía, a ceremonia medieval, pero el adjetivo viene al pelo por la rima con Cospedal y con la gestión del PP, que es como una cámara de torturas de la inquisición. No es lo único que parece tener siglos de antigüedad, ya que los cuadernos de contabilidad de Bárcenas son más bien libretas de la carnicería del abuelo. Parece ser que los sobreros del PP iban entrando en la oscuridad del despacho donde el tesorero los esperaba con el sobre correspondiente y el lápiz apuntalado en la oreja. García Escudero dice que pidió dinero porque le faltaba para tabaco y que luego lo fue devolviendo en cinco plazos, los cuales no aparecen ni en las libretas, con lo que se abre la sospecha de si en el PP habría no dos sino tres cajas: la oficial, la B de Bárcenas y la de las devoluciones quinquenales. Tampoco sabemos si garabateaban un recibí pero, conociendo los modales prehistóricos de esta gente, lo mismo hasta firmaban con sangre. Entre las defensas que están barajando los implicados están la datación por el carbono 14, protestar porque sus nombres no vengan escritos en latín o asegurar que las cantidades son ridículas, ya que ellos cobraban en maravedís. Es casi un milagro que las cifras no aparezcan en números romanos.
En cualquier país serio esto habría tirado un gobierno abajo, pero aquí lo más que van a tirar es de la cadena. En cualquier país serio hace semanas que la policía hubiese entrado en la cueva de Génova antes de que se destruyeran pruebas y archivos pero aquí la policía sólo entra a patadas en la estación de Atocha. En el resto del mundo nos conocen de sobra y ya abundan las portadas con la cara de muñeco hinchable de Mariano viniendo a decir “sólo sé que no sé nada”. Hasta en la China saben que lo que se avecina no es otro Watergate sino una película de Paco Martínez Soria. Porque, incluso en el Watergate, que tiene ya medio siglo, hubo escuchas telefónicas, y de saltar un escándalo semejante en cualquier otro país, los periódicos hablarían de chips, ordenadores, correos electrónicos y teléfonos móviles. Sin embargo, en España, siempre fiel a sus tradiciones, ha salido a la luz un pudridero acojonante sin más accesorios que unos sobres, unas libretas y un lápiz. Cuando hagamos la película de Bárcenas, El cartero siempre cobra dos veces, deberíamos rodarla en vidrieras.
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